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Antón Castro

'EL MONCAYO' DE DEL VAL & VIÑUALES

'EL MONCAYO' DE DEL VAL & VIÑUALES

Eduardo Viñuales Cobos y Roberto del Val publican ’El Moncayo. El paraíso de los naturalistas’ (IFC), donde incluyen textos de mucha gente, dibujos, fotos, testimonios, etc. En el apartado ’Testimonios’, pueden leerse algunos de estos textos. 

Decía Longinos Navás que el Moncayo es un auténtico paraíso para los naturalistas. Cuando los autores de esta guía decidimos trabajar para la Institución Fernando el Católico en la realización de una nueva publicación más sobre la Sierra del Moncayo, sabíamos que todavía quedaban muchas cosas de su paisaje, su fauna y flora, nuevas por contar y por mostrar.

Deseábamos hacer algo distinto a lo ya editado hasta el momento. Más allá de hablar de los sabidos pisos de vegetación o de que la silueta del Moncayo inspiró a Bécquer o Machado, pretendíamos que en esta voluminosa guía natural se hablara de muchos otros aspectos aún poco conocidos y dispersos: que el camino a la cumbre lo trazaron unos astrónomos para observar en 1860 un eclipse en lo más alto, que en estas laderas hay plantas, insectos y una seta que llevan el nombre del Moncayo, que por aquí han pasado viajeros y grandes estudiosos de las Ciencias Naturales -como el propio Navás-, que nuestra montaña pudo ser el tercer Parque Nacional de España, que se han hallado pisadas de dinosaurios y restos fósiles de leopardos que en otro tiempo habitaron sus laderas… Y más, mucho más, porque en este libro hablamos también de rocas muy antiguas, de trilobites y del brillo de los minerales, de frías aguas que hacen un trasvase subterráneo, de hielos glaciares desaparecidos, de nieves y nubes cargadas de humedad, de flores endémicas, de árboles singulares, hayas y robles, de chordones, de setas, de águilas reales, mariposas, murciélagos y lobos, de cuevas y muelas calizas, de los pueblos y su historia… o de carboneo, neveras y viñedos.

Así mismo queríamos mirar con lupa el latido silvestre de cada uno de los ecosistemas, y que este libro rebasara las fronteras impuestas por reyes o seres humanos mirando igualmente a la vertiente de Soria, no sólo a la de Zaragoza. Nuestra intención final era que el libro estuviera ilustrado con bonitas fotografías que hemos ido realizando a lo largo de los últimos años de trabajo y dedicación, contando con el apoyo gráfico de otros fotógrafos que han retratado la vida salvaje de tan maravillosa montaña.

Y, por último, pretendíamos que el libro que tienes en tus manos fuera un compendio donde la Naturaleza del Moncayo fuera la gran protagonista, pero en cuyas páginas colaboraran muchas personas, desde los expertos que mejor conocen sus secretos o la gente del Moncayo, hasta a los niños que lo miran cada mañana al despertarse.

Todos esos empeños ya están materializados en tus manos, amigo lector, y nuestro deseo final ya sólo es uno: que este libro te guste, que lo disfrutes y te ayude a amar con pasión esta montaña viva, el Moncayo.


HEMOS LEÍDO

 “Innumerables son los espectáculos sublimes y de arrobadora belleza que nos ofrece el Moncayo. Unas veces se posa la niebla a nuestras plantas, mientras nos envuelve la luz solar; se la ve subir por las escarpadas vertientes a las que se adhiere caprichosamente para disiparse, como por encanto, al acercarse a nosotros, o juguetear con nuestro cuerpo al que arrebuja o del que se desprende a intervalos; otras, mirando a lo lejos las nubes que se dilatan en el firmamento muéstranse blancas, iluminadas por los rayos del sol, semejando olas espumosas en un océano sin límites”.

 

José María Sanz, El Moncayo, 1935.“La rueda de la estaciones es más perceptible en el Moncayo. Con los chaparrones primaverales los pueblos despiertan del letargo y salen de romería, plantan mayos y comen, beben y cantan al aire libre; al tiempo que el campo, los frutales y los sotos acaparan blancos, rosas, verdes y añiles que inundan la retina. El verano es una granada cosecha de siestas en zaguanes de la infancia y jubileos en bodegas de ultratumba. La alegre vendimia reina en el otoño y el rebollón en el pinar, cuando la apoteosis del oro viejo se adueña de los sotos del Huecha para anunciar con trazos violetas la aparición del invierno al calor de la lumbre, el trasiego del oro líquido en el trujal y la exaltación del buda porcino”.

