ROSA MONTERO, PREMIO NACIONAL DE LAS LETRAS ESPAÑOLAS. DIÁLOGO
ROSA MONTERO
“El amor físico puede ser una cárcel”
Antón CASTRO
“Soy una enamorada de las salamandras y me tatué una hace dieciséis años. Me encantan los lagartos, me parece que son como dinosaurios domésticos o como dragones de verdad, diminutos, y además, es uno de los múltiples mitos de regeneración que tiene y cultiva el ser humano. El ser humano es capaz de volver a empezar, una y otra vez, después de estar convertido en un moco en el suelo. A lo largo y ancho del planeta hay muchos mitos de regeneración, y la salamandra es uno de ello, como el Ave Fénix. Se supone que echas una salamandra al fuego y no se quema. No se le ocurra hacer algo, pero es una mágica criatura del fuego. Y por eso hay un tipo de estufa que se llama salamandra, ¿sabe? Siempre me han gustado. No hago colección porque yo no tengo temperamento de coleccionista, hace falta ser metódico, y yo soy todo lo contrario. Desordenada, caótica, como la imaginación misma”, dice Rosa Montero (Madrid, 1951), una escritora caracterizada por la firmeza de sus materiales, por una convicción inquebrantable de narradora, de contadora de historias, de atmósferas y de personajes que publica uno de sus libros hondos, transparentes, de intriga y reflexión, La carne (Alfaguara, 2016), una novela que nace de un estado de iluminación, de fluidez, de alguien que pasa por un período de inspiración o trance, según revela, desde la redacción de La ridícula idea de no volver a verte y El peso del corazón.
-Vamos a empezar por Bruna Husky, que es casi su álter ego visionario…
-De todos los personajes que he escrito, es el más cercano a mí, en lo profundo. Realmente, en lo esencial de estar frente al mundo, el más cercano es Bruna Hasky. Sin duda.
-¿Por qué?
-Porque tiene el mismo temperamento vital. Está obsesionada por la muerte, como yo, pero también llena de vida. Yo desde los diez años me recuerdo, o desde antes, supongo, diciéndome: “Mira. Rosita, qué tarde tan bonita, disfrútala; luego corriendo corriendo estarás durmiendo por la noche, corriendo corriendo estarás en el colegio otra vez, corriendo te habrás hecho mayor, corriendo corriendo se habrán muertos tus padres…”
-¿Eso se decía?
-A los diez años. Entonces, siempre he tenido una obsesión por el paso del tiempo y por la muerte, pero eso no es para llorar tampoco. La verdad es que cuando estás muy lleno de muerte, estás muy lleno de vida. Y eres capaz, justamente, de disfrutar el momento. A Bruna le pasa eso. No solo es que tema la muerte, que la teme, la cabrea, le indigna, la odia, le parece que es un fraude que le han hecho. En el caso de Bruna y de los humanos. Pero la vida es un fraude: venimos aquí con esas ganas enormes de vivir, con un yo inmenso que lo ocupa todo, con un proyectos, con sueños, con sueños que son infinitamente más grandes que nuestra vida y en dos parpadeos, si tenemos suerte, nos hemos convertido en viejos. Y si no tenemos suerte, nos morimos jóvenes. Y te rebelas, te decepcionas, esa conciencia de fragilidad o de fugacidad te hace polvo. Si tienes suerte, la vida consiste en que vas perdiendo todo, las fuerzas, la cabeza, la autonomía y después te mueres. Es que me parece como una burla y me indigna. Bruna es exactamente igual que yo, en eso. Y luego es igual que yo, pero más exagerada, en todo porque los personajes son máscaras y nunca son exactamente como tú, pero también se come la vida a bocados. Todo eso, que es muy mío, ella lo lleva a la exageración porque vive diez años, nada más. Sabe cuando va a morir, además, lo cual debe ser enloquecedor.
-¿Y por qué se ha ido solo cien años más allá del presente en sus ficciones?
-Me bastaba. Yo quería hacer un mundo. Yo quería un mundo propio, regalarme ese mundo propio; yo creo que todos los escritores tenemos esa tentación. Me acuerdo de un entrevista que le leí a J.R. Rowling que decía que cuando acabó el séptimo Harry Potter se pasó un año sin salir de la cama sin poder salir de la depresión que le dio.
-¿Y usted entiendes eso?
