OFICIOS DE LA LITERATURA
Aviadores, fogoneros, agentes de seguros, carteros, piratas: los mil y un empleos de la literatura
LOS MIL Y UN EMPLEOS DE LA LITERATURA
[Félix Romeo traduce al castellano ‘Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores’ de Daria Galateria]
En las fotos, Jack London, Italo Svevo y Bohumil Hrabal.
La escritora y profesora Daria Galateria (Roma, 1950) publicó en 2007 el libro ‘Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores’, que acaba de traducir al castellano el escritor, crítico y colaborador de HERALDO Félix Romeo para el sello Impedimenta de Madrid. El libro tiene algo “de guía de supervivencia” de veinticuatro autores célebres y a la vez ofrece la posibilidad de verlos de otro modo: la cantidad de oficios tan pintorescos y cotidianos que desempeñaron, las aventuras que vivieron en ellos y cómo esas peripecias fueron determinantes en su fama; dos ejemplos muy claros serían Maxim Gorki y Jack London.
El libro ofrece otra peculiaridad: son bastantes los autores que eran felices en sus empleos, de diversa dureza y de incuestionables sacrificios, y los sacaba de indicio la exigencia de tener que vivir de su trabajo. Thomas Stearns Eliot, excepcional editor y gran poeta coronado por el Nobel en 1948, prefirió vivir de los números y de la contabilidad; Dashiel Hammett era muy feliz ejerciendo de detective y redactando luego, casi como un divertimento, cuentos que nacían del contacto con los personajes que conocía. Jean Giono trabajó dieciocho años en la banca y Franz Kafka, que soñó ser jardinero y agricultor, fue sobre todo agente de seguros, algo que también le sucedió durante algún momento de su vida al checo Bohumil Hrabal; el autor de ‘Trenes rigurosamente vigilados’ o ‘Yo que serví al rey de Inglaterra’ era muy introvertido: trabajó, además, de maquinista de tren y de maquinista de teatro, y al final fue un mantenido de su mujer.
Charles Bukowski hizo bastantes cosas. Y fue despedido en varias ocasiones. Y fue, como se sabe, una auténtica máquina de excesos en el sexo, las drogas y el alcohol. Sin embargo, ejerció catorce años de cartero; de golpe, cuando empezó a tener éxito con sus cuentos, y le cambiaba la vida porque le contrataban en las revistas se volvía histérico, y lo mismo le sucedía cuando tenía que dar una charla de su obra o pronunciar una conferencia. Todo lo relacionado con la literatura eran para él auténticos “trabajos forzados”.
En esta selección de veinticuatro escritores de los siglos XIX y XX solo hay una mujer, Colette. Tras el éxito de su personaje ‘Claudine’, su marido decidió hacer publicidad de esa joven pizpireta con lociones y polvos; años después, Colette fundará un instituto o salón de belleza. Partidaria de la publicidad, promocionó el cigarrillo y el placer de las mujeres, escribió poemas para la peletería, hizo giras por tiendas, ferias y almacenes, y se definía como “mimo, bailarina y un poco acróbata” antes que como escritora. A Maxim Gorki lo conocían como “el mendigo” porque recogía cuanto encontraba a su paso, y lo vendía: huesos de buey, trapos, clavos. Su nómina de oficios es muy extensa: fue pinche, fogonero, panadero, pescador en el Mar Negro, empleado en una zapatería de señoras y también ejerció de ladronzuelo. Alguno de sus hurtos resulta conmovedor: robó a su madre un rublo para comprar un cuento de Hans Christian Andersen. Su infancia y juventud parecen salidas de una pesadilla de Charles Dickens.
Jacques Prévert también bordearía años después la delincuencia juvenil y se haría pasar por un gigoló, aunque la realidad era que “se enamoraba de las empleadas” y preparaba los saqueos. Jack London, antes de convertirse en el escritor mejor pagado de su tiempo, fue fogonero, cazador de ballenas, repartidor de periódicos, enlatador de pescado, boxeador, arrastró maletas monte arriba sobre la nieve e incluso se disfrazó de bombero en los días de campaña electoral. Después de haber hecho tantas cosas, cuando se sentaba a la máquina de escribir le dolía la espalda. Era algo que tenía mucho que ver con el pánico al folio en blanco. También fue pirata de ostras y mitigaba el dolor del trabajo con la navegación y con la pasión por el bar del puerto. Dice Daria Galateria: “Frecuentaba a gente poco recomendable o a mujeres complacientes como Mamie, la reina de los ladrones de ostras, que tenía veinte años más que Jack. Frank ‘el francés’ le cogió celos. Todos en el puerto le aconsejaron a Jack que trabajara de noche, en un lugar apartado y con las luces apagadas”.
Otro caso muy paradójico es el de George Orwell, que dejó su puesto de policía en Birmania. Empezó una nueva vida que le llevó a trabajar de fregaplatos, a dormir a la intemperie entre los mendigos y a realizar otras faenas antes de empezar a tener éxito y de venir a España a luchar con las fuerzas republicanas. Daria Galateria encabeza sus relatos con frases que condensan una vida, una actitud y una manera de ser: “¿Escritor yo? Me lo pregunto. Mi verdadero trabajo consiste en pilotar aviones”, dice Antoine de Saint-Exupéry, el autor de ‘El Principito’, “pionero de los vuelos transatlánticos y del vuelo nocturno”. O “Bohumil Hrabal soñaba con ser futbolista (...) Hrabal era muy tímido, y en los partidos se sentía observado por los espectadores, se ruborizaba, y no sabía muy bien qué hacer con los brazos y con las piernas. En suma, se bloqueaba”.
Otra historia conmovedora es la de Italo Svevo, que fue industrial, vivió bajo el yugo de su suegra y dejó la escritura para dedicarse a la empresa. Eso sí, entre otras peripecias, fue alumno de James Joyce, que era el mejor profesor de inglés de Trieste. Cuando leyó su novela ‘La conciencia de Zeno’ le dijo que “es, de muy lejos, su mejor libro”. Svevo había dicho antes que una sola línea le bastaba para arruinar todo el trabajo acumulado durante horas o días en su negocio de pintura de barcos.
1 comentario
Félix -