 

José Antonio Román, La Montaña marina (Monte Sólo), 2005.“Veruela es un milagro en piedra. Centro y albergue de cultura medieval, símbolo y documento esencial de uno de los más importantes movimientos del arte universal. El monasterio constituye un bello y artístico cenobio. Es un museo de arte. Veruela es la gran fundación aragonesa, albergue del romanticismo artístico y literario, de las leyendas del Moncayo que zumban sobre la vegetación y los riscos de sus aledaños y correntías: romanticismo exprimido por Bécquer en su celda monacal junto a la Cruz negra que también cantaran otros soñadores”.

 

Emilio Poyo, Moncayo de Aragón y Castilla, 1962.“Todo allí es grande. La soledad, con sus mil rumores desconocidos, vive en aquellos lugares y embriaga el espíritu de su inefable melancolía. En las plateadas hojas de los álamos, en los huecos de las peñas, en las ondas del agua, parece que nos hablan los invisibles espíritus de la Naturaleza, que reconocen un hermano en el inmortal espíritu del hombre”.

 

Gustavo Adolfo Bécquer, Los ojos verdes, Rimas y leyendas.

Cuando anochezca en mí como un día cualquiera, acércame a Trasmoz para ver el Moncayo bajo el bosque de estrellas.

Quiero sentir muy dentro los chopos vigilantes del último crepúsculo, el aire transparente, la grama en los caminos, los tormos en los surcos, el olor de la alfalfa, el trigo entre los ruejos.

Llévame de tu brazo a oír trotar el cierzo, balar a las ovejas; contemplar bajo el cielo las nubes pasear o la geometría del vuelo de las aves y de los aviones, sus gentes tan sencillas, los huertos despegados como un museo abierto, la rudeza elegante del castillo, la iglesia con sus piedras dormidas, La Casa del Poeta y el sobrio cementerio que en silencio me espera”.

 

Ángel Guinda, poesía Trasmoz.“He visitado el tan renombrado valle de Ordesa, declarado ya Parque Nacional, y también Covadonga; y sin quitar nada de los encantos de estos dos parques nacionales de primera fila, en la parte científica tengo por muy superior al Moncayo”.

 

Longinos Navás, Informe “El Moncayo, Parque Nacional”, 1926.

Hacía mucho tiempo que deseaba ascender al Moncayo; desde el día en que, en momentos de atmósfera muy clara, lo había entrevisto desde uno de los picos del Pirineo, a más de 170 kilómetros, y me quedé impresionado por la majestad de su imponente macizo. Cuando pude verlo de nuevo, en mejores condiciones climatéricas, le dirigí, con un amistoso saludo, el deseo de conocerle de cerca. Este deseo iba a realizarse ahora”.

 

Aymar d’Arlot, conde de Saint Saud, 1891



· Carta para Aitana, sobre el Moncayo soriano.

Carmelo Romero Salvador, originario de Pozalmuro y profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.

 

Habrás de saber, Aitana, que tu abuelo nació mirando al Moncayo. Y que ello, claro está, le ha marcado. Al fin y al cabo, estamos hechos de naturaleza y de paisajes y ninguno deja más huella que aquellos que vimos y asumimos como nuestros en la infancia.

Contemplada desde la orilla soriana –mi orilla de nacimiento, Aitana- la mole del Moncayo, como escribía Antonio Machado, varía y entremezcla, según los días y según las luces, el blanco y el rosa, el azul, el gris y el verde. Pero siempre, siempre –con cualquier color de su arco iris-, es tan hermosa como altiva.

Comprobarás, Aitana –porque estoy seguro de que muchas veces clavarás tu vista y pondrás tus pies en el Moncayo-, que su cumbre acostumbra a estar cubierta, incluso con cielos despejados y claros, por alguna nube. Es, como decían los ancianos de mi pueblo, la particular “boina” del Moncayo. Y comprobarás también, Aitana, si sabes mirar no solo con los ojos de la cara, sino con los ojos del alma, que el Moncayo es un hilo umbilical entre el Aragón donde naciste y la Castilla de la que proceden tus padres y todos tus abuelos.

Hay llanuras, Aitana, que separan a los pueblos y a sus gentes, y hay montañas que los unen, porque no es la geografía la que determina las relaciones entre los seres humanos, sino la voluntad de éstos. Afortunadamente el Moncayo es, desde hace mucho tiempo, una prueba de ello. Quizás, por encima de cualquier cuestión, esa sea la principal lección, Aitana, que debemos extraer, preservar y cultivar quienes nacieron mirando al Moncayo desde la linde aragonesa y quienes lo hicimos, como te decía, desde la tierra castellana.

 

 

*La fofo es de Eduardo Viñuales.

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