-Sí, claro. Irte de un mundo tan sofisticado, como el de Harry Potter, un mundo complicado y coherente, y no poder volver, eso sí que es un exilio. Tener tu propio mundo es algo maravilloso. Lo que quise hacer con Bruna Husky es tener mi propio mundo. No escribí Bruna Husky para hacer una distopía, no creo que mis novelas sean distópicas para nada, son realistas…
-¿Realistas?
-Son las novelas más realistas que he escrito. Junto con la de La carne, que es una novela muy realista también. Detallistas en lo real, muy a lo menudo…
-¿Le parece que le mundo dentro de cien años será así o se habrá quedado corta?
-Puede ser bastante parecido. En cualquier caso, además, insisto yo no quería hacer una distopía para avisar de los peligros que vienen. Reflejo el mundo tal como pienso que puede ser, pero en realidad lo que quiero es reflejar el mundo de hoy, quiero hablar de la condición humana. Y me da igual ponerme dentro de cien años en el siglo XXII, o hacerlo, como hice en Historia del Rey Transparente, en el siglo XII. Claro que si lo pones en el siglo XII, tienes que saber cómo era el mundo entonces, armarlo, y si lo pones en el siglo XXII tienes que intentar imaginar cómo va a ser ese mundo. Pero eso es secundario, esa no es la ambición primera que me lleva a escribir.
-¿Por qué hace ciencia ficción?
Siempre me ha gustado. Tengo una novela de ciencia ficción que es Temblor. Es mi quinta novela, de 1990. Y luego está mi segunda novela, La función delta’. Esa novela era de anticipación. La mitad sucedía en 1980 y la otra mitad treinta años más tarde. Por desgracia ya he pasado esos treinta años del futuro de mis novelas. No he buscado nunca un ciclo sistematizado, he ido escribiendo las novelas una a una, no obedecen a un plan. No es una saga, no es que yo tenga en la cabeza una historia que necesite veintisiete libros para contarla, ni tres ni cuatro, sino que yo quería hacerme un mundo: un mundo coherente, con personajes estables, que pudiera visitar cuando me diera la gana. Y eso es un lujo. Lo que sí sucede, claro, es el detalle que va creciendo en cada libro.
-Decía hace unos días que uno de los problemas de la robotización de la sociedad es que se van a perder muchos trabajos.
-Estamos en eso. Se me ocurrió La función delta para hablar, entre otras cosas, de ese asunto. Había salido un informe de la Comunicad Europea, se hizo en los años 70, con 100 0 200 personalidades multidisciplinares para intentar saber cuál sería el impacto de la revolución electrónica en la sociedad. El informe era espectacular. Decía que se iba a destruir empleo para siempre, que esto implicaría una revolución en la manera de enfrentarse al trabajo, para que esto no destrozara decían que había que dejar de poner el énfasis en la vida del trabajo sino más bien en el ocio. Entonces digamos que esa primera parte de la microelectrónica ya ha sucedido; pero ahora estamos en los años de la explosión de la robótica. Y seguro que va a bajar otro montón el empleo. Y somos cada vez más gente en el mundo. Estamos en un momento crucial.
-Hace poco, en una tertulia nocturna en Madrid, decía que una de las novelas suyas que más éxito había tenido es de las que menos le gustaba: La hija del caníbal.
-La que menos me gusta (que me gusta, entiéndame lo que le digo, la respeto y le agradezco mucho que además me abriera un montón de puertas a traducciones y a lectores), pero a mí no me gusta porque la hice con oficio, sobre todo. Y le voy a contar por qué la hice, creo que es la primera vez que lo digo. La novela anterior a esta fue Bella y oscura, que me sigue pareciendo una de mis mejores novelas. Y además una novela muy personal, distinta, creo que de alguna manera, de forma pequeña, era muy original. Tuve la sensación de que había escrito algo que no estaba escrito, que es algo a lo que aspiramos todos los escritores. Y yo creo que tiene un estilo muy depurado, tallé cada palabra y creo que es muy literaria. Me pusieron a parir. Visto desde la distancia, a mí me permitían, digámoslo así, que tuviera éxito, que fuese una escritora no literaria, como periodista, como no sé qué. Y encima mujer en un mundo hipermachista. Me permitían el éxito en tanto en cuanto no sacara los pies del tiesto. Y entonces cambiaba de registro. Los críticos me la machacaron. Dije: “Ah, sí. ¿Qué pasa, que solo se aprecian las novelas más tradicionales”. Me dije que yo eso sí lo sabía hacer, que si no lo hacía era porque no me daba la gana. Y me dije: “Voy a hacer una novela que os va a gustar”.
