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Antón Castro

MARTÍNEZ DE PISÓN, UN DIÁLOGO SOBRE 'EL DÍA DE MAÑANA'

Cuando apareció ‘El día de mañana’ (Seix Barral) de Ignacio Martínez de Pisón, una espléndida novela, intensa, muy bien construida, una de esas novelas que exaltan el valor de la narración y de los personajes de carne y hueso, le hice esta larga entrevista a Martínez de Pisón. La reedito de nuevo en el blog con motivo del premio narrativa de la Crítica, concedida esta mañana. Otros buenos amigos como Antón Riveiro Coello, autor de ‘Laura no deserto’ y Jaume Cabré, ‘Jo confesso’, al que presenté en Cálamo, han ganado los galardones en gallego y catalán. En Poesía en castellano el premio fue para Tomás Segovia, por ‘Estuario’ (Pre-Textos), y entre los finalistas figuraron Ángel Guinda con ‘Espectral’ y Antón Castro con ‘El paseo en bicicleta’, ambos títulos de Olifante.

 

¿Cuál ha sido el detonante, el origen, el detalle que te ha llevado a escribir esta novela?

 En "Dientes de leche" traté un tema de nuestra historia reciente que no había llamado la atención de los novelistas: la presencia en España de fascistas italianos que vinieron a luchar en el bando nacional durante la Guerra Civil. En esta nueva novela me propuse escribir sobre otro aspecto poco conocido de nuestra historia, la actividad de la Brigada Social, la policía política del franquismo. No hay mucha literatura sobre ella, y la que hay suelen ser textos de carácter testimonial de antifranquistas que sufrieron torturas. Entre ellos, por ejemplo, algún texto del comunista aragonés Vicente Cazcarra. De todos modos, la época en la que sitúo la acción es algo posterior, y las torturas, quizás porque se empezaba a vislumbrar el final del régimen, habían empezado a suavizarse. Así fue al menos en Barcelona en la comisaría de Vía Layetana, donde el comisario Creix, uno de los torturadores más conocidos, estuvo hasta el año 1968.

¿Querías escribir del franquismo y del paso a la Transición o hacer un retrato de la Barcelona anterior a tu llegada?

 Para la gente de mi generación no ha habido acontecimientos de nuestra historia colectiva tan determinantes como ésos: la muerte de Franco, la Transición, el golpe de estado del 23-F... Al margen de algunas circunstancias de índole local, lo esencial de la época fue igual para todos. Fue una época de cambio, inestabilidad, esperanza... En 1975, España era un país que estaba por hacer. De ahí las tensiones, de ahí la violencia política, que se cobró cientos de vidas. Pero el futuro difícilmente podía ser peor que lo que teníamos.

Defíneme esta Barcelona, este país. Me sorprende que no es un territorio marcado por las pugnas nacionalistas… ¿Es el nacionalismo un fenómeno de la democracia, en realidad?

  La principal fuerza de oposición al régimen fue siempre el comunismo. En Cataluña también ocurrió así. Los nacionalismos son fenómenos de clases medias, que en realidad nunca están dispuestas a arriesgar demasiado. Lo suyo es nadar y guardar la ropa, y durante el franquismo la mayoría de los nacionalistas catalanes se limitó a esto último, a guardar la ropa. Pero es justo reconocer que, a partir de cierto momento, un sector importante de la iglesia catalana tuvo el coraje de denunciar la represión del régimen. En mi novela aparece, aunque de forma marginal, un episodio real que con el tiempo ha adquirido cierto valor simbólico: la manifestación de curas que en mayo de 1966 acudieron a comisaría a protestar por las torturas a estudiantes. La misma institución que había paseado a Franco bajo palio empezaba a mostrar cierta sensibilidad antifranquista.

El libro empieza con la llegada a Barcelona, creo que desde Aragón, de Justo Gil Tello y su madre enferma. ¿Cómo vivían los emigrantes aragoneses en Cataluña?

 La emigración aragonesa, que en gran medida es anterior a la Guerra Civil, se movía en torno a la calle Joaquín Costa. Allí, en la esquina con la Ronda de San Antonio, está el Centro Aragonés de Barcelona, y por esa zona proliferaban los bares con nombres como La Pilarica o Los Maños. Cuando yo me instalé en Barcelona en 1982, todavía esas calles tenían un aire muy aragonés.

Esta es una novela sobre un personaje un tanto siniestro. ¿Por qué querías reconstruir esa vida, qué te interesó, cómo lo defines tú?

