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Antón Castro

JOAQUÍN MURILLO: HA MUERTO EL GRAN GOLEADOR

JOAQUÍN MURILLO: HA MUERTO EL GRAN GOLEADOR

[Esta mañana, a las seis, en el hospital Royo Villanova, ha fallecido el ex futbolista Joaquín Murillo (Barcelona, 1932-Zaragoza, 2009), uno de los grandes goleadores del Real Zaragoza de todos los tiempos: marcó 113 tantos en 174 partidos. Murillo será incinerado mañana a las dos, en la capilla uno de Torrero, aunque no habrá velatorio hoy. Su deseo, así se lo había anunciado muchas veces a su hijo Joaquín Murillo, actor y músico, es que parte de sus cenizas se arrojen al estadio de La Romareda. Llegó al Real Zaragoza en 1957, procedente del Valladolid, y permaneció aquí hasta 1964, aunque su último partido lo jugó en noviembre de 1963. De ahí, antes de su retirada, partió al Lérida. Finalmente, regresó a Zaragoza y regentó durante años el bar La Espiga. Recibió varios homenajes del club y de la Asociación de Peñas del Real Zaragoza, el último en 2007, coincidiendo con los 75 años del Real Zaragoza. Recato aquí este texto que le dediqué hace algún tiempo.]

 

MURILLO: EL ARIETE QUE LO REMATABA TODO

 

Los cronistas de la historia del Real Zaragoza quizá no hayan sido justos del todo con el gran cañonero del club: Joaquín Murillo, barcelonés formado en el Europa, autor de 113 goles en 176 encuentros y máximo goleador en Primera División. Nada más y nada menos que 90 aciertos en 146 choques. Ahí supera a Pichi Alonso, Pardeza, Saturnino Arrúa, Eleuterio Santos, Paquete Higuera, Raúl Amarilla y Poyet. Y a Marcelino Martínez Cao, quien ostenta un total de 116 (otros hablan de 122) tantos en 331 encuentros, aunque sólo 73 han sido obtenidos en la máxima categoría, a los que deben sumársele los goles en las competiciones europeas y copa del Generalísimo. La pugna con un más que emergente Marcelino, en 1964, condujo a Murillo a la despedida por la puerta falsa del club en febrero de ese año: un sector de los aficionados le pidió con pancartas que se quedase, que continuase marcando goles desde los ángulos más diversos y en las posiciones más acrobáticas.



Pero El Pulpo --que se las había tenido con el entrenador Antonio Ramallets: taciturno y rígido, le expulsó de un entrenamiento-- partió al Lérida y poco después se retiró para siempre.        

Las excelentes monografías del club reproducen algunas fotos suyas, incluso le recuerdan como fugaz capitán antes de que Yarza se convirtiese no sólo en el portero asombro de España sino en el abanderado de Los Magníficos, pero pocos se detienen a narrar sus goles, su entrega, su increíble carisma que comenzaba con su larga estampa rubia, su flamante bigote, sus brazos desnudos, está remangado en casi todas las instantáneas. No son demasiados los que parecen considerarle un auténtico ídolo ni reparan en su indiscutida titularidad: Mundo, Rosendo Hernández, César, etc., para todos el equipo fue un poco Murillo y diez más. Murillo, durante los siete años que estuvo en Zaragoza, fue un clásico del club: encarnó la entrega honesta, la terca convicción en el arte de golear, la brega constante aliada con la calidad.         

Su eficacia no admite parangón, salvo la rutilante campaña de 1961--1962 en que el peruano Seminario obtuvo el único Pichichi absoluto en la historia de los blanquillos. Pese a ello, Murillo materializó 18 dianas, y en un par de encuentros, contra Osasuna y Betis, repitió el codiciado hat trick. Algo que también había logrado la temporada anterior, famosa porque el Zaragoza quedó tercero en la Liga y adquirió al versátil Negro Benítez, que se moriría en un estadio tras la ingestión de una lata de mejillones en mal estado: Murillo fusiló tres veces al Elche y al Valladolid, su club de procedencia en 1957, cuando fue adquirido por el Zaragoza.