-¿La hija del caníbal nace del despecho, entonces?
-Nace de la venganza. Muchas veces una escribe lo que sabe escribir. Decir que lo sé hacer fue una soberbia por mi parte, pero resulta que sí, que gustó, que me hicieron unas críticas maravillosas, se vendió un millón de ejemplares. Y es mi novela más convencional. Aún teniendo cosas que no lo son, porque no me puedo resistir a hacer juegos.
-Es una novela de aliento, turbadora…
Sí, metí cosas personales. Fue menos reto para mí, salvo el reto de la profesionalidad. Y me sirvió de mucho. Una vez que me lo había demostrado a mí misma, me dije. “Bueno, ya está. Soy más libre, puedo hacer lo que me dé la gana”.
-No en qué punto pero La carne tiene alguna conexión con Bella y oscura. Hay mucho trabajo, elementos librescos y literarios, juegos de espejos.
-Sí, está muy trabajada también. Sí, incluso en las partes más descarnadas… Pienso en Lolita de Nabokov. Me interesó mucho la parte descarnada de Lolita, salvando las infinitas distancias, y lo cito porque soy una ferviente seguidora de Nabokov. Y porque yo creo que tiene esa manera, ese acercamiento, claro, a distancia sideral, insisto, pero ese acercamiento, negro, sarcástico, que tiene Nabokov con las emociones y los sentimientos, tierno y cruel. Y en eso, en una visión que coincido con él, creo que está en mi novela La carne.
-¿Cómo surgió, nació de alguna experiencia concreta, más o menos personal?
-No, no. La verdad es que a mí no me gusta, desde hace siglos, desde que empecé a escribir, dije, y lo he escrito montones de veces, que aparezca lo íntimo, lo personal, lo que soy. Hay dos maneras de llegar a la universalidad. Una, es partir de tu realidad y de tu biografía y ser tan implacable y tan maduro, y terminar viéndola como un entomólogo ve a los insectos, que conviertas tu realidad en la realidad de todos. Esa sería la vía de Marcel Proust, por ejemplo. Que habla de su vida, pero no habla de su vida, o de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas es toda su historia del Congo, pero es una novela tremendamente literaria, legendaria, simbólica, y sin embargo parte de su vida. Y la otra vía es la contraria: partir de una realidad que no tenga nada que ver contigo, pero profundizar tanto en ella que llegues a sentirla. Y claro, así también alcanzas la universalidad. Vas a lo básico. Y esa sería la vía de Flaubert y Madame Bovary. He pensado que la vía segunda es mejor para autores jóvenes porque la novela es un género de madurez, entre otras cosas porque tienes que conquistar esa distancia con lo vivido. Yo creo que a los autores jóvenes les conviene enfriar su propia realidad, quitar el ruido de la vida propia, alejarse de lo cotidiano para llegar a lo universal. Y que los autores maduros ya lo tienen más claro porque ya hay esa distancia. De hecho el propio Flaubert hizo Una educación sentimental, ya mayor, y ahí sí parte de lo que ha vivido…
-Y usted, ¿con qué se queda?
- En casi todas mis novelas, desde Te trataré como una reina, he partido de personajes muy lejanos a mí. Me gusta eso del personaje como una máscara, no me gusta la literatura autobiográfica en general, para escribirla yo, quiero decir, hago androides que luego terminan siendo tú, pero son androides, del siglo XXII son cantantes de boleros semianalfabetas, son taxistas que se les ha muerto la mujer, prostitutas de Sierra Leona. Sin embargo, desde hace cosa de siete u ocho años veía que iba creciéndome en el interior una cosa, un musguillo, como un deseo de contar una historia en mi entorno, no irme tan lejos. Ya soy suficientemente mayor para que contar una historia de mi entorno sin que mi pequeña vida pierda o se empequeñezca. Ya domino esa distancia, la que decía Julio Ramón Ribeyro, “una novela madura exige la muerte del autor”. Muerte metafórica, que el yo del autor no exista, que se borre.
-En ‘La carne’ incluso da pistas falsas porque se cita a sí misma y hay una escena donde aparece…
-Esa sí que soy yo. Soledad es una misógina y yo detesto a las mujeres misóginas; con todo espero que el lector quiera Soledad, que está llena de frustración, pone un poco mal a Rosa Montero. Aunque las críticas que me hace son sensatas. Muy sensatas…
-Ambas se citan en un café, en un juego de espejos, tan vilamatiano o borgeano.
