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Antón Castro

JORGE GAY EXPONE EN MADRID, EN BAT

JORGE GAY EXPONE EN MADRID, EN BAT

Jorge Gay expone en Madrid, en la galería BAT (Alberto Cornejo) la exposición ’Los Ojos del corazón’. Me manda tres textos: uno dedicado a los pintores, otro que explica el concepto de la muestra y el texto de su bellísimo libro ilustrado, ’Biblos’, que se publicó recientemente.

 

 

a los pintores

 

 

Pintores, poetas de la ausencia y de las fronteras del alma, olvidados del presente urgente, que queréis seguir viviendo entre la luz turbadora de Zattere, la plúmbea de París o la radiante y pulcrísima que envenenó los Alpes.

Pintores que surcasteis mares buscando el cardumen centelleante que hirió vuestros ojos y a la pintura fuisteis, como se iba  a la ilustrada Trieste,  a ofrecer los frutos recogidos. Pintores, exiliados, que amáis lo que merece amarse y habéis quedado aturdidos por los vientos que gritan incesantes: ¡Qué error, que osadía, creer tener todavía la belleza en los ojos!

 Amigos no temáis,  aunque la luz  venerada  narcotice y termine cegando  y el precio del esfuerzo se esparza inerme por las playas del mundo, os invito a arrancar la hiel de vuestros peces aún vivos y de nuevo a frotar con ella vuestros ojos para volver a ver.

La travesía  sigue.

La exploración no acaba.

 

 

 

LOS OJOS DEL CORAZÓN

 

Los ojos del corazón son los que ven el paisaje de dentro.

Los que palpan  la forma en la penumbra, los que oyen el roce de los astros.

Dicen que nacemos con ellos, pero son ciegos hasta no frotarlos con la hiel de los peces.

 

 

 

 

BIBLOS

 

Hace muchos, muchísimos años, de una ciudad cualquiera,

salió un caballo a buscar jinetes para llevarlos lejos.

El caballo se llamaba Biblos. Era bello, luminoso y alto.

Quienes tuvieron la suerte de viajar con él cuentan que

cruzaron desiertos, hielos y ensombrecidos mares; rutas

inmensas que les hacían sabios y sentirse libres: igual

exploraban la feracidad de la selva que se asomaban a la

infinita oquedad de los hombres. Llegaron a ver el alma del

aire y el rostro de los astros.

De tanto esfuerzo acumulado, un día, Biblos murió.

Los que con él viajaron afirman, sin embargo, que se les aparece

en sueños. Como un dibujo acuoso recortado en la sombra,

lentamente se acerca a sus oídos y con voz ronca les susurra una

frase que parece llegada de lugares remotos: “Cuando vuelva a

encontrar las palabras capaces de explicar el mundo os las diré

una a una. Con ellas podréis seguir contando vuestros cuentos.

Cultivadlas. Mantenedlas vivas. Cuidadlas como cuidan las

madres de sus hijos. Ellas os harán creíbles a la nueva mirada

de los hombres y ablandarán su helado corazón en flor”.

Después Biblos desaparece, no sin antes dejar un rastro

perfumado en las estancias.

Esta fragancia despierta a los durmientes.

Envueltos en ella, los jinetes que fueron, se levantan raudos a

cruzar la vida, aunque un viento incierto aturda sus arterias

o invada gélido la quietud del alba.

 

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