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Antón Castro

CANTERA DE CAMPEONES / 2

Fanny Blankers-Koen:

el “ama de casa voladora” de Londres

Londres ya tuvo una Olimpiada en 1908 y otra en 1948, tras la gran tragedia de la II Guerra Mundial. En la última, en 1936 en Berlín, se habían producido algunas anécdotas memorables: el desencuentro de Jessie Owens y Hitler, la complicidad entre el gran campeón norteamericano y el atleta alemán Luz Long, que moriría en 1943, a los treinta años, en el frente de Sicilia (Owens diría: “Se podrían fundir todas las medallas y copas que gané, y no valdrían nada frente a la amistad de 24 quilates que hice con Luz Long durante la prueba de salto de longitud”), y una de esas anécdotas inadvertidas, pero llenas de simbolismo y de poesía: una joven holandesa, llamada entonces Fanny Koen, que había participado en salto de altura y en relevos con el equipo holandés, se acercó a Owens y le pidió un autógrafo que iba a conservar para siempre.

Fanny quedó quinta en ambas competiciones. Entonces tenía 18 años. Desde muy joven había mostrado una inclinación natural hacia el deporte: los practicó casi todos, luego pareció optar por la natación pero al final uno de los preparadores le aconsejó que eligiese el atletismo. Ahí podría desarrollar toda su potencia. Fanny, rubia y desgarbada, era una mujer alta y fuerte, de larguísima zancada. Al principio probó suerte en 800 metros lisos, pero alguien le aconsejó que la velocidad y la longitud serían mejores para ella. Y lo fueron: conquistó títulos nacionales (al final serían 58, nada menos), varios títulos europeos y mundiales, y sufrió lo suyo durante la invasión de Holanda por los nazis.

Se casó con su entrenador, Jan Blankers, un hombre que le llevaba quince años que había sido periodista deportivo y que había participado en triple salto en la Olimpiada de 1928 en Amberes. En 1941, a los 23 años, Fanny tuvo a su primer hijo, Jan Jr., y en 1946 a su segundo, la niña Fanny Jr. En diversos momentos de su vida barajó abandonar el atletismo: recibía cartas agresivas, con el insulto de “mala madre”, para que dejase el deporte y, además, debía hacer un esfuerzo mayúsculo: iba a entrenar con sus hijos en una bicicleta a la que había añadido una canasta con ruedas donde iban los niños, pero tenía un sueño en su cabeza y en su corazón: quería emular a su idolatrado Jessie Owens, cuyo autógrafo guardaba como oro en paño.

Tras doce años de interrupción, Londres, en el estadio de Wembley, organizó las Olimpiadas, y allí acudió ella con la selección holandesa. Estaba en posesión de varios récords mundiales, y aunque tenía ya treinta años iba a ser la gran atleta a batir. Participaría en 100 y 200, en 80 metros vallas y en longitud.

El dos de agosto de 1948 Fanny hizo historia: venció con relativa facilidad en los 100 metros con 11.9 y logró la primera medalla olímpica para Holanda. Era, por otra parte, la mujer de mayor edad de los juegos. Dos días después, se enfrentó a la norteamericana Maureen Gardner (entrenada también por su marido Jan) en 80 metros vallas. Llegaron igualadísimas, tras una pésima salida de Fanny. La fotofinish reveló que ella había vencido, aunque se produjo un equívoco: poco segundos después de la prueba, empezó a sonar el himno británico. Fanny se sintió derrotada, pero en realidad era que había entrado la familia real en el estadio.

El viernes, tras resistir la presión y la llamada de sus hijos, que la echaban de menos, corrió los 200 y ganó, en un día de aguacero y sobre una pista embarrada, a la británica Audrey Williamson y a la norteamericana Audrey Patterson, que fue la primera mujer negra en el podio. En relevos, Fanny tomó la última posta con cinco metros de desventaja: aceleró cuanto pudo con sus interminables piernas y obtuvo su sueño: las cuatro medallas olímpicas. Años después se cruzaría con Owens y él le dijo que siempre recordaba a aquella muchacha tímida y rubia, “el ama de casa voladora”, a la que le había firmado un autógrafo.

Holanda le rindió diversos honores. Y lo que aún es mejor, tal como recuerda Ramón Márquez C. en ‘Olímpicos’ (Debate, 2012), sus vecinos le regalaron una bicicleta “para ir por la vida a un ritmo más lento y para que no tenga que correr tanto”. A Sebastián Coe le habría gustado darle un abrazo, pero Fanny Blankers-Koen murió en 2004. En 1999 la habían nombrado “la mejor atleta femenina del siglo XX”.  

1 comentario

angel portolés navarro -

precioso y emotivo relato