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Antón Castro

UN DIÁLOGO LITERARIO CON XAVI AYÉN

«Arrabal resopló y, muy digno, se levantó y se fue»

 

«No he hallado una imagen que valga

más que mil palabras bien puestas»

 

«Me llegó al alma la dedicación de

Kenzaburo Oé a su hijo discapacitado»  

 


El pasado 12 de enero de 2017 publiqué esta entrevista con Xavi Ayén (Barcelona, 1969), biógrafo del boom y uno de los grandes entrevistadores literarios de España. Hoy está en Zaragoza para hablar, con Míchel Suñén, de 'La vuelta al mundo en 80 autores' (La Vanguardia). Desde hace unos meses, escribe todos los domingos una columna en la sección de opinión. (Este texto lo publiqué en 'Artes & Letras' de Heraldo de Aragón.)

 

Empezaré con una broma: ¿cuál es su objetivo al compilar, rehacer y preparar este libro: ‘La vuelta al mundo en 80 autores’ (La Vanguardia)?

Así justamente empieza todas las entrevistas un colega mío que no tiene tiempo de leerse los libros de los entrevistados. Lo cito en el prólogo y además lo pongo como ejemplo a los alumnos de periodismo porque con esa pregunta, a partir de la respuesta, se pueden formular nuevas preguntas e intentar conseguir una conversación publicable. Lo mejor es documentarse bien, claro, pero el periodismo es imperfecto por definición y hay que tener recursos para las emergencias. Mi objetivo era ofrecer una guía de lectura, una panorámica global de lo que se está publicando en el mundo, partiendo de mi trabajo diario como entrevistador, pero reelaborando todo el material y ofreciendo fichas, mapas e índices por idiomas, países, alfabético… Las entrevistas son fusiones de varias al mismo autor y están editadas de nuevo para evitar repeticiones o referencias desfasadas a la actualidad del momento.

¿Qué es para usted una entrevista, qué significa entrevistar, qué busca?

Entrevistar a escritores no tiene nada que ver con entrevistar a políticos, a los que, a menudo, debes romper el discurso e intentar poner en apuros. Los libros se explican solos, por lo que la voz del autor debe aportar un plus, algo de valor que enriquezca la lectura, incite a ella o, al contrario, persuada de acometerla. Es la fórmula clásica: debemos entretener e ilustrar, «instruir deleitando».

¿En qué se parece preguntar a conversar, si se parece en algo? ¿Usted pregunta o dialoga?

Eso es muy interesante. Yo pregunto. Estoy haciendo un trabajo y encamino toda la charla a conseguir buenos materiales para el lector. Me pongo el casco y empiezo a excavar hasta que encuentro el mineral. Puedo conversar luego, cuando se apaga la grabadora, pero entonces es más disperso: puedo dedicar dos horas a hablar de Vladimir Nabokov, puedo chismorrear, hablar de mi familia... Cosas que no haría en la entrevista (a no ser que fuera al hijo de Nabokov).

¿Cómo prepara las entrevistas? ¿Qué ingredientes trabaja?

Tengo cuatro folios distintos (bueno, dos con anverso y reverso) donde, mientras voy leyendo los libros del autor y documentándome, anoto las preguntas que se me ocurren. Así, me queda siempre el cuestionario dividido en cuatro temas, que siempre son: ‘Biografía’, ‘Última obra’, ‘Conjunto de obras’ y ‘Política y sociedad’.

 

¿Lo esencial es leer el libro, o los libros, o conocer al personaje?

Las dos cosas. Personalmente, prefiero las entrevistas basadas en los libros. En realidad, me temo que gustan más las basadas en rasgos llamativos del personaje: el Nobel de matemáticas que es esquizofrénico (Nash), las excentricidades de Houellebecq... Lo ideal es combinar ambos elementos.

En el libro hay varias formas de redacción. Estilo directo, indirecto, mezcla… pienso en la entrevista-viaje de Carme Riera… ¿De qué depende su elección?

Los periodistas tenemos que seducir desde el primer párrafo. Cuando no sé cómo redactar una entrevista me pregunto: «¿Cómo se lo contaría a un amigo?» y fíjate que siempre empezamos, entonces, por lo que tiene más gracia y estructuramos un relato divertido. Intento seguir ese tipo de intuiciones. Carme Riera había escrito un libro delicioso sobre Mallorca y me llevó por varios escenarios de Deià a pasos de contrabandistas o playas de piratas… Eso tenía gran interés, porque en cada espacio encontrábamos una historia de su vida. O, en la entrevista con John Nash, me veía obligado a explicar cosas como en qué consiste la teoría de juegos, o que él entrenó a Deep Blue, el ordenador que batió a Kasparov, otro de los entrevistados…

Hay muchas curiosidades. Por ejemplo: la entrevista casi monólogo de Guillermo Cabrera Infante. ¿Qué sucedió ahí?

