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Antón Castro

GARBIÑE: ESPLENDOR EN LA HIERBA

GARBIÑE: ESPLENDOR EN LA HIERBA

Cuentos de domingo / Antón Castro

 

Garbiñe

en la hierba

 

Julio es el mes del Tour, de Contador y los otros, y el de Rafael Nadal, que casi siempre comparecía en Wimbledon tras ganar Roland Garros. Nadal ha rebajado su ambición y su fortaleza mental; el cuerpo parece haberle dicho: basta, eres vulnerable, tómate un respiro, déjalo, hemos sido inmensos. Ayer todo indicaba que iba a ser un gran día. Una veintena de años después del triunfo de Conchita Martínez ante Martina Navratilova y la doble derrota de 1995 y 1996 de Arantxa Sánchez Vicario con Steffi Graft, Garbiñe Muguruza buscaba el título frente a Serena Williams, que ostenta veinte trofeos de Grand Slam. La hispano-venezolana ha dado un salto increíble tras un torneo deslumbrante: pasó de golpes y partidos prometedores a la final de catedral del tenis, donde vencieron leyendas inolvidables como Margaret Court, Billie Jean King, Chris Evert, Martina Hingis o las citadas Graft, Navratilova y Conchita. Todo empezó bien. La nerviosa parecía la veterana de 33 años; Garbiñe se mostraba confiada, segura de su primer servicio, poderosa en sus restos, en el revés plano y en la apertura de ángulos. Serena posee golpes demoledores, sobre todo con la derecha o drive, y es una depredadora. Le ha dado la vuelta a batallas imposibles. Ayer lo hizo en el primer set ante una Garbiñe que empezó a recelar de sí misma. Flaqueó en el último tramo, 6-4, y luego pareció ceder casi por completo el segundo set. Su rostro mostró perplejidad e impotencia, como si repasase mentalmente sus equivocaciones: se precipita, ataca cuando podría ajustar el peloteo y mover a su rival, incurre en errores no forzados y se descentra por ansiedad. Cuando todo estaba perdido, se agarró al partido. Y nos hizo soñar de nuevo. Encadenó tres juegos seguidos y cedió cuando tenía mucho a favor para el 5-5, incluso el frágil ánimo de la intratable Williams. Fue un partido intenso, dispar, un poco decepcionante por el marcador definitivo, y a la vez esperanzador: ganar en Londres es difícil, casi imposible, y Garbiñe Muguruza anduvo cerca, de ahí sus lágrimas. El público ya ha descubierto su talento y su agresividad. Y Serena le profetizó que no tardará en ganar.

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