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Antón Castro

DOS BELLEZAS EN EL PRADO

 

BELLEZAS ETERNAS

Por Mónica Gutiérrez Sancho

 

Caminar sin seguir el plano de los siglos. El laberinto organizado para transitar por la historia de una manera ordenada. He decidido perderme entre épocas, gente que deambula entre obras de arte, cuadros, que cuelgan de paredes que les observan por la espalda sin poder llegar a asumir lo que atrapan entre sus manos.  Observo obras de arte que a pesar de haberlas visto tantas veces como a un vecino de escalera, no permiten que tu boca permanezca cerrada. Debes parar. Saborear y paladear los trazos con sabor a ocres, bermellón y claro oscuros.

Me encuentro delante de ella. La imagen de esa Inmaculada de Murillo, con una pureza tal que hace pensar que quién plasmó ese rostro tuvo que sufrir por tener que soltarla entre pinceladas. Ahí está, preparada para subir al cielo montada en una luna. Empujada por esa infinidad de angelotes regordetes con el culo al aire y esa eterna apariencia infantil.  Es inevitable sentir una feroz envidia a todo aquel que tenga además la suerte de contemplarla con la fe que otorga la creencia en algo. Yo no la tengo. Y miro por todas partes intentando encontrarla. Al menos por un momento.  Ese momento.

No la encuentro. Allí tampoco, pero al girarme la veo. Es una mujer tan bella como el pecado. Con mirada melancólica. Larga melena, ondas y rasgos que me doy cuenta tienen una diferencia absoluta con los suaves y delicados movimientos de Inmaculada que asciende a los cielos. Ella es atemporal. Ni pasado ni futuro. Junta las manos con un gesto de contrición tal, que me hace estremecer, como lo grandes, y profundas que son sus ojos. Ojos, que sufren. No están tranquilos y parecen suplicar un constante perdón. Si es que alguien tan hermoso ha sido capaz de hacer algo malo. Esas manos y esa mirada que implora clemencia es tan hiriente, tan bella a la vez que tan desoladora que si me dejaran lanzarme a la pared, la abrazaría y le pediría que dejara de sufrir de esa manera. ¿Quién eres? ¿Qué te ocurre? Sólo puedo mirarla. Y leerlo: “La Magdalena” de Ribera. Acaso podría tener ser otra. Ingenua de no haberme dado cuenta antes que era ella. La mujer que aún espera un perdón que ni tan siquiera le corresponde pedir.  Miro a una y a otra. Miro sus rostros y me siento. No sé qué he encontrado, pero aún no quiero marcharme. No puedo.

 

*Mónica Gutiérrez Sancho es novelista y apasionada a la música de jazz. Actualmente reside en Barcelona, muy cerca del Mediterráneo. Acaba de terminar su segunda novela; tuvo magníficas críticas con ‘Si vuelves te contaré el secreto’ (Caballo de Troya). Hace unos días visitó el Museo del Prado y estos dos cuadros de Murillo y de Ribera le sugirieron este texto.

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