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Antón Castro

ISABEL NÚÑEZ, POR ISABEL VERDÚ

[Hace pocas semanas, en el suplemento ‘Artes & Letras’ de Heraldo de Aragón, Isabel Verdú, una zaragozana que reside en Barcelona, que es profesora y enamorada de los cuentos (es estudiosa de Enrique Vila-Matas, entre otros) publicaba esta reseña sobre su último libro: ‘Postales de Barcelona’. Se lo pido, de nuevo, a Isabel y lo publico aquí como otro homenaje a esta mujer que caló en nuestros corazones. Muy sinceramente. Isabel Núñez, Bel, vio este texto y estaba muy feliz. Ojalá encuentre literatura y las palabras necesarias en su nuevo cielo.]

Tomo la foto de aquí:

https://luisveagarcia.blogia.com/upload/20121117121836-inunez.jpg

 

 

ISABEL NÚÑEZ: LA BELLEZA FUGITIVA E INTEMPORAL

 

Por Isabel Verdú. Profesora y crítico literario

 

 La escritura de Isabel Núñez (Figueres, 1957), como ya vimos en  ‘Crucigrama’ (2006) o en ‘La plaza del azufaifo (2008) acostumbra a ser reflexiva, poliédrica, centrada en la observación cotidiana y tamizada por el filtro de una sensibilidad particular. En Mis postales de Barcelona, esta capacidad de mirar se hace más envolvente aún, y ofrece al lector un recorrido sentimental por Barcelona, seleccionando parajes cuya belleza resiste al paso del tiempo y que reflejan la historia personal o colectiva.

La Barcelona de Isabel Núñez está construida sobre la nostalgia por un mundo vivido que está a punto de desaparecer en el torbellino de la contemporaneidad. Núñez opera aquí como una intelectual melancólica, o más bien, como una esteta melancólica, pues se lamenta por el imperio de lo funcional, lo chabacano, que ha asolado la ciudad y aniquilado una gran parte de su encanto, en comparación con Francia, donde “se restaura más y se construye menos”. A través de los relatos sobre el antiguo Zeleste, la Vía Laietana o las Ramblas, reconstruimos una Barcelona que en los años setenta se desplegaba desde el silencio, en los ochenta vivió su eclosión y a partir de las Olimpiadas fue transformándose en una entidad cada vez más adaptada al turismo y alejada de su autenticidad. La nostalgia entonces no procede solo de los cambios que se están operando en la ciudad y de la destrucción de locales emblemáticos como el Zurich o parques y plazas otrora más plácidas. También emana del recuerdo de “lo que fui, de lo que soñaba”: una Barcelona en continuidad con la senda republicana; una Barcelona humanista y europea; una Barcelona abortada, que ya nunca será. A caballo entre el ensayo sobre urbanismo, el dietario literario, el relato autobiográfico, la memoria histórica, el poema en prosa, Mis postales de Barcelona traza un mapa sentimental fascinante a través de dos ejes básicos: el casco antiguo (con puntos de anclaje inolvidables como el Café de la Ópera, las Ramblas o Zurich) y la zona alta donde ha vivido gran parte de su vida (Putxet, Sant Gervasi, Bona Nova). Ello sin olvidar lugares emblemáticos de la Barcelona franquista, como la Modelo o la comisaría de la Vía Laietana, o parajes barceloneses inexcusables tales como el Parc de la Ciutadella o la Estación de Francia, estación que le recuerda a Zweig y Viena.

La mirada de Núñez es la de la poeta, la flâneuse de su propia memoria. Así, la plaza Vila de Madrid, más allá de los rótulos del Decathlon, es transmisora de un instante mágico del pasado, expresado a la manera cortazariana: “como una gota gigante de lluvia cargada de un peso y una intensidad mágica, que tardase mucho en caer de una hoja o del alero de un tejado. O como el ámbar que atrapaba a  hormigas antediluvianas.”  Más allá de lo anecdótico, si algo cautiva en las postales de Núñez es la belleza que sabe apresar a través de la contemplación de sus rincones predilectos; pasando por encima de la fealdad, pone de relieve los árboles frondosos, las molduras de las fachadas antiguas, los rincones solitarios, los lugares propicios donde extasiarse o conversar pausadamente.  “La belleza cura”, sentencia al comparar el encanto del Hospital de Sant Pau respecto al siniestro Hospital Clínic. “La belleza es más poderosa que ninguna ideología” nos susurra, sobrevolando los paisajes de la represión franquista al tiempo que los de la superficialidad contemporánea.

Isabel Núñez invita a recorrer la ciudad, a admirar la belleza, los árboles (los abedules del Turó Parc, los tilos de la Rambla Catalunya), la quietud, y resistir los embates de la fealdad y del circo utilitarista en el que se ha convertido la ciudad. “La modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, del cual la otra mitad es lo eterno e inmutable”, que decía Baudelaire. Mientras leemos Mis postales de Barcelona, un “forcejeo” agridulce de la autora con su ciudad, sentimos el placer de la belleza fugitiva e intemporal, un instante antes de desaparecer.

 

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