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Antón Castro

ISABEL NÚÑEZ Y SU ESPERANZA

ISABEL NÚÑEZ Y SU ESPERANZA

El pasado 21 de octubre, hace ahora casi un mes, Isabel Núñez (1957-2012) dejaba en su espléndido blog esta nota, que tiene mucho de canto de esperanza, antes de su operación, y quizá también de despedida, de recuento, de penúltimo inventario antes del adiós. Moría ayer y deja un recuerdo entrañable como ser humano, como escritora, como traductora, como enamorada e insurrecta de la literatura.

 

http://isabelnunez-zbelnu.blogspot.com.es/

 

ALEA JACTA EST

 

Por Isabel NÚÑEZ

 

Ya hay una fecha y es inminente. Sólo quedan los últimos preparativos y concentrarse para que todo sea favorable y nada detenga lo que tiene que ocurrir. No sabré nada hasta que no despierte de ese quirófano desconocido donde todo se verá. Poco a poco, he ido reconciliándome con la idea de entregarme, de confiar. No ha sido fácil. A veces, todo duele y el dolor me devuelve a la tristeza de mi condición, de lo que me ha ocurrido, de lo que ocurre y de lo que me queda por recorrer. Mi amiga Anne, que me ve como a un personaje de Arthur Rackham, me dice que tengo que acabar de atravesar un bosque intrincado y espinoso y que pronto llegará le jour clair. Muchos amigos me aseguran que están convencidos de que todo irá bien, de que sus intuiciones son certeras. Y yo, ¿qué creo yo? Yo lo creo todo y no creo nada. Tengo pensamientos de muerte y he hecho mis pequeños preparativos en ese sentido, me angustia ser un cuerpo inmovilizado, conectado a tubos, sin capacidad para hacer nada salvo respirar y sentir, sufrir. Y al mismo tiempo no puedo evitar tener todas las esperanzas, incluso creer en lo improbable como JN, creer que todo será inexplicablemente mejor de lo esperado. Nadie sabe.

Dudaba si llevarme el ordenador, y al fin alguien me convenció para que sí lo hiciera. Quién sabe cuándo podré y tendré fuerzas para incorporarme. Aún no he decidido qué libros vendrán conmigo, aparte de Julien Green. 

Rufus se quedará al cuidado de V. y de Tigridia. Él ya lo sabe: a su manera misteriosa, los gatos lo saben todo, o casi todo. Ya fui a ver por última vez al hombre que escucha, esta vez con un sueño que no supe descifrar. Tenía que hacerme, antes de la operación, unas fotos con una escalera de mano abierta y un cubo de pintura, pero en vez de cámara o teléfono, utilizaba una barra de labios negra con un dispositivo que también hacía fotos. Y de pronto pensé: pero con esto no sé si puedo pasarlas al ordenador...
Estos días me han visitado amigos, como siempre, que además se han hecho cargo de trabajos domésticos que para mí son difíciles ahora (antes me avergonzaba de que lo hicieran, ahora sólo siento gratitud, que es una fuente de felicidad). J. lo hace siempre, la otra Bel vino hoy, V. vino a buscar llaves e instrucciones para acompañar a Rufus. Giuseppe no pudo venir, estaba seleccionando cuentos clásicos y contemporáneos para unos editores de libros de texto que no han leído el prólogo maravilloso de Nathaniel Hawthorne. Buscaba un cuento y yo me agaché en mi polvorienta estantería de cuentos clásicos infantiles, pero no pude encontrarlo. Vinieron mis amigos semi-italianos con su manjar delicioso; quieren estar conmigo también el día D, aunque no puedan verme. Y es que esa mañana yo me había despertado mejor, tal vez gracias a una cena o tal vez gracias a unas respiraciones hara, y me sentí la hormiga atómica y empecé a hacer trabajos de Sísifo y acabé volviendo agotada al sofá. Cuando se fueron mis dos amigos, me subió la fiebre.
Hoy, J. me hablaba de su tristeza, de la que no se siente autorizado a hablarme porque intenta siempre alegrarme y parecer contento, de todo lo que tiene que digerir sin apenas darse el derecho a quejarse. Y yo, aunque estaba en esa nube melancólica y dolorida de esta mañana, me he alegrado de que lo dijera porque lo sé desde siempre y otras veces se lo he dicho y creo que es mejor que a veces pueda verbalizarlo también conmigo. Aunque yo apenas pueda hacer otra cosa que escucharle en silencio.
Pero ¿no son los silencios a veces la escucha que yo misma quisiera? Sólo eso, ser escuchada y sentir cómo me vuelven esas palabras, reflexivamente... Esa pequeñez podía ofrecerle yo... y la lluvia.

