ANTONIO RABINAD: UNA DESPEDIDA
Hijo de aragoneses y autor de ‘Libertarias’, ganó el premio ‘Ciudad de Barbastro’ de novela y fue un cronista de la Barcelona de la posguerra
El escritor, ex editor de Seix Barral y guionista Antonio Rabinad (El Clot, Barcelona, 1927) fallecía el pasado sábado en Barcelona a los 82 años.
El escritor –que admiraba a Jules Renard especialmente, a Pla y a Stendhal- fue compañero de la llamada Escuela de Barcelona, de autores como José Agustín Goytisolo, Gil de Biedma o Carlos Barral, y próximo al mundo de autores como Juan Marsé, para algunos casi su envés, otro narrador del barrio. Publicó relatos y varias novelas, entre las que destaca su experimental ‘Memento Mori’, una narración ambiciosa cuya relación le costó más de cuatro años. Colaboró con el director Vicente Aranda en los guiones cinematográficos de algunas de sus películas, entre ellas ‘Tiempo de silencio’ y ‘Libertarias’, que se rodó prácticamente en Aragón, en lugares como La Fresneda, Mas del Labrador, Alcañiz o Albalate del Arzobispo, entre otros lugares. Esa película estaba basada en su novela ‘La monja libertaria’ (1981), que revisó con el título definitivo de ‘LaS libertarias’ en 1996. Por cierto, en 1985 su novela ‘La transparencia’ recibió el premio de novela Ciudad de Barbastro.
Nació en Barcelona en una familia aragonesa, cuyo padre “era un hombre eminentemente de orden. Fue al ejército y aprendió a leer y escribir. Era un campesino que llegó a Barcelona con sus padres, analfabetos, y lo enviaron en África”. Allí se salvó, pero luego fue fusilado durante la Guerra Civil, en 1937, por milicianos de la FAI. Antonio Rabinad nunca le sacó partido a ese hecho, ni él ni su madre. Fue un gran lector desde niño: trabajó de recadero de farmacia y sería siempre un lector voraz. En 1952 redactó su primera novela, ‘Los contactos furtivos’, que logró el Premio Internacional de Novela y que fue ampliamente amputada por la censura franquista. Rabinad decía que hasta su tercera edición no apareció tal como había sido escrita. Ahí se produjo una curiosa anécdota: un censor envió una carta al editor Josep Vergés donde le decía que Rabinad podía ser tan bueno como habían dicho los miembros del jurado (entre ellos figuraba Somerset Maugham), pero que “la moral de un pueblo es superior a su literatura".
La crítica especializada consideró su obra ‘Memento Mori’ (1987), trabajada al límite, como una de las grandes novelas de posguerra. Es un libro que ha tenido una peripecia muy especial: fue escrita cuando se quedó en el paro, con 49 años y cuatro. Rabinad siempre decía que la redactó tras ser expulsado, “sin justificación alguna” de la dirección literaria de Seix Barral, y que conoció varias ediciones: la de Círculo de Lectores y la de Alba Editorial, que prologó Carlos Barral. En otro libro, ‘El hombre indigno’ (2000), compone el gran friso de su niñez, su adolescencia y su juventud, que no era otra que la de un huérfano de guerra en los suburbios de Barcelona.
Su última novela fue ‘El hacedor de páginas’ (2004), donde el escritor recordaba los amargos años de la Guerra Civil desde la perspectiva de un joven, hijo de un anarquista, que halla un manuscrito que revela la lucha de dos acomodados para sobrevivir en medio de la tragedia.
Antonio Rabinad había publicado su primer relato en 1952 en la revista ‘Destino’. Fue elogiado por autores tan diferentes como Josep Pla, que le mandó una carta muy emotiva. En alguna ocasión, se habló de él como un “autor maldito”, difícil, insobornable, de gran energía expresiva, casi clandestino. Al periodista Pere Tió, de Avui, le explicó así su estilo, su estética: “Creo que hay que escribir con una especie de caligrafía invisible. Que no se vea. A menudo encuentro libros que considero muy buenos, pero que continuamente tropiezas con las palabras. A pesar de ser palabras hermosas y colocadas perfectamente hacen como si caminara por una calle empedrada, por una calle de Praga, que todavía hay adoquines. Te recuerdan continuamente que caminas. Lo ideal es deslizarse por la escritura sin darte cuenta que estás leyendo y, poco a poco, conseguir que el lector se sumerja en lo mismo que tú has imaginado. Esto es lo que intento hacer y es lo que encuentro tan difícil”. También le confesaba que, bueno o malo, él siempre se había sentido escritor.
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Abel -