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Antón Castro

PILAR MARTÍNEZ BARCA HABLA DE LA POESÍA DE PINILLOS

PILAR MARTÍNEZ BARCA HABLA DE LA POESÍA DE PINILLOS

María Pilar Martínez Barca (Zaragoza, 1962) es Doctora en Filología Hispánica y autora de media docena de poemarios. Estos días aparece en Libros del Innombrable ‘La manzana o el vértigo’. Y a la vez, en la colección Larumbe Clásicos Aragoneses, aparece la edición crítica de la ‘Poesía completa 1948-1982’ del poeta aragonés Manuel Pinillos, que consta de 1264 páginas. La portada lleva un retrato del autor de ‘La muerte o la vida’, realizado por José Luis Cano.

 

-¿Qué te interesó de Manuel Pinillos?

 Primero, la persona. Estaba preparando mi tesis de licenciatura sobre poesía aragonesa y contactando con varios poetas, hasta que di con Manuel. Lo llamé por teléfono los primeros días de la Semana Santa de 1989 y me colgó. "¡Ah, pero si es una niña!", le oí decir. Debía tener un carácter difícil... Muchas personas se extrañan y se echan atrás cuando alguien tiene una dicción algo diferente o cualquier otra discapacidad (o diversidad, como ahora se dice), y más en estos tiempos de la superficialidad y de la imagen (antes yo misma intentaba ocultarlo, ahora me muestro como soy). Al poco rato me llamó Margarita Sanjuán, la mujer y eterna enamorada de Manuel, disculpándose por la actitud de su esposo, y volvió a ponerse él. Me habló de La muerte o la vida y de Hasta aquí, del Edén, y quedamos vernos la semana siguiente. Pero el lunes, a la vuelta de un viaje, me encontré la noticia en los periódicos: Manuel había fallecido.

Curiosamente, ahí comenzó nuestra relación a través de Margarita Sanjuán. En uno de los libros que luego me entregó puso ella esta dedicatoria: "...este libro que él, mi amado ausente tan presente, te hubiera dedicado con el mismo entusiasmo...". Coincidió que ese año nos concedieron a Manuel y a mí sendas Medallas de Aragón, a él a título póstumo y a mí a los valores humanos, el Día de San Jorge, conocí a Margarita y comencé a visitar la casa de Manolo. Me impresionó sobre todo su biblioteca, tan rica en volúmenes y tan mísera a la vez, con recortes, revistas y viejos periódicos amarillos por todos los rincones, su pequeña mesa de trabajo y su sencilla máquina de escribir, y los inéditos, que no acababan nunca de salir... Me encontraba muy a gusto entre aquellas paredes. Había allí algo "mágico", poético, entrañable, especial.

Poco a poco iría descubriendo la obra del poeta, que no vivía como algo ajeno. José-Carlos Mainer, que dirigió mi tesis doctoral, subrayó alguna vez cómo algunos elementos de Pinillos (el amor, el telurismo, el hombre desdoblado...) reaparecían en mi creación (más como coincidencia que como influjo). Creo que me atrajo su visión peculiar de todos esos temas, sobre todo el tratamiento de la amada, o de lo femenino envolvente... y también el lirismo y cuidado de algunos de sus libros y de muchos poemas (no de todos, fue un autor prolífico que corregía poco). Luego, cada conversación con Margarita -que por cierto, escribía también- me iría ayudando descifrar todas esas claves, y las de la poesía aragonesa y española de los años que le tocó vivir.

 

¿Cuáles so las claves de su obra?

El amor y la muerte, y todo lo que conllevan. Fueron sus grandes obsesiones. Por un lado, la expulsión del paraíso, la pérdida de la infancia, la herida existencial del ser humano que fue Manuel Pinillos; y también todas esas situaciones de dolor e injusticia social, de guerra y desarraigo, que no son sino diversas formas de ver y reflejar la muerte. Por otro, el amor infinito a la madre, la tierra y los orígenes, a la mujer amada, a la poesía. En sus mejores días, en el campo o al lado de la esposa, Marga lo recodaba siempre como un niño feliz.

