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Antón Castro

MÁS ACERCA DE ÁLVARO CUNQUEIRO

Ese hombre de letras inagotable que es Elías Moro Cuéllar me recuerda que son varios los escritores amigos que recuerdan y han recordado a Álvaro Cunqueiro. En febrero de 2008, el escritor, editor, poeta y traductor Antonio Rivero Taravillo le dedicó este texto en su estupendo blog: Fuego con nieve.

http://fuegoconnieve.blogspot.com/2008/02/de-lvaro-cunqueiro.html

El texto, se dice, había aparecido en la sección ‘La mirada’ de ‘El correo de Andalucía’. Aquí traigo el artículo de Rivero Taravillo, tan delicado y lleno de sugerencias.

 

DE ÁLVARO CUNQUEIRO

 

Por Antonio RIVERO TARAVILLO

Uno, que cuando pergeña estas líneas aún está ebrio por la lectura de Cuando el viejo Simbad vuelva a las islas, tiene que hacer un verdadero esfuerzo (el de los escritores de segunda que se niegan a serlo de tercera) para no imitar el estilo prodigioso de Álvaro Cunqueiro.

De nuevo deslumbrado por su prosa, trata uno, digo, de no ir tras de sus pasos dando tumbos torpes de pavo raso que quiere ser pavo real. Y es que el autor de Mondoñedo ostenta un raro privilegio: el de poseer una de las voces más personales y reconocibles de nuestro siglo, el de haber entrado a saco en el lenguaje para, como un Robin Hood galaico, dárnoslo, liberal, a los pobres.

He llamado a Cunqueiro autor, y por tal lo tengo, más que por escritor o escribano. Fabulador, hacedor de historias, narrador, narrador sobre todo. Pero narrador de los que ya no quedan, a lo tradicional, con regusto por contar —y oír contar— una historia. “¿No tiene pena de la vida quien en la larga noche no sepa decirse un cuento?”, Cunqueiro dixit. Bien podría haber nacido en Irlanda, un país que tanto comparte con el suyo, donde aún la gente se congrega alrededor de un buen fuego y un narrador que cautiva a su audiencia hasta la madrugada.

Como la Scherezade famosa o el Simbad éste, viejo y locuaz, que nos encandila. El que Cunqueiro escribiera se debe a contingencias y a un accidente llamado Gutenberg, con su secuela de prensas y ediciones. Y a que de algo tenía que vivir. Si no, puede que hubiera sido simplemente un narrador oral, un cuentista para unos pocos afortunados. Lo que nos da idea de las muchas maravillas que sin duda nos hemos perdido de autores anónimos: novelas, cuentos, que han quedado en el aire, que al aire van y el aire se lleva en su oralidad efímera, sin duda inolvidable y ya olvidada, con palabras de Borges.

Mucho se habla de realismo mágico. A pocos cuadra tan bien como a Cunqueiro. Ahí están para demostrarlo sus artículos o esas joyas de una página que son sus retratos de personajes gallegos y en los que se dan la mano tipos populares, provincianos, ordinarios, con las hadas, los portentos y ese otro mundo para el que no siempre tenemos ojos.

Otra de las cualidades de Álvaro Cunqueiro es su inaudita capacidad de invención, ese sacarse del magín lo que nunca ha visto: la Bretaña que no había pisado nunca, tan pormenorizada en Las crónicas del sochantre, el oriente de Simbad, del que nos llega el aroma de las especias y la sal de las singladuras. El sexto sentido de los celtas es la imaginación, como la que derrocha el anónimo autor de Uilix mac Aleirtis, la versión en irlandés medieval de las aventuras de Ulises, en las que las descripciones de una Grecia ensoñada se ofrecen con todo lujo de detalles, por lo demás inverosímiles. A él le habría gustado leerla.

Me llama ahora la atención una curiosa coincidencia, la que une a Flann O’Brien con Cunqueiro. Nacidos ambos el mismo año (1911), muchos son los paralelismos —más en espiral que en línea recta— que se me ocurren. Gaélico irlandés y gallego (que dicho sea de paso tienen tanto parecido como el sueco o el francés entre sí) fueron sus lenguas maternas, en las que publicaron parte de su obra y que más o menos abandonarían en favor de las lenguas dominantes inglés y castellano. También está el uso que ambos hacen de la tradición, a la que malean a placer y hacen contemporánea; su conocer y mostrar —no sin ironía— las almas de sus respectivos pueblos, tan suyos; el humor; la colaboración en prensa como medio de vida; el hacer, toda sabor, que su lengua nos acaricie el paladar. Los dos son para releer, el máximo don que puede recibir un escritor.

Dejando a O’Brien y cogiendo de nuevo el hilo de Cunqueiro, también recuerdo ahora que se ha dicho de su poesía que anda cerca del surrealismo. Puede ser. Pero en el gallego, el surrealismo es su realismo, tan suyo. Realismo mágico, como dije, y celta y anterior al de ese otro Breton.

 

[Elías Moro también me dice que él ha dado cuenta de la obra de Álvaro Cunqueiro en su blog, convertido ya en libro, El juego de la taba, publicado por el sello Calambur.

http://eljuegodelataba.blogspot.com/2011/02/somoza-de-leiva.html...

Allí reproduce este texto.]