Un día entrevisté a Cabrera Infante por teléfono, estuvimos tres cuartos de hora hablando pero solo me alcanzó a formularle tres preguntas, tal era su tendencia al monólogo. Comiendo al día siguiente con un colega, me dijo: «No te quejes, yo solo le pude lanzar la primera pregunta y se puso a hablar solo». Aquella entrevista-monólogo era excepcional. Hay gente, muy poca, que se podría autoentrevistar.

¿Por qué fue la de Fernando Arrabal la más corta de su vida?

Corta pero brillante. Fue en 1998. Él había publicado ‘Ceremonia por un teniente abandonado’, el libro sobre la desaparición de su padre, republicano, durante la guerra civil. El día antes, apareció en el programa de más audiencia de España, ‘Quién sabe dónde’, que presentaba Paco Lobatón y en el que se buscaba a gente desaparecida, con ayuda de testimonios, policías, etcétera. Salía gente anónima, muchas veces en situación desesperada, porque habían perdido a su hija, a su padre, su hermano… Y apareció él, 60 años después de los hechos y coincidiendo con la salida del libro. La primera pregunta que le formulé fue: «¿No cree que su aparición en TVE puede ser vista por algunos como una maniobra de promoción del libro?». Resopló, me dijo, muy digno: «Esa pregunta no se la formularía usted jamás a Cervantes», se levantó y se fue.

La de Catherine Millet no es mucho más larga…

Bueno, en realidad el original es mucho más largo, pero es una de las que más han sufrido por las tijeras, para mantener la paginación del libro en unos límites aceptables. ‘La vida sexual de Catherine M’ (Anagrama), donde cuenta su desenfrenada biografía amatoria, fue uno de los fenómenos del 2001 y quise incluirlo porque me parece muy bien escrito. Que mostrara sus pechos al fotógrafo es anecdótico.

Dos de sus mejores aliados han sido Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Dos grandes escritores y rivales. ¿Qué impresión tiene de ambos?

Entré en casa de García Márquez en México como mensajero de Carmen Balcells, su agente literaria. Le traje desde Barcelona una maleta de más de 40 quilos con sus regalos de Navidad y, gracias a la complicidad de su esposa, Mercedes Barcha, pude convertir aquel encuentro en entrevista. Allí me dijo que había dejado de escribir, noticia que reprodujo hasta el ‘New York Times’.

¿Y de Vargas Llosa?

De Vargas Llosa, el recuerdo más intenso es la mañana de 2010 en que le comunicaron que había ganado el Nobel de Literatura, y que yo tuve la suerte de poder compartir con él en su apartamento de Manhattan. Uno se murió, Gabo, y al otro hace tiempo que no le he visto, pero son experiencias inolvidables.

Da la sensación de que en sus entrevistas ha tenido una gran determinación, total ausencia de pereza y, a veces, un poco de fortuna. ¿Está de acuerdo?

Pues, ahora que lo dice, sí, creo que sí. La literatura me apasiona, tengo un gran miedo a no prepararme bien los temas y a veces peco de lo contrario, del exceso de información en relación con el espacio disponible. Los obsesivos tenemos esa parte positiva, nos tomamos el trabajo en serio.

¿Qué es lo más raro que ha tenido que hacer para conseguir una entrevista?

Aparte de transportar la maleta de Gabriel García Márquez, ponerme esmoquin y bailar un vals en la gala del Nobel de la Academia Sueca (son dos cosas muy difíciles para mí). Así conseguí un contacto que me abrió las puertas de un laureado.

¿Cuándo se siente más cómodo un escritor y se abre más a las confidencias?

Cuando te ha visto varias veces, y has pasado días y has tenido encuentros de largas horas. La confianza se consigue con tiempo. Aunque nunca sabes, con Lobo Antunes fue de sopetón: le conté cómo había leído en un hospital su ‘Exhortación a los cocodrilos’, enfermo, con una fiebre altísima, y cómo algunas partes de lo leído se me mezclaban con delirios, y eso a él le hizo evocar la enfermedad de su esposa, que acabó muriendo, y me explicó cómo hacían el amor a pesar de las secuelas que la dolencia había dejado en su cuerpo. Era una confesión impactante y al tiempo de una gran ternura.