 Me interesaba contar la historia de una degradación. Cuando vemos a un mendigo durmiendo en un cajero automático, nos preguntamos si ese hombre siempre fue así. Si no fue niño alguna vez y no tuvo sueños, ilusiones... En el caso de mi personaje, se trata de alguien que llega a una ciudad grande con la idea de prosperar pero comete una serie de errores decisivos que marcarán para siempre su destino y le condenarán a ser una persona sin amigos, sin afectos, habituada a traicionar siempre a los suyos.

Sorprende mucho su aventura, su escalada, su travesía: pasa de ser un superviviente en distintos oficios a estafador. En el primer tramo es un pícaro sin demasiado escrúpulos.

 En realidad, es el retrato de un self-made man imposible. Si en vez de nacer en España hubiera nacido en Estados Unidos, tal vez habría acabado triunfando. Pero, aunque él no lo sepa, lo único a lo que en aquella España podía aspirar era a sobrevivir.

¿Cómo logra convertirse en confidente policial?

 La Brigada Social no era la Stasi de la antigua Alemania del Este, que, como vimos en la película La vida de los otros, te llenaban la casa de micrófonos en un par de minutos. La Brigada Social no tenía micrófonos pero disponía de una vasta red de chivatos, a los que eufemísticamente llamaban "colaboradores". Eran ellos los que mantenían a la policía informada acerca de todo lo que se cocía en la universidad, en las fábricas, etcétera. Algunos de esos colaboradores actuaban coaccionados por la propia policía, pero otros cobraban una retribución por su trabajo. En la época de la que estoy hablando, la policía les pagaba unas cuatro mil pesetas al mes. Mi personaje acaba convirtiéndose en uno de estos confidentes profesionales. Al principio lo hace porque cree que así puede beneficiarse de un trato de favor ante ciertas irregularidades cometidas en el pasado, pero al final acaba delatando a unos y a otros porque no tiene dónde caerse muerto y esas cuatro mil pesetas constituyen sus únicos ingresos.

Por cierto, ¿este personaje está inspirado en alguien concreto o es una creación de tu cabecita loca?

 No está inspirado en ningún personaje concreto, pero la parte de la relación con el policía Mateo Moreno reconstruye la historia de un confidente del que me habló un expolicía de la Brigada Social. Cuando un policía conseguía un confidente, la relación con éste era personal, una especie de amistad basada en el intercambio: yo te cuento lo que sé, tú me ayudas o me das dinero. Era "su" confidente, el confidente de ese policía, no el confidente de la policía, y trataba de mantenerlo protegido para que no se quemara.

Espía en Bocaccio, en el ‘encierro de Montserrat’, en la órbita comunista, y sueña dar un braguetazo con Nita Castellnou. Dice de él otro personaje: “Ese tipo no era nadie, un idiota, un paleto”.

 La tragedia de Justo Gil consiste en ser siempre un impostor: se hace pasar por comunista entre comunistas, intenta comportarse como un burgués cuando está entre burgueses... Y esa impostura permanente le lleva a odiar la sociedad que le rodea, contra la que se irá cargando de resentimiento y afán de venganza.

 

La novela está armada con las voces de los personajes que lo conocieron. ¿Por qué lo has hecho así, has querido hacer como un recuento, una ‘quest’?

 Mi idea era, sí, simular una quest, una investigación en torno a un personaje enigmático al que diferentes personas han conocido y tratado a lo largo de su vida. Al final descubrí que, sin pretenderlo, esa estructura parecía inspirada en una vieja película que aparece citada en las últimas páginas de la novela. Me refiero a Forajidos, de Robert Siodmak, basada en el famoso cuento de Hemingway The Killers. El comienzo de la película es fiel al relato de Hemingway y nos presenta a un personaje, Burt Lancaster, que ha renunciado a huir y está dispuesto a asumir el destino que le persigue. El resto de la película es una investigación sobre el pasado de ese personaje, con testimonios de gente que lo conoció. De forma casual, la estructura de mi novela homenajea la de esa película.

¿Qué dificultades supone una construcción así, con esa polifonía de voces? Recuérdanos algunos y sus ocupaciones tan curiosas…

 En total son una docena de narradores, cada uno con su propia vida, sus propias ideas, su propia voz. Hay un eterno opositor a notarías, una mujer que ha tenido un niño con una grave malformación, un vendedor a domicilio, un profesor de expresión corporal, una chica que trabaja de secretaria de un próspero constructor, un periodista que empezó coqueteando con la ultraderecha... Sólo se representan a sí mismos, pero entre todos ellos pueden darnos una idea aproximada de lo que era la sociedad barcelonesa o española del momento.

