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Antón Castro

DIONISIO CARRERAS, EL MARATONIANO

DIONISIO CARRERAS, EL MARATONIANO

A PLENO SOL. Fue el segundo olímpico aragonés de la historia por unos días; el primero fue el luchador turolense de grecorromana Domingo Sánchez. Participó en la carrera de maratón de 1924 y entró en la novena posición. Fumaba y bebía y era un auténtico portento. Se había forjado en las carreras de pollos; en 1928 se proclamó campeón nacional de su prueba.

 

Dionisio Carreras,

el atleta que pudo reinar

 

Antón CASTRO

Los Juegos Olímpicos están llenos de historias conmovedoras. La prueba más famosa del atletismo, el maratón, podría tener por lema ‘Ganar o morir’. Al menos así lo creía el joven carpintero portugués Francisco Lázaro (1891-1912) que corrió en Estocolmo-1912 y falleció con apenas 21 años; se desmayó en la mitad de la prueba y se convirtió en el primer muerto de unos Juegos. José Luis Peixoto, a su modo, contó su vida en ‘Cementerio de pianos’ (El Aleph, 2007). Ha habido historias más positivas e igualmente épicas: por ejemplo, ‘La locomotora humana’ Emil Zatopek ganó en Helsinki-1952 los 5.000 y 10.000 y el maratón. Zatopek es el protagonista de la novela ‘Correr’ (Anagrama, 2010) de Jean Echenoz. Y el gran Abebe Bikila realizó una increíble proeza: fue doble campeón olímpico de maratón en Roma-1960, donde corrió descalzo, y en Tokio-1966; aquí repitió victoria, debilitado, recién operado de apendicitis y ahora con zapatillas.

Dionisio Carreras Salvador (Codo, Zaragoza, 1890-1949) también ha tenido quien le escriba. Lo han hecho, entre otros, Celedonio García, José Antonio Adell, Ricardo Martí y Javier Lafuente, por citar algunos nombres. También es un corredor milagroso y a la vez caótico: un superdotado al que le faltó método y algo de rigor. Consumía una cajetilla de cigarrillos al día y dos caliqueños, bebía, “llevaba malos arreglos con la comida” (así se lo dijo su hijo Bernardo al periodista y atleta Ricardo Martí) y tenía fama de ser un seductor. Era un portento físico: podía correr y correr hasta el fin de la noche o quizá de los tiempos. En sus inicios en el entorno de la comarca de Belchite, según Celedonio García, lo hacía descalzo.

Nació en el seno de una humilde familia de campesinos en Codo, el pueblo del escritor Benjamín Jarnés (1888-1949), que expiraría en Madrid el mismo año que Carreras. Su propio padre al parecer también había hecho sus pinitos como andarín y como corredor de las carreras de pollos. Quizá por ello le llenaba de orgullo que su hijo también participase y ganase aquí y allá; lo cual no le eximía de trabajar con el esparto o realizar otras faenas como regar los campos. Sus victorias en pruebas más bien menores le concedieron cierta fama. En un mismo día ganó dos pruebas: por la mañana compitió, y venció, en La Puebla de Albortón; estando allí, tomando un café en un bar, se enteró de que también había prueba por la tarde en Azuara. Se puso en camino, había unos quince kilómetros de distancia, y llegó unos instantes previos a que empezase la prueba; tomó la salida, ganó los tres pollos y regresó a Codo e invitó a cenar a sus amigos. Otra prueba de su fortaleza y de su romanticismo es que solía acudir corriendo a Zaragoza, que está a 50 kilómetros de distancia, para besar a su novia.

 El Zaragoza Foot-Ball Club, fundado en 1903, que rivalizaba con el Patria y el Iberia (que inauguró el campo de Torrero en octubre de 1923), se interesó por él y decidió ficharlo para su equipo de atletismo. Le ofreció en Zaragoza un empleo y espacio para sus entrenamientos: Dionisio Carreras, apodado ‘El Campana’, trabajó en el cubrimiento del río Huerva y posteriormente fue el responsable del mantenimiento del campo Bruil. El club, a la vista de sus posibilidades, le ofreció, en la calle Asalto, casa, luz y leña. Sus rivales aragoneses de entonces eran Dionisio Magén, conocido como ‘El Chato de Garrapinillos’, e Ignacio Latorre.

Su gran momento, el que le daría un lugar en la leyenda, se produjo en la Olimpiada de París-1924. El año anterior se había fundado la Federación Aragonesa de Atletismo. Dionisio Carreras fue el seguno olímpico aragonés; el primer había sido, unos días antes, el turolense Domingo Sánchez, que combatió en lucha grecorromana. Carreras tomó la salida con 56 atletas más y se confundió varias veces en el curso de la carrera; con todo, el aragonés de 33 años recorrió los más de 42 kilómetros en 2 horas y 50 segundos y acabó, en el estadio de Colombes, en la novena posición. Ganó el finlandés Albin Stenroos. Han pasado 90 años.

Hasta los Juegos Olímpicos de Ámsterdam-1928, Carreras dio muestras de su gran clase: ganó la media maratón de Behovia-San Sebastián de 1926, obtuvo dos campeonatos de Aragón y conquistó al menos en cuatro ocasiones la Vuelta Pedestre a Zaragoza. Logró el título nacional en 1928, y ese mismo año el Fútbol Club Barcelona le concedió la Medalla de Oro del club durante un choque con el Iberia. Cuando todo le sonreía para ir a Holanda y con el pasaje en las manos, una incómoda enfermedad acabó con sus ilusiones. Nunca renunció a sus hábitos: “muchas noches tenía que ir a buscarlo a casa de El Chato, un bar que había en el Coso Bajo de Zaragoza”, le dijo uno de sus hijos a Ricardo Martí en 1996. En 1930, con 40 años, decidió retirarse.

Regresó a Codo. Se le descubrió un cáncer de duodeno, fue operado e intentó mitigar su impresión de derrota. Felizmente, sus paisanos pronto se darían cuenta de su grandeza y acuñarían una expresión que le rendía homenaje: “No corras tanto que se te reventará la hiel como al Campana”.

 

DESPIECE

 

el anecdotario

 

El gran combate. Uno de los grandes andarines y corredores aragoneses  fue Mariano Bielsa, ‘Chistavín de Berbegal’ (estudiado también por Adell & García), que venció, en plaza de toros de Zaragoza en 1882, al italiano Achiles Bargossi, ‘El hombre locomotora’, al que se definió como “el hombre que fundó el arte de correr en Italia”. Años más tarde, en 1928, en el coso de la Misericordia se enfrentaron Ignacio Latorre y Dionisio Carreras. La prueba se corrió a las tres de la tarde y fue el menú previo a varios combates de boxeo. El cartel anunció la carrera como un ‘Extraordinario match-reto a 40 vueltas’. Los atletas solían correr descalzos y casi todos los pueblos tenían a su ídolo. El de Codo era Dionisio Carreras. En 1973, la Federación Aragonesa le concedió la Medalla de Oro a título póstumo y en 2006 se organizó, en Codo, la I Carrera pedestre en su honor. 

 

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