-Esa escena creo que si es determinante. Ahí se lanza la reflexión sobre la escritura, que es ese placer que te salva. Para eso me interesaba volver a un mundo cercano, para hacer ese tipo de reflexiones que no se las puedo poner a Bruna Husky, de alguna manera… O no se las puedo pasar a mi taxista. Hay montones de cosas que no puedes hacer sino pones un personaje que no esté en tu entorno vital.
¿Qué le interesaba contar en La carne? ¿La historia de una mujer?
-No quería contar una mujer, lo que cuento es de hombre y de mujer, le pasa a cualquiera. Me interesaba contar el vértigo de la vejez no solo como deterioro físico, sino en todos los sentidos. La enfermedad que está agazapada. Soledad es una hipocondríaca total. De alguna manera es una novela sobre el miedo a la muerte pero también de miedo a lo que la vida te ha hecho… Es como si Soledad se preguntase: “qué he hecho con la vida, qué ha hecho la vida conmigo, qué me queda por hacer, qué puedo rescatar, qué puedo perdonarme, qué puedo construir todavía. Qué me espera”. Y en todo esto está otra de las cosas de la que quería hablar, que no he sido de mis primeros temas en el libro, que es el amor. Salvo en el peso del corazón, que tiene mucha importancia,
-¿Qué quería decir del amor?
-También he llegado a la conclusión como persona que el amor mueve al mundo. El amor y el desamor.
-Pero, ¿cuándo ha llegado a esta conclusión? Pensaba que eso era sabido, de conocimiento general…
-Hace poco. Lo digo en serio. Sí. El amor mueve el mundo en general, y quería llevarlo al extremo, no solo de desesperación, llevarlo al extremo de “qué he hecho con mi vida y no he conocido el amor”. Por otro lado, La carne es una metáfora de todos, o de muchos, porque la gente casi siempre piensa, incluso los que han tenido relaciones, que no ha conseguido del todo ser feliz. Es como un sueño de infancia o de adolescencia. Hay mucha gente que está emparejada y está desesperada que tiene como ese agujero negro de no haberlo conseguido. Eso, que era como el sueño, no lo han conseguido. Y quería llevarlo al extremo en una mujer que no lo hubiera conseguido de ninguna forma.
-El libro empieza contando un desengaño, y de repente para darle celos, decide contratar a Adam, un prostituto. Podría dar la sensación de que antes Soledad sí ha sido algo feliz…
-Ha tenido rollos, sí, pero tampoco vas a hacer una Calle mayor ahora. Rollos sí, pero hay una diferencia enorme entre haber tenido eso y tener una historia profunda en la que te sientas feliz de compartir la vida…
-Una mujer de 60 años, ¿puede estar así de obsesionada con encontrarse con la juventud sexual o también su deseo es una revelación?
-Podría ser. Claro que sí. Como muchos hombres sueñan con chicas jóvenes porque eso les renueva, les hace sentir más joven. Será porque no lo ha vivido, será porque se quedó colgada en la primera historia, Soledad se vuelve loca, se tiene miedo a sí misma.
-Es como si Soledad, en el fondo, acabase comprando las ilusiones…
-Ya, las paga por primera vez y tampoco quería. Fue de repente, salió así. Se enamora. Ella dice: “No había vuelto perseguir a nadie hasta ahora”. Antes se había estado protegiendo porque se tenía miedo a sí misma. El amor físico puedo ser una cárcel. Y lo he querido decir. La novela se titula La carne por ambas cosas: es la carne que nos envejece, que nos mata, que nos aprisiona, pero es la carne sexual, la carne que nos facilita un sueño de pasión. Es la carne que nos permite ser eternos aunque sea un instante. El sexo pasional como el de Soledad, es una explosión de vida, de plenitud, la sensación de sentirse querida.
-Explosión de vida y plenitud, que también es para usted la literatura…
-Totalmente. Lo único comparable para mí con el amor pasional es el arte, en mi caso es escribir, pero supongo que todo el arte es así… Lo único comparable con la pasión amorosa –que es un espejismo maravilloso, pero es un espejismo– y tiene la ventaja de que no necesitas a nadie, je, je, y eso es bastante útil… Yo soy superapasionada y lo he sido toda la vida. A partir de los 30 años aprendí a parar esa rueda loca que llega de no sé dónde y descubrí que estaba a mi alcance el amor cotidiano. Y aparentemente es menos excitante e intenso, pero no es verdad: tiene momentos de una intensidad maravillosa, y como además es real.