 

 

SOMOZA DE LEIVA

Por Álvaro CUNQUEIRO

Ayer entré en una taberna en cuyas paredes colgaban doce estampas, impresas en 1899 en Berlín, en las que se contaba la historia de don Hernán Cortés y los amores del capitán con la lengua Marina. Y me acordé de Somoza de Leiva.

Este Somoza de Leiva -Leiva está en un alto, entre castañares, en Tierra de Miranda- sirviera al rey en el regimiento de Otumba, y desde entonces, porque a cada soldado le habían dado un pliego con la historia de la unidad y lo había leído varias veces- y además era la única historia que había leído en su vida, aparte las coplas del crimen del correo de Andalucía- le había entrado un grande amor por el señor marqués del Valle de Oajaca y sus andanzas mejicanas, y sabía todo lo de la Noche Triste. En Lugo compró esas mismas doce estampas que yo estaba viendo ahora en la taberna, y las tenía colgadas en las escaleras y en el comedor de su casa. Siendo yo mocito, fui allá a la fiesta de San Bartolomé, y Somoza, que ya entonces estaba algo cojo por la mordedura de una nutria en el vado de Siguiero, me leía el texto de cada episodio, y siendo bilingüe la literatura de a pie de estampa, me admiraba, que yo leía la parte francesa.

-¡Mira qué piernas más robustas!

Y guiñándome un ojo me mostraba las piernas de Marina, blancas y redondas. Marina se estaba mirando en un espejo que le regalara el señor capitán.

Somoza era memorialista, perito agrónomo de afición y picapleitos. De una estancia en Baños de Molgas, queriendo sacudirse allí un reuma que él atribuía al diente de la nutria, trajo a Leiva un perro raro, la capa amarilla con manchas negras, bragado en blanco, y que orinaba levantando ambas patas traseras, en raro equilibrio sobre las delanteras. Era un perro triste y callado, que comía las manzanas caídas en el prado, y si escuchaba zumbar las abejas, se ponía a pararlas, agachado, como si fueran perdices.

-¡Ese perro no vale nada!- le dijo mi primo de Trasmontes a Somoza.

-¡Pues es el perro propio para un letrado!- respondió éste.

Y le explicó a mi primo que era el más inteligente de los perros que nunca conociera, y que para un abogado famoso, no tendría precio.

-¡Es un perro que solamente le ladra a la parte contraria!

Si Somoza andaba corriendo con los pleitos de algún vecino, y llegaba alguien de consulta y el perro ladraba, era que el visitante venía, mañoso, suasorio, a enredar en el asunto. El perro daba los testigos favorables, y los contrarios o falsos. Nunca fallaba. Cuando el perro enfermó y cegó, Somoza lo llevó a Lugo al oculista de más fama, el señor Gasalla. Lo llevó metido en una cesta, muy envuelto en una manta zamorana. Iban por la plaza de Santo Domingo, y el perro, desde el cesto, ladró. Somoza se detuvo a ver quién pasaba por allí, y pasaba hacia la calle de San Marcos el guardarríos de Crescente, quien hacía un par de semanas le había puesto una multa.

Se me olvidaba decirles que el perro había sido rebautizado por Somoza con el sonoro nombre de Moctezuma.

Álvaro Cunqueiro (La otra gente)

 

 

[El pasado día 25 de febrero, Juan Manuel Macías publicaba en su blog

-http://diosas-nubes.blogspot.com/-

este poema del poeta, narrador, periodista y soñador de Mondoñedo.]

 

 

SOLEDADES DE MI SEÑORA BLANCA

 

Por Álvaro CUNQUEIRO

¿Me escuchas así, mi señora amada,
cuando de mi pecho la trova arde,
o detrás de ti la sombra de mi sueño
locamente la tuya apresa y besa?

¡Oh dulce el peso de tu cuerpo en mi mente echado!
En este río de mi vagar sin fin,
¿qué incendiado navío no navegas en la noche?

--¿Por qué este corazón tanta flor marchita,
por qué no es mortal de tanto fuego la ceniza,
por qué aún soy yo de tanta palabra la boca?

Mi blanca señora, cuerpo delgado:
este bosque es del tiempo de la más reciente luna,
y ese malvís que tanto aire enflauta
cada día que amanece renace y silba.
Amante, en mi vaso todavía canta la sed.

¡Esa luna nevada, amor, que de tu cuerpo
crece con la noche sobre las cumbres de mis ojos!

Deja que florezca, al abrigo de los cerezos
en las islas de tus ojos el alba rumorosa.
Adormece a mi lado, mientras se quiebra el día
bajo un techo de alabanzas, tímidas cantadoras.

--¡Ese sueño que por dentro se desliza
y poco a poco se asoma a mi rostro!
¿Hace falta, quizás, un caballo rojo
o un ala mortal y fría para saltar afuera de esta lengua de fuego?

(De Dona do corpo delgado, 1950. Traducción de Vicente Araguas)

 

2 comentarios

Antonio Rivero Taravillo -

¡Me encanta esta cofradía cunqueiriana! Y qué bien rodeado y a gusto se encuentra uno.

santiago -

Ahhhh, cómo me ha hecho disfrutar y lo sigue haciendo la literatura de Cunqueiro. Nunca se sabe si se cumple un centenario, o es de ayer, o de hace 500 años. Es extratemporal.