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Antón Castro

MALPARTIDA: 'ESTACIÓN DE CERCANÍAS'

MALPARTIDA: 'ESTACIÓN DE CERCANÍAS'

Juan Malpartida publica ’Estación de cercanías’ (Diarios 2012-2014). Fórcola, 2015. Y aquí gracias a la gentileza de Javier Jiménez y Juan Malpartida publico algunos fragmentos de su libro.

 

Fragmentos30 de marzo de 2012
Recuerdo algún día de invierno en la costa, el viento y la lluvia azotando los árboles, que gemían como animales asustados, atados a sus propias raíces. El mar, no lejos, mordía la playa desafiando los límites. Al día siguiente, paseando por la orilla —una vieja costumbre tras las tormentas, mantenida desde la adolescencia— contemplabas los restos del naufragio, los fragmentos de todo.


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Toda la cultura es un intento, a veces desesperado, por hablar con el otro; también por negarlo. Pero toda negación del otro como realidad necesaria de la naturaleza del diálogo es la constatación de un fracaso. Queremos hacernos comprender, y comprender no sólo lo que el otro es, una cuestión ontológica sin duda inquietante, sino sobre todo lo que dice. En el orden pasional, afectivo, nos desvela que dichas manifestaciones son vividas por alguien único. Es cierto que las ideas son generales, incluso cuando son concretas: es su condición de existencia. Pero la gracia, el enigma, es que siempre están pegadas a un cuerpo, amasadas en un cuerpo, que es una mente que es un cuerpo. Qué extraño y entrañable ver en alguien a un ser real, ni abolido por las abstracciones ni apegado identitariamente a las ideas e impresiones, sino balanceándose entre el humor y la seriedad. Pocas veces sucede. Sí parcialmente: un rato de dicha, rara vez continuado. Pero si logra darse ese reconocimiento, entonces la vida parece tener sentido, aunque su sentido no sea la claridad de una cifra, una flecha lanzada al destino, sino el cálido balanceo entre la luz y la sombra.


19 de abril de 2012
Un testimonio, la sombra de una memoria en sombra, la inminencia de una resurrección que se perpetúa.


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A veces escribir es pegar el oído a la piedra, convertirse en piedra. Echarse a rodar.


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«Nadie conoce el corazón secreto del reloj», escribe Elias Canetti. Es decir, nadie conoce el corazón.


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«Los libros —escribe Proust en El tiempo recobrado— deben ser hijos no de la plena luz y de la charla, sino de la oscuridad y del silencio». Todo lo que nace surge de lo oscuro. Y una verdadera obra es un nacimiento, y lo hace hacia la luz, no desde ella.


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Creo que Proust hubiera estado de acuerdo con esta frase de Martín Gardner, en Los porqués de un escriba filósofo: «Nadie se convence con la lógica de nada que sea realmente importante». ¿Frase de un espíritu religioso o de un poeta? ¿Qué se diría de la ciencia más especulativa? Naturalmente, la tradición oriental (hinduismo, budismo) y buena parte de la occidental, incluidos Montaigne, Hume y Spinoza, también asentirían, aunque con matices

 

21 de noviembre de 2012
Recuerdo la primera vez que leí un poema. En realidad no recuerdo cuál fue la primera vez en un sentido laxo, porque en el colegio nos hacían aprenderlos de memoria y recitarlos, ejercitándonos además, desde muy pronto, en ejercicios literarios; pero me refiero en realidad a la primera vez en que leer un poema supuso participar de su lógica. Me hallaba solo en mi habitación, era de noche. Recuerdo que tras cenar me había sentido extraño, como si la fluidez entre padres, hermanos y casa se hubiera visto empañada por algo. No un afeamiento, no una mancha, sino una grieta. ¿Dónde estaba la grieta? En mí, me apresuro a contestar; pero es un apresuramiento porque esa grieta no era sólo mía, sino de todos. Yo no creo que en el comedor de mi casa, en la conversación que mantuvieron mis padres, en lo que hablábamos mis hermanos y yo hubiera nada especial, nada que no hubiera sucedido a lo largo de muchos otros días. Pero al retirarme a mi habitación, dispuesto a leer un rato de la novela que tuviera entre manos, como cada noche, abrí en esta ocasión una antología de poemas, al azar, y allí fatalmente sentí que ese lenguaje poseía algo maravilloso y terriblemente especial. No era un poema muy extenso, de hecho no tendría más de treinta líneas, y al llegar al final algo había cambiado en mí. Me había transformado en otro, y era precisamente la conciencia de la otredad lo que había percibido. Desde entonces he escrito poemas, con mejor o peor suerte.

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