Todo eso se reflejó también en un estilo poético propio, muy personal: el estilo del hombre dividido. Paralelismos, estructuras sintácticas bimembres, continuas alusiones a un "tú" lírico, versos que se rompen abruptamente... Y, sobre todo, una expresión directa y desbordada, incontenible. Pinillos huía de las formas academicistas, de sus satirizados poetas profesores; escribía casi como hablaba.

 

-Recuérdanos sus períodos, su estética, su relación con las líneas que imperaban en España.

Dentro de su prolífica obra -21 poemarios-, es muy difícil, imposible, delimitar unas etapas claras. En la poesía de Manuel Pinillos van siempre de la mano lo existencial y lo social, sin olvidar cierta veta surrealista y vanguardista.

A un primer poemario, "A la puerta del hombre", publicado tardíamente en 1948 y que recoge el influjo trasnochado del 27, seguirá "Sentado sobre el suelo" (1951), una reflexión pausada en torno a la infancia y el amor, la soledad y el sueño -afín a la generación de 1936-. Con "Demasiados ángeles" (1951), y sobre todo con "De hombre a hombre" (1952) y "La muerte o la vida" (1955), da un marcado giro hacia la inquietud social tan propia de la década -"La muerte o la vida" es un título emblemático de la poesía española de posguerra-. "El octavo día" (1958), "Débil tronco querido" (1959) y "Debajo del cielo" (1960) retomarán la línea existencial, entremezclando ahora lo colectivo, el sentido trágico de la vida y los orígenes. En los años 60, marcados a nivel general por la superación del compromiso y la década más fecunda de Manuel -un total de 10 libros-, el poeta seguirá fluctuando entre lo reflexivo y telúrico ("Aún queda sol en los veranos", 1962) y la denuncia ("Hasta aquí, del Edén", 1970). Sus últimos poemarios, sin olvidar ninguna de esas líneas, presentan una clara intención formal, de estilo innovador: es el caso de "Sitiado en la orilla" (1976), "Viajero interior" (1980) y "Cuando acorta el día" (1982).

 

-¿Qué vinculaciones tuvo con el grupo Niké, con Miguel Labordeta, con la poesía aragonesa de posguerra?

Fueron dándose diversas coincidencias literarias y vitales entre Miguel Labordeta y Manuel Pinillos: la publicación de sus primeros poemarios en los años 40; la presencia del surrealismo -más en Miguel Labordeta, pero también en Manuel Pinillos-; una fluida amistad de la que dan testimonio numerosas cartas y tarjetas postales... Y es precisamente de esa relación entre ambos poetas de la que nacerían, a principio de los años 50, las tertulias del café Niké, donde se reunirían escritores, poetas, cinéfilos, pintores... -Pinillos siempre tuvo muy buena relación con artistas plásticos-.

Según Rosendo Tello, en los poetas asistentes al Niké estarían presentes las dos grandes líneas de la lírica española del momento: "una visión surrealista que cuenta con explícitos antecedentes aragoneses" -en M. y J. A. Labordeta, Ciordia, Julio-Antonio Gómez o E. Gastón-; y, por otro lado, "una visión más realista, más entrañada con la realidad del momento" -M. Pinillos, Gracia Gúdel, Lorenzo de Blancas, Luesma Castán y Raimundo Salas-. Pinillos participaría en realidad de ambas tendencias, amigo y maestro un poco de todos.

Con algunos, la relación se haría más estrecha y duraría en el tiempo: Mariano Esquillor, Ángel Guinda, Rosendo Tello, José Mª Aguirre, Fernando Ferreró, Emilio Gastón -aunque por razones de edad la amistad sería sobre todo con el padre, Rafael Gastón Burillo-, J. A. Rey, J. A. Labordeta... La presencia de Manuel Pinillos en nuestras tribunas públicas, especialmente en los años 60, y como crítico literario en la revista Poemas de Luciano Gracia y en Heraldo de Aragón, lo mantuvo en continuo contacto con la poesía aragonesa de diversas corrientes a través de las décadas.

 

¿Quiénes eran sus modelos?

En su biblioteca están presentes los grandes autores de todos los tiempos, de la lírica y del pensamiento, y también de la ciencia y la religión. Es curiosa su admiración por nombres tan dispares como Teilhard de Chardin o Charles Chaplin. Por otra parte, Manolo se carteó y relacionó en persona con los poetas más dispares de su tiempo. En la quinta parte del voluminoso "Nada es del todo", que titula "Entre muertos y vivos", el poeta dedica muchas composiciones a algunos de sus ídolos adamados: el portugués Egito Gonçalves, Leopoldo Panero, Rafael Melero, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre... 