   
Desde su llegada, los números cantan. Fue el goleador del club año tras año. He aquí sus cifras: en la temporada 57/58, logró 15 goles; en la siguiente sintonizó a las mil maravillas con Mauro y Wilson y marcó doce. En el curso 59/60 repitió la docena e inició esa virtud particular de la triple diana: curiosamente acertó en tres ocasiones contra el Granada y el Las Palmas, en sendos choques que terminaron 6-2 a favor del Zaragoza, presidido por Faustino Ferrer. Una curiosidad casi increíble: Murillo marcó tres goles en la Copa de Ferias en octubre de 1962 frente al Glentoran y el resultado final fue 6-2. En la gran temporada 60/61 formó con un Miguel rejuvenecido (venía del Atlético de Madrid y los aficionados, ante su velocidad y su regate, pedían a gritos que fuese convocado para la selección), Marcelino, Duca y Lapetra, una de las delanteras más consistentes de la Liga; Murillo, bien como ariete, como interior o como falso mediapunta, marcó nada menos que veinte goles y rivalizó con jugadores a los que admiraba como Di Stefano o Puskas. Al año siguiente, el año triunfal de Seminario, cuyo fichaje fue un serial con el Barcelona y el Sporting de Lisboa, El Pulpo rubio añotó 18 tantos: igual marcaba con el pie, de remate seco, de jugada o por veloz desbordamiento, que con la cabeza, arriba, a media altura y en plancha. Era el perfecto depredador del área que, en cuanto el rival le concedía metros o un espacio mínimo en el que remecerse, hacía diabluras letales. El Barcelona le tenía un gran respeto y César confiaba en su carisma y en su determinación, hasta el punto de que lo hizo jugar contra el equipo azulgrana con fiebre. El estilete enjuto y flexible como mimbre cumplió con su gol habitual.        

Aquel Zaragoza que acariciaba las mieles del éxito contaba con jugadores formidables como Severino Reija, Marcelino, Gonzalo Sigi, conocido por La octava maravilla del mundo, etc. En la temporada 1962--1963 llegaron Santos, Santamaría y Villa, entre otros, y el conjunto alcanzó la final de la Copa del Rey, que perdió en el Nou Camp ante el Barcelona por 3--1. La delantera integrada por Marcelino, Villa, Murillo, Sigi y Lapetra poco pudo hacer ante Pesudo. Comenzada la Liga, se fue Seminario a Italia y dejó créditos entusiastas: jugó ocho domingos y marcó otros tantos goles. Para entonces ya se sabía que César iba a ser el nuevo entrenador culé y que el ex arquero Antonio Ramallets le reemplazaría en la Romareda. Con su incorporación, Joaquín Murillo, iniciaría el éxodo definitivo de los estadios y montaría sucesivos negocios de hostelería.         

Ningún aficionado de veras habrá olvidado su fina complexión, su testa elevada y su feroz determinación. A su manera, sin llamar en exceso la atención, sin suscitar titulares épicos y sin haber generado una literatura que merecía, halló su paraíso ideal en el área y frente al cancerbero. Ahí era una auténtica figura.

4 comentarios

Enrique Davoise Ferrer -

Yo ví cantidad de partidos en los que Murillo lo solucionaba
con sus goles.
¡ Era otro "magnífico" !

jesus d r -

gracias Anton, por refrescarnos la memoria de lo que me contaban mi padre y mi abuelo,realmente me ha emocionado leer tu comentario. Futbolistas como Murillo hacen sentir nuestros colores.D.E.P. Aupa Zaraboza

May -

Gracias, Antón, por este comentario que de modo tan documentado y emotivo recuerda a nuestro "Pulpo". Fue magnífico como jugador y como persona y alegró muchos domingos de nuestra adolescencia. D.E.P.

Piero -

Sin llamar en exceso la atención, sin titulares épicos, sin haber generado una literatura que merecía...Estas palabras también las asociaremos con su nombre. Descanse en paz.