 

No se oye nunca la voz de Justo Gil Tello, salvo a través de sus amigos o de quienes lo conocieron. ¿Nunca te planteaste incoporarla o has preferido desdibujarlo?

 Mi idea era que Justo Gil, el protagonista, fuera precisamente el vacío que quedaba entre todos los demás. Si Justo Gil hubiera contado su propia historia, las otras habrían corrido el riesgo de resultar redundantes.

Otro detalle: qué ocurrió con la gente que había sido confidente, traidor sin escrúpulos. ¿Qué fue de ellos, terminaron así como Justo?

 Algunos confidentes empezaron a cobrar en drogas y, como tantos drogadictos, se quedaron por el camino en los años ochenta. Otros siguieron siendo utilizados por la policía de forma extraoficial y, como el propio Justo, colaboraron con las organizaciones de ultraderecha que proliferaron durante unos pocos años.

Hay personajes entrañables. Uno de los más conmovedores es Carme Román, una aragonesa –creo- que encarna la honestidad, la fuerza de voluntad y el deseo de construirse a sí misma a través de la cultura…

  Un protagonista como Justo Gil exigía que a su lado hubiera personajes inequívocamente positivos. Carme Román es uno de ellos, y en realidad no es difícil reconocer en ella a toda esa generación de jóvenes que se consideraban merecedores de una España mejor que la del franquismo.

Uno de los capítulos más bonitos del libro es el dedicado a los escritores de palíndromos. Y a ese encuentro nacional de palindromistas en Sos del Rey Católico. ¿Qué hay de eso?

  Me divertí mucho escribiendo sobre esa asociación de palindromistas, que está inspirada en una que existió de verdad y con la que mantuve alguna relación epistolar en los años noventa, después de publicar un artículo sobre palíndromos. Me acuerdo de que en sus boletines celebraban con alborozo el hecho de que eran muy pocas las generaciones que podrían vivir dos años capicúas, el 1991 y el 2002. No recuerdo dónde celebraban sus congresos, pero parece lógico que lo hicieran en localidades de nombre palindrómico, como Sos, Unanu, Aceca, Salas...

Otro aspecto importante en la novela es el humor. ¿Qué importancia le das?

  El humor forma parte de la vida y, por tanto, tiene que formar parte de las novelas. Y aunque hay muchos momentos de dramatismo, no olvidemos que era aquélla una España muy chapucera y de andar por casa. Cuando Justo empieza a colaborar como chivato de la Social, intenta siempre citar a su amigo policía en sitios como la piscina de los delfines del Zoo o el teleférico de Montjuïc. A lo mejor piensa que tiene que comportarse como si fuera un personaje de El tercer hombre, y el policía, mientras se seca el agua que le salpican los delfines, se cabrea con él y le llama peliculero.

El libro tiene otro tema fundamental: el amor, el deseo sexual, el mundo de las queridas, incluso algún que otro arrebato de liberación sexual, como el caso de Chantal Loreto. Todo el mundo está enamorándose locamente… ¿Era así?

 Con lo del amor te digo lo mismo que con lo del humor: que forma parte de la vida. Creo que en la novela hay alguna bonita historia de amor. Creo también que la historia de amor de Justo no podía ser sino retorcida y siniestra.

Dice el propio Justo: “Me gustan los escritores que saben purificarnos con palabras” ¿Es esa la misión del escritor, del novelista?

  Prefiero pensar que los buenos novelistas son aquellos que saben poner palabras a nuestras vidas, nuestros sentimientos, nuestras reflexiones, los que parece que te hablan al oído y han escrito la novela pensando en ti. Me gusta leer novelas en las que me reconozco como persona, esas novelas que te hacen detenerte un instante y decir: "Esto lo he pensado yo alguna vez, y no hay mejores palabras para expresarlo que las que utiliza este escritor."

Termino: ¿Cómo se logra que todos los personajes parezcan tan reales, tan de carne hueso? ¿Qué tipo de escritor quieres ser?

  De eso se ha tratado siempre, ¿no?, de que tus personajes no sean personajes sino personas, seres a los que el lector cree que algún día podrá cruzárselos por la calle. Si ser un escritor realista consiste en eso, lo confieso: soy un escritor realista.

1 comentario

sofi -

me parece una "estupendisima" entrevista, que me ha dejado con ganas de leer el libro y conocer al escritor(no he leido nada suyo) porque ha conseguido en mi lo que desea con sus lectores ...identificarme con sus contenidos y respuestas