Quevedo, Góngora, Garcilasoo... e incluso en algún poema claras reminiscencias del latino Catulo. Bécquer, el último Juan Ramón, Antonio Machado, ¿Miguel Hernández? y el gran César Vallejo, inspirador de tantos poetas comprometidos de posguerra. Y entre los 27, Cernuda, Alonso -el poeta, jamás el académico- o Aleixandre, tan cercano afectivamente a Manuel Pinillos como lo demuestra una nutrida correspondencia o el mismo nombre de la revista "Ámbito" (1951). Aunque un mayor peso cobra la lírica existencial posterior a 1936 y, sobre todo, el compromiso social de los años 50. Y después los novísimos, que traerían aires de innovación, como antes el surrealismo o el postismo. Sin embargo, Manuel supo ser siempre él mismo, más allá de cualquier interinfluencia.

En entrevista concedida a Domínguez Lasierra en este diario, Manuel citaba a algunos de sus vates: Yeats, Keats, Rilke -siempre Rilke-, Neruda, Blake, Lautréamont, Holan, Hölderlin, Eliot, Ungaretti, Pound, Baudelaie... y los grandes simbolistas franceses, siempre los simbolistas. ¿Podría definirse la lírica pinillosiana como un neorromanticismo simbolista existencial comprometido?

 

-¿Cuál fue su relación con la poesía española?

Aparte de los clásicos, la veta creativa de Manuel Pinillos se hunde en el desarraigo de la generación de 1936: C. Conde, G. Bleiberg, D. Ridruejo, L. F. Vivanco, J. Mª Valverde... o Ildefonso-Manuel Gil -de entrañable relación con Manuel-, que por los mismos años de "A la puerta del hombre" publicaría "Poemas de dolor antiguo" (1945), "Homenaje a Goya" (1946) y "El corazón en los labios" (1947). Pero por diversas circunstancias y oposición paterna Manuel es poeta tardío: su primer poemario es de 1948, sólo cuatro años después que los dos grands hitos de la poesía española de poguerra: "Hijos de la ira" de Dámaso Alonso y "Sombra del paraíso" de Vicente Aleixandre.

Aunnque Pinillos se siente especialmente cercano a cualquier poeta que se interroga por el hombre -Otero, Hierro, Bousoño, Gaos, Garciasol, Nora o Morales- y, ya en los años 50, por la inquietud social, con Otero y Celaya a la cabeza.  Precisamente en "Ámbito (Poesía y Polémica)" se dieron cita las firmas más señeras del momento: Hierro, L. de Luis, Hidalgo, Mercedes Chamorro, Enrique Azcoaga, Ángela Figuera... junto a aragoneses como Miguel Labordeta o Eugenio Frutos. Y otra vez Aleixandre, justo al nicio de la revista, confirmando su tessis de "Poesía es comunicación" que se iría extendiendo en la época.

Manuel Pinillos estuvo siempre abierto a los valores jóvenes y a las innovaciones estilísticas, que en sus últimos libros se dejó sentir más. ¿Hasta qué punto influjo de los novísimos? ¿O más bien maduración de su gusto de siempre por las creaciones expresivas? Podemos afirmar que Pinillos llegó a conocer, relacionarse, dejarse interpelar por todos los nombres y todas las tendencias de la poesía española, de 1948 a 1982; pero dejando clara, en todo lo que hacía, su impronta personal.

 

-¿Cómo explicarías su presencia, sus poemas y sus colaboraciones en ‘Heraldo’ de Aragón?

Entre 1970 y 1980 Manuel Pinillos colaboraría asiduamente con su sección crítica "Libros de poesía" en Heraldo de Aragón. Aunque ya desde mitad de los 60, o incluso antes, venía apareciendo en este mismo diario su columna "Sentado sobre el suelo" -título de su segundo poemario-, sobre temas de opinión general. Algo farragosas a veces, ambas secciones son un valioso material para entender mejor la obra y biografía del poeta. Algunos domingos y el Día del Pilar de todos los años publicaba poemas.

 

 

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