-Hablemos un poco de la parte literaria del libro. Crea usted dos planos: la esclavitud del amor y del deseo, y la literatura, las vidas de escritores malditos y excéntricos, con el pretexto de esa exposición que va a hacer Soledad, comisaria artística, en la Biblioteca Nacional.
-Me encanta estos escritores. En realidad, me gusta la gente. Me encantan las biografíaS, tengo ahí en mi estudio una pared de biografías, sobre todo de escritores, de artistas. Me gusta husmear, y las gentes de los extremos me gustan más: los malditos y los excéntricos me fascinan, son otras maneras de estar en el mundo. Me gusta la gente que lleva el ser hasta los confines.
-Hablemos del personaje masculino, Adam, el prostituto. ¿Qué podemos decir de él?
-Hay que tener mucho cuidado no desvelar el juego. Estropeamos la novela. he hecho un personaje muchos más realista y posible. Puede ser muchas cosas: un inocente, un niño, un desvalido, un superviviente. He intentado escribir una novela no convencional y huir de algunos prejuicios sobre un personaje como el gigoló.
-He pensado que este libro tiene muchos elementos de reportaje periodístico…
-Yo creo que no: ¡el periodismo es tan distinto de la novela! Son dos posiciones muy distintas. En el periodismo hablas de lo que sabes, de lo que te han contado, de lo que te has informado, de alguien al que has entrevistado. En la novela no sabes qué sabes: es como ese sueño que sueñas con los ojos abiertos. Por eso en novela hay que tener mucho cuidado con la documentación. Te pasas de documentación y la revientas porque entonces haces una jaula. En periodismo hablas de los árboles, y en novela intentas hablar del bosque, intentas tener una mirada de conjunto. En periodismo, la exactitud es un valor, y la ausencia de equívocos, y en novela manda la ambigüedad. Cuanto más ambigua sea, cuántas más interpretaciones puedes darle, incluso cuanto más contradictorias, mejor. Creo que escribo desde dos puntos de partida radicalmente distintos cuando hago periodismo y cuando hago novela. Detesto la novela utilitaria, creo que es la traición de la novela. Las novelas animales, didácticas, ecológicas, feministas, me parecen la traición de lo que debe ser una novela.
¿Cuál sería la razón de escribir una novela?
La búsqueda del sentido de la existencia, es un viaje del conocimiento, del descubrimiento, si tú no aprendes algo escribiendo mal lo has hecho. No escribes una novela para enseñar. La escribes para aprender. Para poner un poco de luz en tus inquietudes y en tus obsesiones. No he escrito jamás para demostrar una tesis. Por supuesto que hay sociología vital de una época: me estoy acordando la vecina, le cortan la luz. Esas historias suceden a diario y me las cuenta la gente. El auténtico compromiso del novelista es escribir la novela más auténtica que sepas. Y más libre, de todo tipo de presiones, más libre de la exigencia de tu deseo de vender, más libre de tu deseo de hacer una novela maravillosa.
-¿Se arrepiente de haber escritor algún libro?
No. Ni tampoco de no haberlos escrito. Los libros son como la vida: he hecho lo que podido, lo que me ha salido y lo que he sabido hacer. Sería absurdo. Si no lo he escrito es que no estaba. Uno tiene que escribir los libros que le son necesarios. Y me está pasando bonito: con los tres últimos libros he tenido la sensación de que estoy en trance. Tengo la sensación de que cabalgo todo el rato en la historia y en las palabras. Soy muy mayor y quiero escribir muchos libros todavía. Y por eso me gusta este momento de una fluidez enorme.
La entrevista transcurre en su casa próxima al Retiro. Antes de la despedida, salen dos nombres de escritores que son un referencia constante de Rosa Montero: Vladimir Nabokov y su ‘Lolita’, en particular, ya citado antes, y Ursula K. Le Guin, con quien tiene correspondencia y a quien fue a visitar a Portland. “Es una tía maravillosa. Su novela Los desposeídos es una de las mejores novelas en el siglo XX. Es un novelón monumental, grandioso; a Le Guin le caben universos en la cabeza. Va desde el detalle más diminuto hasta el universo. Se han reeditado en Minotauro tres grandes novelas suyas: esa, El nombre del mundo es bosque y La mano izquierda de la oscuridad. Se las recomiendo”.
*Este texto se publicó en la revista ’Eñe’ hace un año. La foto es de Librújula.
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