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Antón Castro

TODO FLUYE EN EL AZAR

TODO FLUYE EN EL AZAR

Cuentos de domingo / Antón Castro

 

Todo fluye

con el azar

 

Fue cayendo la noche y los participantes del I Congreso de Periodismo Cultural de Santander, tras la clausura, se reunieron en un restaurante con vistas hacia el paseo marítimo y el faro. Había varios aragoneses: Toni Iturbe, narrador y fundador de ‘Librújula’; Daniel Gascón, escritor y director de ‘Letras Libres’, Alicia Almarcegui, historiadora en Sevilla, y Nuria Claver, poeta y coordinadora de ‘Claves de razón práctica’, que cumple un cuarto de siglo. La penúltima tertulia se celebraba en un comedor-gruta, donde iba a tocar un grupo de música que se atrevería, por igual, con José Alfredo Jiménez, Juan Carlos Calderón o Jorge Sepúlveda, aquel que miraba al mar para soñar con su amor. Alguien le atribuyó orígenes cántabros a Sepúlveda y Basilio Baltasar, director de la cita, miró su móvil y halló la necrológica que él mismo había publicado sobre él en 1983; ya de paso, contó que de niño lo oía en la radio a la sombra angelical de su madre. El último concierto de Sepúlveda iba a ser en Zaragoza quince días antes de su óbito; tuvo que ser suspendido. Ya en la cena, Basilio salió al baño y en la barra del bar se topó con José Ignacio Wert; los invitó a él y a su compañera a que presidiesen las mesas, tal como estaba previsto. Esa era la sorpresa que solo el director y el alcalde Íñigo de la Serna conocían. Wert dijo que no quería causar mucho revuelo y que no le parecía pertinente interrumpir el menú: habría sido un nuevo golpe de efecto de Baltasar, maestro del aforismo en carretera, que ya había verificado que el ministro siempre había estado ahí, en una fila del teclado: WERT. La locutora Ana Borderas, que hizo catarsis con su despido de la SER, salió a fumar y se topó con los músicos que hacían lo mismo en el jardín. Uno de ellos contó que había sido policía en Vitoria y ella, nerviosa, dedujo que bien podría haber sido uno de los torturadores de un novio de juventud. Sufrió un ataque de pánico retrospectivo que Pepe Ribas amplificó en un cuento oral. La madrugada se convirtió en una pesadilla y pocos sabían entonces que Wert cenaba allí, en la intimidad. Fue el perfecto fantasma.

 

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