Un moño inolvidable. Una de las cosas por las que casi todo el mundo recuerda a Rita Levi-Montalcini es por esa imagen de sus últimos años: un moño de pelo blanco y ondulado, un poco ladeado, los ojos verde-gris y un cuerpo pequeñísimo. Había nacido en Turín en 1909 y murió en 2012. Vivió 103 años, y cuando llegó a los 100 ya dijo que no había ningún mérito en eso de hacerse centenaria. Era verdad. En su caso, sus méritos residían en otro sitio: en 1986 obtuvo el Premio Nobel de Medicina, junto a Stanley Cohen, por el descubrimiento del factor de crecimiento nervioso. Sus investigaciones habían empezado en la década de los treinta, en Turín. Desde entonces, la acompañaron en Bélgica, San Luis o Río de Janeiro.
Las pioneras. Hace poco se celebró el día de la mujer en la ciencia y Levi-Montalcini fue una de las protagonistas, uno de los nombres de referencia cuando se piensa en mujeres en la ciencia. También se habló de Ada Lovelace: hija de Lord Byron, se la reconoce como la primera programadora de la historia. Era matemática y escritora y trabajó en la máquina analítica, la primera calculadora mecánica de uso general diseñada por Charles Babbage, en las notas a la máquina de Babbage escribió el primer algoritmo para ser interpretado por una máquina. De Hedy Lamarr se decía que era la mujer más bella del mundo. Judía, como Levi, austriaca de nacimiento y nacionalizada estadounidense, llegó a Estados Unidos huyendo del nazismo y de su matrimonio con un magnate que comerciaba con los nazis y la tenía encerrada en casa y pasando por París y Londres. Fue una estrella del Hollywood dorado. Decía que para tener glamur lo único que había que hacer era “quedarte quieta y poner cara de tonta”. En su casa tenía una habitación para sus inventos, entre los que destaca la teoría del salto de frecuencia, precursora del sistema de comunicación inalámbrica de los teléfonos móviles, el GPS o el WiFi. Su descubrimiento es de 1942, pero no se usó hasta 1957. Hedy Lamarr y Ada Lovelace son solo algunas de las pioneras, con vidas extraordinarias y novelescas, también.
El cerebro del Homo sapiens. En 1987 Rita Levi-Montalcini publicó un extraordinario libro de memorias, Elogio de la imperfección (publicado en español por Tusquets en 2011). Es un libro breve y emocionante. El título está inspirado por un poema de Yeats: “El intelecto del hombre ha de escoger / entre la perfección de la vida y la del trabajo”. Así, Levi-Montalcini explica en el prólogo: “Sin seguir un plan preestablecido, pero guiada en cada caso por mis inclinaciones y por el azar, en mi vida he procurado […] conciliar dos aspiraciones inconciliables […] Es decir, que he realizado lo que podríamos llamar la “imperfection of the life and of the work”. Levi-Montalcini explica que parte de la gracia del cerebro humano es que es imperfecto: “el cerebro del primer vertebrado aparecido en nuestro planeta, hace entre trescientos y cuatrocientos millones de años, se vio sometido a la presión selectiva de la evolución, y dio origen a tantas variaciones (mutaciones) como cerebros vertebrados hubo y hay. El más reciente es el maravilloso pero imperfecto cerebro del Homo sapiens.
Una infancia italiana. El libro está dividido en partes y capítulos que separan de manera didáctica las etapas de su vida: la infancia y primera juventud, la guerra, el exilio, los avances de sus experimentos o el regreso a Italia. Lo que me gusta de este libro es la humildad con que está escrito. En parte, toda memoria tiene algo de examen de conciencia. En este caso está muy claro qué se reprocha Levi-Montalcini: no haberle dado más besos a su padre cuando este se los pedía. El primer capítulo, “Herencia y ambiente”, habla sobre todo de su familia. El libro está dedicado a su hermana gemela Paola, “en recuerdo de nuestro padre, a quien ella adoró en vida y yo he amado y venerado después de muerto”. El padre de Levi-Montalcini murió cuando ella tenía 23 años, poco después de que ella hubiese comenzado los estudios de Medicina. Paola Levi-Montalcini fue una importante pintora italiana. Hay mucho de homenaje y agradecimiento en sus memorias: las lecturas compartidas con la hermana mayor, Anna, la guía y sostén de su hermano Gino, la compañía cómplice de Paola, las diferencias con el padre y cómo la madre reconoce en ella a su madre, muerta demasiado pronto. Habla de los casi novios y de los amigos de la facultad. Luego llegan los años difíciles, Mussolini, el edicto contra los judíos y las peripecias: montar el laboratorio en su habitación, “a lo Robinson Crusoe”, la vida clandestina, la guerra y, después, la nueva vida al otro lado del Atlántico. La sombra de Ramón y Cajal planea por todo el libro. Elogio de la imperfección compagina el relato de la vida y el del trabajo, como en el poema de Yeats, con emoción y rigor. El resultado es impecable, pero no perfecto, como le habría gustado a Levi-Montalcini.
El mundo es pequeño y bonito. Puede que este libro me guste tanto porque me parece que dialoga con uno de los libros de una de mis escritoras favoritas: Léxico familiar, de Natalia Ginzburg. El padre de la escritora, Giuseppe Levi, era el profesor de Rita Levi-Montalcini, quien la inició en el camino de la investigación y a quien recuerda con cariño, ternura y agradecimiento en sus memorias. Las relaciones con los padres siempre son complicadas, y siempre queda la duda o el remordimiento de no haber demostrado el afecto hacia los padres. (El último disco de Christina Rosenvinge, Un hombre rubio, es espectacular y surge en parte de esa idea. También Ordesa, de Manuel Vilas, y Entre ellos, de Richard Ford, hablan de la imposibilidad de saber quiénes fueron nuestros padres.) Me gusta pensar que la premio Nobel quizá estuvo más cerca de tener la relación que habría querido con su padre con el de Natalia Ginzburg. Las imagino en una especie de hermandad basada en el afecto hacia el profesor y en el que a mí me despiertan.
Elogio de la imperfección
Rita Levi-Montalcini.
Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona.
Barcelona, Tusquets, 2011, 296 pp.
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