Si uno no le conoce bien, puede parecer inofensivo. ¿Es esa apariencia de timidez y de bondad lo que desarma a sus entrevistados?

¿Por qué «apariencia»? ¿No cree que sea tímido y bueno en realidad? Pues vaya… No se trata de ninguna estrategia, es mi personalidad, pero me doy cuenta de que a veces produce un efecto poniatowskiano (una de mis entrevistadoras preferidas, libros como ‘Palabras cruzadas’ deberían llegar a España), Elena me dijo que «al ser chaparrita y joven», con aspecto ingenuo, los entrevistados se le abrían más.

Hablemos de entrevistas conmovedoras. ¿Cómo se logra una confesión como la de Carlos Fuentes: «[A mis hijos muertos a los 25 y 29] Los tengo siempre presentes, cada línea que escribo. No sucedía así mientras estaban vivos pero cuando murieron los integré en mi escritura»?

Yo tengo dos modelos profesionales inconfesables. Quedaría mejor decir que sigo los pasos de Bernard Pivot, pero en realidad uno es un amigo que trabaja de comercial en una fábrica de embutidos, y que dedica la mayor parte de su horario laboral a visitar a sus clientes, o potenciales clientes, interesándose por sus vidas, charlando de todo un poco, ayudándoles en lo que puede, habla de todo menos de negocios, eso ya llega con el tiempo, él se dedica básicamente a crear vínculos. Y el otro es Julio Salinas, que, cuando jugaba de delantero, era el más desgarbado de todos, parecía que no hacía nada, pero siempre estaba cerca de la portería cuando pasaba la pelota… y marcaba.

Hay autores que parecen vivir escindidos. Un caso perfecto sería el de la Nobel Toni Morrison. ¿Ha visto más creadores así?

Morrison cuenta que tiene un personaje-escritora, con el nombre que conocemos, y luego su personalidad ‘real’, con el nombre que figura en su DNI. Es impresionante la diferencia entre ambas. La verdad es que sucede con muchos, y ahora que lo dice, me doy cuenta de que los que más se disfrazan para salir en la prensa tienen un éxito notable. Amélie Nothomb o James Ellroy.

¿Quién le ha conmovido especialmente: por su lucidez, por su humanidad, por su tormento, porque es un distraído…?

Me llegó al alma la dedicación de Kenzaburo Oé a su hijo discapacitado, no es ninguna pose o impostura con fines literarios, me pareció alguien profundamente empático, sensible y sinceramente preocupado por explicar el dolor del mundo. O que Naguib Mahfuz, ciego y con incontables molestias a causa de la puñalada que le clavó un islamista, siguiera saliendo cada día de tertulia con sus amigos. Umberto Eco era capaz de recordar dónde tenía cada uno de los 35.000 volúmenes de su biblioteca, clasificados en absoluto desorden.

¿Hay algún diálogo que haya sido muy incómodo o doloroso?

A Wole Soyinka lo entrevisté en Nigeria llevando siempre dos guardaespaldas armados detrás, por la situación de violencia del país. Y, en la primera entrevista que le hice al poeta Jesús Lizano, solo me contestaba declamando versos, sin aparente relación con lo que le preguntaba. Luego me di cuenta de que sí la había…

¿Extrae alguna conclusión acerca de la importancia social de la literatura?

Hay un tipo de verdad sobre la naturaleza humana que solo alcanzamos a vislumbrar mediante la palabra escrita, solamente la literatura -que parece la disciplina más inútil de la Tierra- ha podido expresar ciertas cosas sobre la pasión, los celos, la soledad, el sufrimiento, el odio, nuestro inconsciente y necesidades afectivas… Por mucho que miro a mi alrededor, no he encontrado nunca una imagen que valga más que mil palabras bien puestas.

¿Podría rescatarnos tres o cuatro de sus frases favoritas?

De Günter Grass: «Me hice S.S. para huir de mi familia, llevar uniforme atraía las miradas, reforzaba mi yo… Lo que más me duele es todo lo que no hice, toda la gente que no salvé del horror, amigos y familiares, es un dolor que no me abandonará jamás». De Elena Poniatowska: «La cárcel es una dádiva para una periodista, es donde más puedes encontrar relatos de vida». De Luis Goytisolo: «El impulso sexual y el literario son el mismo». Y del premio Nobel Patrick Modiano elijo: «El tiempo es tan destructor como un bombardeo».

 

*La foto de Xavi Ayén es de Lisbeth Salas. 

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