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Antón Castro

MIGUEL CARCASONA: UN CUENTO

MIGUEL CARCASONA: UN CUENTO

Recibo esta nota, con propina, de Miguel Carcasona Buj. [Querido Antón: El IEA acaba de publicar mi relato "Todos los perros aúllan", dentro de su colección "Letras del año nuevo",  con el que felicita las navidades. Pronto recibirás un ejemplar. Te adelanto la foto de la portada y los primeros párrafos, por si quieres colgarlos en el blog. Un fuerte abrazo. Miguel Carcasona. ]

 

TODOS LOS PERROS AÚLLAN

 

MIGUEL CARCASONA

 

La mañana que Julio Verne cumplía cien años de paz en su tumba de Amiens, una rata apareció destripada junto a la puerta de casa. Fue un contraste muy desagradable saludar al sol de la primavera que, por fin, deslumbraba tras una semana de niebla y al bajar la vista descubrirla en el suelo, tirada como un juguete roto sobre el que debí improvisar un salto para no pisarla.  Clara soltó un chillido y se negó a salir hasta que la recogiese. Luis no se movió de su cuarto en penumbra, absorto en el juego de la play.

 

Vivo en una urbanización del extrarradio, en una acumulación de sesenta casas dispuestas como un ejército en cerrada formación de avance: diez casas por fila, seis filas de casas. Con la particularidad de que es un ejército de siameses unidos por la espalda. Cada vivienda posee dos terrazas valladas, cuyos dueños las llaman, sin ápice de ironía, jardines. La delantera da a una calle y en ella se abren dos portones metálicos, uno para peatones y otro para coches. La de detrás se halla unida a la trasera del vecino, su siamesa. Cada vivienda, además, está pegada a otras dos por los costados. Mi casa ocupa la última fila. Frente a ella, al otro lado de la calle, se extiende un solar abandonado que algún día fue campo de cultivo y al que sorprendió la crisis antes de ser horadado por las excavadoras. En el solar crecen hierbajos y arbustos, en los que se enredan plásticos arrastrados por el viento. Una vez al año, en primavera, una cuadrilla con uniformes del Ayuntamiento viene a limpiarlo. El resto de los días, al atardecer, los vecinos sueltan a los perros para que corran y defequen. Algunas noches, desde las zonas donde no alcanzan las luces de las farolas, llegan furiosos maullidos de gatos en celo. 

 

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