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Antón Castro

INGRES Y LADY MONTAGU: AMOR Y ARTE

Una pasión imposible con Oriente al fondo

 

Cuatro cuadros de Ingres: 'La gran odalisca', 'El baño turco', 'La pequeña bañista' y 'Rafael y La Fornarina'

[Patricia Almarcegui, la orientalista zaragozana, publica la novela ‘El pintor y la viajera’ (Ediciones B), donde reúne a Ingres y a Lady Montagu]

Mary Wortley Montagu, vista por Jonathan Richardson. 

Patricia Almarcegui fue bailarina antes que profesora, fue orientalista antes que narradora. El ballet la llevó a Roma y Florencia; regresó a Zaragoza y aquí se licenció en Filología Hispánica. Más tarde, la lectura de Edward W. Said fue como una revelación: le descubrió el mundo oriental, y se zambulló en ese universo en el que aparecen figuras como Alí Bey, Richard Burton, traductor de ‘Las mil y una noches’, Gustave Flaubert, Bruce Chatwin, y otras figuras fundamentales. Vivió en distintos países de Asia y de África, y ha publicado artículos y monografías sobre los viajeros a Oriente. Por eso no sorprenderá a casi nadie que su debut como narradora sea con un libro como ‘El pintor y la viajera’, que acaba de aparecer en Ediciones B y que presentaba el pasado lunes en Ámbito Cultural, en compañía de Rafael Argullol.

Ella define esta narración de corte intelectual, ajustada y fluida, como el “fruto de un deseo imposible. El deseo de que el pintor Jean Auguste Dominique Ingres y la viajera lady Mary Wortley Montagu se hubieran conocido”. Eso, como recuerda Patricia Almarcegui, no llegó a suceder: habían nacido con un siglo de diferencia. Se le ocurrió la idea durante la observación en el Louvre del cuadro ‘La pequeña banista’ de Ingres (1780-1867), de inequívoco influjo oriental. Lady Montagu (1689-1762) fue una viajera muy especial: estuvo en Turquía, conoció los baños y los harenes, y envío una intensa correspondencia desde Estambul. Ingres, romántico y realista, acusó el impacto oriental, como lo acusaron Delacroix, su gran rival, o Matisse, muchos años después.

La novela comienza con Ingres en crisis. “Por primera, se había dado cuenta de que había dejado de desear. Habían desaparecido las mujeres, los cuerpos y la piel”, se dice. Tenía la sensación de que había perdido su mejor sentido, el de la vista, y estaba desencantado con su propia trayectoria de pintor. Hasta que su mejor amigo lo rescata y lo lleva a la representación de la ópera ‘Orfeo’ de Glück, que le conmueve. Y allí se encuentra con Gerard de Nerval, con Baudelaire, “elegante y estirado”, y, por magia de la escritura, con Lady Montagu. Hablan vagamente y se emplazan a otra cita. Ingres se traslada al campo y allí recibirá, con bastante indolencia, a Delacroix, con el que estaba enemistado. Saltan chispas en un diálogo muy interesante sobre la pintura francesa del siglo XIX, sobre el color, el dibujo, la forma, la mirada hacia Oriente.

Más tarde, Lady Montagu e Ingres se reencuentran y ahí empieza un diálogo intelectual sobre arte, sobre el viaje, sobre Oriente, sobre las mujeres y sobre el amor. Por ejemplo, Lady Montagu le dice que a veces le irritan sus cuadros, y que el mejor de los suyos es ‘Rafael y la Fornarina’, mejor que ‘La gran odalisca’ o ‘El baño turco’. Ingres explica que ella es Madeleine, el amor de su vida. Hay amagos de erotismo, de pasión, pero sobre todo la novela, muy entretenida, de gozosa lectura, es casi un retrato de dos personajes muy diferentes: el más acomodado Ingres, uno de los pintores protegidos por el poder durante años, y la aventurera Lady Montagu. Los diarios de él, las cartas de ella, los sueños y la imaginación de Patricia Almarcegui alimentan esta novela que pertenece a la literatura histórica y a la literatura fantástica. Una novela que tiene otra virtud: es breve, rápida y está escrita con naturalidad a pesar del anacronismo del que parte.

 

El pintor y la viajera. Patricia Almarcegui. Ediciones B. Barcelona, 2011. 200 páginas.

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