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Antón Castro

GUILLERMO BUSUTIL: 'LA VIDA PÚGIL'

[Guillermo Busutil, escritor y periodista cultural, acaba de publicar ‘Noticias del frente’ (Tropo editores), que es un libro que sigue las secciones de un periódico y escruta la actualidad, la crísis, el universo cultural. Reflexiona sobre la creación, sobre el mundo contemporáneo y sus sombras, sobre el miedo. Y es, sobre todo, un acta de compromiso. Le pido este texto, por sus vinculaciones con Aragón y con amigos inolvidables, como Perico Fernández, que ya va y viene por los terrenos de la desmemoria, y como Félix Romeo Pescador, tan presente siempre con su ejemplo, con su pasión por la vida y por las palabras.] 

LA VIDA PÚGIL

 Por Guillermo BUSUTIL

La vida no es un cuadrilátero. Pero sí es un combate en el que, cada día, uno ha de cubrirse con la guardia alta, fajándose contra los adversarios, el castigo de los golpes, el jab de las victorias que emborrachan, el crochet de las derrotas que enturbian la mirada, el tiempo que también pelea en contra. En ese combate a diferentes asaltos, rodeado de cuerdas invisibles, en el que siempre hay un título, una bolsa en disputa, uno debe saber manejar las distancias, marcar el ritmo con el juego de piernas, cubrirse, esquivar, escabullirse del rincón, lanzar el swing. Unas veces se gana por K.O., otras se termina con el eco sordo de la cuenta de diez segundos -que tanto pesan sobre un cuerpo vencido en la lona- y en ocasiones se tira la toalla o es la campana la que salva. Lo importante es mantenerse en pie, levantarse rápido, recuperar el aliento, trabajarse la pelea y sobre todo no terminar la vida con el corazón sonado.

 

La vida no es un cuadrilátero. Lo sabe bien Perico Fernández, el campeón del mundo de los súper ligeros en 1974. El boxeador estilista que lleva años sobreviviendo de pensión en calle hasta su penúltima pernoctación en la cama de un club de alterne. Sin dinero, sin el amor de la guarda de una mujer contra el ocaso. Un hombre errante, con un foto eterna en blanco y negro guardada en un bolsillo de la chaqueta. Todas las sombras arrastran el silencio de sus zapatos cuando andan detrás de la persona que fueron. Del tipo que, en este caso, levantó muchas veces los brazos al cielo y nunca dejó de mirar de frente, aunque sus ojos estuviesen nublados, fijos en los segundos de una esquina donde a punto estuvo de perder el aire y la victoria.  La prensa se ha encargado de recordarnos el título que el boxeador ganó en Roma en aquel octubre de su fama. También nos cuenta su precaria situación, su orgullo magullado pero con el mentón desafiante, su existencia llena de cicatrices y resaca, viendo el mundo desde fuera.

 

Perico Fernández no es el único que ha aprendido que la fama es una amante de paso, Que el éxito a veces también te derrota y que los hombres siempre se olvidan de los hombres. Da igual que sean boxeadores, actores, poetas, panaderos, albañiles. Esa indigencia de la dignidad la padecieron igualmente Lola Gaos y Gabriel Celaya. Ella fue la voz rota del cine español de postguerra, el rostro escéptico de Viridiana, de Furtivos, de Mi querida Señorita, de una película nunca estrenada en la que luchó sin dinero, postergada por productores y directores, enferma de amargura y de cáncer, sin que la industria la hiciese un merecido homenaje. Esta primavera se cumplió el centenario del nacimiento de Gabriel Celaya, Premio Nacional de las Letras españolas, sin el eco que debería haber tenido el recuerdo de quién dijo que la poesía es un arma cargada de futuro, un instrumento para transformar el mundo. En sus últimos años sobrevivió en la pobreza, en la soledad cerrada de sus poemas, con la única sonrisa compañera de su mujer Amparo. Nunca dejó, como confesó en su poema La Felicidad, de compartir su comida y su vino fiado con las esporádicas visitas de sus pocos amigos verdaderos. En Viviana, Guillermo López Montgomery, un periodista que todo lo tuvo (elegancia, seducción, oportunidades, éxito) recorre las calles en busca de un colega o un conocido ilustre que le alcance unas monedas, el ánimo del afecto. Lo suficiente para ir burlando en el ring a la muerte, a los viejos recuerdos que ahoga en el fondo de una botella con la que un día brindó por sus triunfos y sus promesas, sin que le importe llegar tarde al albergue social donde a veces se lava y se tapa con una manta las heridas de los sueños. Y en Madrid, un escritor generoso, joven, enorme de cuerpo, corazón y talento, Félix Romeo, ha sido noqueado por el gancho de un infarto certero cuando mejor se cumplían sus sueños. Sin que hubiese terminado la traducción de toda la literatura que llevaba dentro.

 

Cada uno de ellos ha conocido los días de gloria y de fiesta, las noches frías de las derrotas, la abundante amistad del tiempo de bonanza y la escasa pero sólida amistad de las épocas difíciles. A sus nombres podemos añadir los que cada día pelean en la lona contra el paro de larga duración, los que encajan en los riñones y en el mentón los golpes del desahucio de sus hogares, de la mezquindad humana, de las enfermedades silenciosas y demoledoras. Hombres, mujeres, púgiles que no se saben, frente a ese destino que siempre tiene dos rostros para hacernos creer que somos únicos e imbatibles, que jamás seremos los que caerán a la lona. La vida no es un cuadrilátero. Pero sí es un combate en el que cada día debemos fajarnos.

 

 

 

* Noticias del Frente. Guillermo Busutil. Tropo. Zaragoza, 2014

 

-Foto de Perico Fernández:

https://antoncastro.blogia.com/upload/externo-cbb2a710321c43ec49e1f148acb08324.jpg

-La foto de Félix Romeo es de Ouka Leele.

 

 

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