Escribo. Cuando puedo, cuando tengo fuerzas y estoy sola, escribo. Escribo como Rufus duerme. Escribo ese libro extraño y desestructurado, ahora ya con su working title, lo cual es un alivio para mí: poner nombre a las cosas. Fotografío el cielo, como un arma contra la tristeza, que a veces se adhiere al cuerpo como una costra, como esta mañana, por el dolor, que me devuelve a la dureza de estos tiempos míos. Las nubes forman a veces masas luminosas, extrañas floraciones, tonalidades insospechadas. Hace noches que no veo las estrellas: pacificada y en plena aceptación de lo que vendrá, duermo algo mejor. Me despierto pero no voy a la sala. La primera noche, Rufus, extrañado, saltó sobre mi cama a las cuatro. Ahora ya lo sabe; ha habido un cambio y ya no me espera. 

A veces me siento casi feliz, olvido que no puedo vivir, olvido que no tengo cuerpo, que habito en una jaula dolorosa y puedo soñar, respirar aunque sea con esta respiración mezquina de ahora. Me siguen ocurriendo cosas pequeñas maravillosas, aunque yo no pueda entender la paradoja de todo esto, ni la extraña duplicidad de sensaciones que engendran. Qué importa. Si me curase, si recobrase un cuerpo de mujer, aunque sea con esas nuevas cicatrices, si pudiera, como dijo mi amigo Giuseppe: "Antes de Navidad, bailarás sobre las rocas". Y yo pensé en un paseo maravilloso que dimos por un camino de ronda, Caterina, él y yo, un día en que el viento había barrido el cielo, poco antes de mi desastrosa intervención. "Oh sí", le dije yo, "volveremos a aquel camino y yo bailaré sobre las rocas..." Hay tantas cosas que quisiera hacer para celebrar mi curación, si lo consigo, tantos lugares y tantos amigos con los que reírme y bailar... Sobre todo G., que necesita como yo esa celebración, la merece después de lo vivido, después de que, en abril, un cirujano de espíritu carnicero le abordase en un pasillo de hospital para decirle que su madre no viviría de ninguna manera, era imposible, en un impulso sádico incontenible, que luego se enseñoreó también conmigo y según él, yo debería haber desaparecido del planeta el pasado julio. Hay gente que afirma así su pequeño poder, sus venganzas contra la traición de Electra, quién sabe qué... Ah, Christiane Olivier sabría...

Como decía, anoche me subió la fiebre, por razones que descubrí más tarde. Mi delgadez es tan extrema que el termómetro de mercurio no se me sujetaba bajo el brazo y al fin tuve que recostarme y quedarme quieta para que no se me cayera y rompiera. Pobre calaverita, me digo a veces, cuando sorprendo mi cara demacrada y espectral en el espejo. Aunque mis amigos siguen viéndome esa luz que yo no veo. ¿Pero qué vemos en los otros? ¿Acaso no vemos también el ser del pasado, el que fue en otro tiempo? Si no, ¿cómo podría existir a veces el deseo? También seguimos pensando en nosotros como los que fuimos, sin edad, sin darnos del todo cuenta del tiempo transcurrido. Salvo cuando ocurren mutaciones como la mía, tan salvajes que cada mañana es una sorpresa reconocerme aún en esta guisa. Nada de esto importaría si de verdad yo pudiera, antes de Navidad, bailar sobre las rocas...

Ha empezado a llover con furia, después de tronar y relampaguear y Rufus, que a veces adopta la personalidad de mi padre, teme a las tormentas, aunque le encanta mojarse un poco cuando hay llovizna.
Mi amiga americana me manda estos días una colección de postales en blanco y negro de Nueva York: Walker Evans, Berenice Abbot, Andreas Feininger, Rudy Burkhardt, Arnold Eagle, Leo Brooks..., todos los buenos fotógrafos que fotografiaron la Gran Manzana. Por el reverso, con su letra preciosa y su trazo ágil, un león protector con un dibujo que va cambiando... 

 

2 comentarios

luz rodriguez -

Lo que ella significaba para mí, para muchos de nosotros... Yo abría su blog con la liturgia, con la devoción de quien abre un camafeo, y soñaba, y aprendía de lo que veía allí. ¿Dónde está ella ahora? ¿Dónde? Duele...

ana -

que la tierra te sea leve, amiga desconocida