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Antón Castro

BOUSOÑO, POR PEDRO GARCÍA CUETO

BOUSOÑO, POR PEDRO GARCÍA CUETO

BOUSOÑO A TRAVÉS DE UN POEMA DE INVASIÓN DE LA REALIDAD

POR PEDRO GARCÍA CUETO

  Pocos libros tan entusiastas como este, pocos espacios de luz tan diáfanos como el que nos dejó el recientemente fallecido Bousoño, el gran poeta, gran amigo de Aleixandre, Premio Nacional de Poesía, Premio Príncipe de Asturias, Académico de la Lengua, tantas cosas que se acumulan en una biografía impresionante, la del pensador asturiano nacido en 1923 y muerte el 24 de octubre del 2015.

    Hay un poema del libro Invasión de la realidad (1962) que refleja lo que Bousoño ha sido, un hombre creyente, de gran calado emocional, un hombre cuya fe ha permanecido durante el tiempo, donde su poesía ha quedado como un legado de un hombre unido a Dios y a su concepto.

    El poema se llama “Cuando vaya a morir”, en él escuchamos el latido de Bousoño, su voz, la respiración del hombre que ha creído en el idioma, que ha dado su vida por él, sentimos el crepitar de las puertas que nos invitan a existir, a leer los versos como una vidriera que deja pasar, pese a la oscuridad interior, la luz de la vida.

   Dice asÍ: “Esa piel, esa flor, ese zafiro / de unos ojos, después, en qué se para…/ Yo te quisiera luna que rodara / en la frescura de un eterno giro”.

   La declaración de amor hacia ese ser queda expresado en estos versos, ser piel, ser flor, ser zafiro, la importancia de serlo todo para que el amor se colme en unos brazos amantes y amados.

   “Quisiera eternizarte cuando miro / ligeros surcos en tu dulce cara: / soplar, y tu entereza perdurara / cuando oyeses la muerte en mi suspiro”.

    El poeta late en ese momento eterno y mágico del amor, donde los surcos son el paso del tiempo, algo hay que permanece en el deseo amoroso, pese a que el tiempo todo lo horada.

    No existe posibilidad de ser sin tocar al amado, amada, sin que su presencia se nos haga corpórea, necesitamos ver que el tacto logra crear el paisaje del sentimiento, todo en un fugaz momento, que nos invita a pensar que el amor es efímero en el tacto, pero eterno cuando lo pensamos y lo evocamos, el amor es una lluvia que nos cala, pero luego al secarnos, guardamos el recuerdo de esa lluvia y pese a estar secos, seguimos mojados por dentro, nos dice Bousoó, como la fe en Dios, que nos sigue en cada momento, que se nos revela en cada instante.

   En los tercetos, vive el poeta que sabe que el soneto debe encontrar su segundo parte, la que muestra el deseo, lo que el poeta quiere para ser feliz:

“Tenerte cerca entonces yo quisiera, / tocarte solo en un instante breve: / saber que estás segura, erguida, entera”.

      Los atributos del ser amado son segura, erguida, entera, porque son los que refuerzan su amor, el adjetivo “entera” ya hace alusión del  amor total, con el cuerpo y con el alma, como si nada pudiese parar esa pasión existencial.

    Termina el poema con los versos que unen el amor del poeta con la Naturaleza, porque toda invocación debe ser resuelta entre árboles, vientos, rosas, espacios donde la vida cobra toda su belleza. La alusión a la primavera tiene que ver con ese concepto de primavera como aparición de la vida y su belleza, pero también acecho de la muerte, para aquellos que ya les queda poco tiempo o para los desafortunados que ya han decidido unirse a las sombras:

“Como robles a quien viento no se atreve, / Como de primavera, la bandera. / Como la tarde y su vestido leve”.

    Ser roble para soportar el tiempo, ser primavera, para llevar en la mirada el sueño de la vida, su resplandor. El vestido leve es la metáfora de la vida que nos abriga, pero levemente, luego nos desabriga ante la muerte, simplemente nos quita el frío un tiempo, pero todo ha de llegar, en el invierno de nuestro tiempo.

    En este bello poema podemos sentir el magisterio de Bousoño, su luz interior, que le hace ver la vida como una sucesión de tacto, Naturaleza, todo ello orientado a que nos preguntemos qué hacemos en el mundo y por qué es necesaria la fe para soportar mejor la frialdad de la vida.

    Muere Bousoño y con él el espíritu de una época, su amor por las Humanidades, sus clases magistrales, su búsqueda de una razón para existir, puede que para él lo fuera todo ese mundo de libros, de letras que han ido jalonando su vida, hasta llegar al punto final, esa muerte que, para él, es solo un punto y aparte.

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