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Antón Castro

FERRER LERÍN: CUATRO POEMAS

 

Ofrecemos un frgmento de ‘Hiela sangre’, cuatro poemas de ese libro futuro de Francisco Ferrer Lerín, poeta que ganó el premio de la Crítica con su libro ’Fámulo’ (Tusquets, 2009). Ahora trabaja en este poemario, que también se publicará en Tusquets. Estos poemas han aparecido en la revista ’Suroeste’. Revistas de literaturas ibéricas’ que dirige, desde Badajoz, Antonio Sáez Delgado.

 

VARIA

 

 

 

Hélade fatal, hastiada,

llevas marca de futuro, señal

sobre la piel extendida, sobre la piel

tersa, brava, en el año

capital, cuando naciera el preboste

y aquel clérigo señor, autor

de obra menor

angustiada.

 

Qué común razón, martirio,

una porción de estiaje, campo de proporción,

natural pista de ondas,

electrónica ferial, gas de chimenea, cristo,

salimos a saludar, convencidos

de que el tiempo era este, que la esposa, la industria

del metal, la tarde,

culminaban un hecho

trascendental,

hipogrifo botocudo,

linfa astral.

 

Mostró el vidente las cartas,

laxas, apostilló,

es la harina salpicada, y el viento que hería el rostro, ese Potoc

que no habló, no habló muy alto, habló mal,

especialmente.

Cágney, Merlot, Cannavale,

nombres de amor, pasatiempos

de lo mejor de la finca. Grímbey,

Sesún, Iturralde,

cuánto dolor

dijo Cágney

y sí, mereció morir,

no nos quedaba ya aire

para tal espiritual

locuaz minoico albañal

ese dulce primordial

hojaldrada flor de lis.

 

 

A UN ALMA PRECORDIAL, ASESINADA

 

 

Japonesa

son tantas las cautelas y la previsión

de los hijos que

la escuela de poetas pobres y la lavandería

mecánica

adolecen estos días de crudo invierno

de los más indispensable enseres: aperos,

gasas, alcanfor en rama

y monumentales jaliscos.

 

 

¡Qué sumisión

a las normas establecidas! Guayaberas,

moriscos, hasta un terno fosco capihundido que el maestro

de ayuno

importó de las islas. Amo

en especial

aquellas tardes

de lectura, besos

de carmín a carmín, pintalabios, lápiz

de labios que, en nuestra lengua (tendida al fondo,

pacata)

son varias las acepciones

y las imágenes (hombreras

de plenilunio,

bombera,

pájaro carpintero,

dama de cobalto

en la cuna,

silenciada).

 

THEL 12   

 

El dominio donde reina la arcilla bajo forma de terror, donde

el contumaz gusano -esa gigantesca lombriz lobo- apabulla

el aire oculto, y la sombra del agua como ollar inmarcesible regenera

la voz de Aquel al final de la tarde. Esa cabeza débil

que no soporta ya el peso del fino insecto. Ese insobornable alférez

que fue a ocuparse de los muchos a su cargo. Esa misión:

oler sus ropajes lechosos entre las cuadernas rotas, entre

obra civil de manos sanguinolentas, adscritas 

a miembros activos de razas degeneradas. Sí,

aunque de porte exquisito, desconocen

cuál es la fecha de la composición del poema y no miden

la fugacidad de los jardines sin lápidas, el tamaño

de los frutos del olvido que comen los esclavos. No saben

cuál es el objetivo, no pueden

(sólo restan quince ejemplares del libro iluminado)

castigar a quien magulla los cuerpos seccionados, repiten

el nombre de origen oscuro que no debe mencionarse, llegan

al confín, a la puerta norte, a la imposible extensión

del llanto y la tristeza donde jamás se vertió aceite

sobre ellos, criaturas asociadas a la muerte, llameantes esculturas

de porte hospitalario.  

    

 

FUROR CENSAL

 

Este es el embustero que a veces imita el ladrido del perro.

Este es el rey de la leña podrida y de los huesos de médula atinada.

Esta es la madre de figura capciosa que mece imprecisa la impudente alimaña.

Esta es la mujer de facciones morenas que cruza ligera las colinas cansadas. 

 

 

Son cadáveres dispuestos al alba en atroces posturas,

reptantes longitudes que todo lo envenenan, valles asustados.

Padres convertidos en ogros de antro, septenarios ciegos,

parejas contrarias, visionarios pulcros en arte maduro,

reos aquejados de un rural siseo, cundió la costumbre de negar el uso

de suaves nodrizas, ¡serpientes, no hijos! proclamó el soldado,

taciturno hirsuto, mendigo de hierba que engrasa el ganado. 

 

 

Núbiles obreras, de hábil maleficio, quemaron el lienzo,

vieron al enano que modela el barro, a Cruel, a Guisado,

a Sesenta Inviernos, a las Pestilencia –cuñadas enormes-

y a las Moribundo –primas elocuentes- forzar la sintaxis

que inclusivas hordas –amazonas bulbos-

vierten en el Húmedo. Pasmada montura,

nadar nunca pudo.

 

*Todas las fotografías son de Xavier Miserachs. De algún modo, este espíritu está presente en el libro ’Familias como la mía’, que acaba de presentar el escritor. 

 

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