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Antón Castro

EN RECUERDO DE ÁNGEL CAMPOS

ÁNGEL CAMPOS PÁMPANO, MAESTRO Y AMIGO

Para Carmen, Paula y Ángela




Por Elías MORO CUÉLLAR

Artículo de hoy de su blog: http://eljuegodelataba.blogspot.com/

Ángel Campos Pámpano hubiera cumplido hoy 53 años. En algún momento de este día hubiera recibido mi llamada para darle un tirón de orejas, un abrazo desde la distancia, y para recordarle que seguía siendo casi tres años más viejo que yo. No podrá ser; su muerte impide las llamadas; mas no su memoria, el eco de su voz, su constante presencia en mi vida.
Conocí a Ángel apenas un año y medio después de mi llegada a Extremadura. No recuerdo la fecha exacta, pero en todo caso sería en los meses finales de 1983. Lo único que yo tenía por aquellas fechas era una difusa vocación literaria -acaso esto sea un tanto pretencioso, digamos que me gustaba mucho leer y que de vez en cuando perpetraba poemas sin ton ni son-, pero escasos conocimientos de la materia por la que sentía una inexplicable pasión.

Conocer a Ángel lo cambió todo para mí; justo desde ese momento, el se erigió en mi maestro, mi mentor, me mostró el camino con sus atajos y dificultades, me tomó a su cargo, como suele decirse. Desde su manos llegaron hasta las mías escritores de los que jamás había oído hablar y que se han convertido en imprescindibles, lecturas de otros escritores que me prestaron sus versos o sus párrafos para que yo intuyese la materia y la maestría de que estaban hechos. Durante años fue cotidiano mi peregrinaje vespertino hasta su casa -en la Travesía de La Rambla, en la calle Morerías-, más que nada para empaparme de sus palabras y su sabiduría poética y vital. Casi siempre salía de allí con al menos un par de libros en la mochila; libros que, en el plazo tácito de una o dos semanas -más o menos-, yo le devolvía ya leídos. Comentábamos aquellos libros y, según su gesto, ya podía yo sospechar si su lectura me había supuesto algún enriquecimiento. Me hacía ver mis muchos errores, mis pocos aciertos, con una inusual sinceridad -no era dado al elogio gratuito que tanto halaga los oídos y tanto socava- y, al tiempo, con una delicadeza que nunca podré olvidar. Sin pedir nada a cambio, sin tributos ni peajes, fui acogido en su vida con una generosidad digna de mayores empeños que el de enseñar a un casi iletrado, dio sentido a la palabra amistad.


Gracias a él conocí también a algunos de quienes también se han convertidos en magníficos amigos -que me perdonen los demás, pero quiero citar aquí expresamente al pintor Javier Fernández de Molina, casi otro hermano para él, y con quien creó algunos de los más bellos libros -Cal i grafías, Toros, Por aprender del aire...- que uno ha podido contemplar-, aquellos que también le lloran todos los días desde entonces.

Poeta -La ciudad blanca, Siquiera este refugio, La voz en espiral, La semilla en la nieve, La vida de otro modo…-, traductor -Fernando Pessoa, Carlos de Oliveira, Sophia de Mello Breyner, Eugenio de Andrade…-, editor -Los Libros del Oeste-, profesor en diversas localidades extremeñas y en el Instituto Español de Lisboa, director literario -Espacio/Espaço Escrito, Hablar/Falar de Poesía, fundador de las Aulas Literarias en Extremadura…-, su extraordinaria labor en la difusión de la cultura, su entusiasmo en promover y llevar a cabo actividades relacionadas con la literatura y la poesía, su incansable trabajo de gestión en el hermanamiento entre España y Portugal a través de su faceta de traductor, su propia labor de creación poética, son hitos en la historia literaria de esta Extremadura donde tuvimos la suerte de conocerle.


Su temprana y casi súbita desaparición hace un año y medio, justo cuando estaba en su mejor madurez intelectual y poética, me ha hecho perder del todo el respeto a la muerte. Esa muerte a la que, por su empeño en llevarse siempre a los mejores antes de tiempo, sólo puedo calificar de inepta además de injusta.


En sus poemas y en las miradas de Paula, Ángela y Carmen nos queda lo mejor de Ángel.

Gracias eternas, “Pámpano”.

 

 

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