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Antón Castro

'VIDA DE PABLO', EL SOÑADOR

'VIDA DE PABLO', EL SOÑADOR

Querido Hans Christian Andersen:

El pasado sábado era tu día y el de todos los niños que sueñan, el de los lectores con alma de niño que creen que un cuento resume el mundo y sus delirios. Cuando te vi en el cine en ‘El fabuloso Andersen’ (1952), con el rostro de Danny Kaye, ya soñaba con tus sirenas y cerilleras, con aquel soldado de plomo que se había enamorado de una bailarina asomada al alféizar e iba a emprender el viaje de su vida. Cuando te oí cantar hacia Copenhague, pensé que tú debías ser así, capaz de suspender las palabras en el aire, de hablar con los duendes y los bosques, capaz de atrapar el murmullo de las mareas y el último suspiro de los zagales desvelados. Danny Kaye o Hans Christian Andersen, el zapatero prodigioso, el narrador incansable. A veces querríamos ser como tú: contar y cantar, leer y traducir los latidos del silencio. El viernes, Daniel Nesquens y David Guirao presentaban en Los Portadores de Sueños esa historia eterna de Jorge, la doncella y el dragón que publica APILA. Cuando parecía que aquel solo era un acto literario más, apareció el héroe con la capa y el cabello largo, salpicado de nieve. Los niños se quedaron estupefactos. Alguien dijo: “Solo falta que irrumpa el caballo y piafe en medio de la librería”. Un niño, Pablo, abrió sus ojos infinitamente grandes y azules. No se lo podía creer. ¿Qué hacía el caballero Jorge al atardecer en Zaragoza? Otro de los asistentes dijo: “Algún día alguien como Andersen o como Nesquens escribirá una ‘Vida de Pablo’”. (Unos días antes el poeta Carlos Pardo había presentado allí su novela ‘Vida de Pablo’). Ese juego del azar me pareció una oblicua y hermosa manera de recordarte, Hans, y de anticipar quizá el destino y el cuento de un soñador.

 

*Este texto, aparecido el domingo en mi sección ‘Cuentos de domingo’ de Heraldo, nació de un encuentro con el jovencísimo Pablo Artal, hijo de Rafa y Carmen, nieto del doctor Ángel Artal, al que vemos en la foto. Y también está dedicado al niño Pablo del Molino Delgado, que se recupera, cada vez con más fuerza y con más esperanza, de una grave enfermedad.

 

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