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Antón Castro

'DUBLÍN': DE 'VIVIR DEL AIRE'

'DUBLÍN': DE 'VIVIR DEL AIRE'

DUBLÍN

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Muchas veces había soñado con Irlanda.

Había repasado las páginas de James Joyce: hubo un tiempo de incertidumbre

en que soñaba con sus poemas manzanas, con su obsceno amor

hacia Nora Barnacle, con aquella mujer de palpitante seda

que evocaba a un novio muerto mientras caía la nieve.

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Cuando estaba a punto de irme de casa, me sentí como el caudillo Brigo:

habría querido tener navíos o caballos para adentrarme en la niebla del mar

y cantar las viejas canciones como un bardo insomne.

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Cuando llegué a Dublín tuve la sensación de que había llegado a una patria

de los sueños, a un solar antiguo, a un bosque de lloviznas.

Vacié la maleta y colgué el sombrero marrón de mi padre.

¡Cuántas veces, me dije, he viajado con las páginas de Wilde, con Yeats,

con el indolente Beckett, tan solitario como un monstruo en su silencio!

¡Cuántas veces he trazado en mi cabeza la estela de los recuerdos

inventados, el camino al más allá de todos los naufragios!

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Salí a caminar por Dublín. Bajo la lluvia, con el frío de todas las estaciones

en el fondo del alma. Avancé de aquí para allá, en busca de las viejas sombras,

en pos de las palabras encendidas de mis pesadillas.

Al doblar una esquina, una joven me paró, me arrebató el sombrero

y me dijo: “Míreme. No busque más. Ya ha encontrado lo que buscaba:

mi antepasada Lady Gregory me dijo que un día vendría a buscarme”.

 

*De ‘Vivir del aire’. Antón Castro. Olifante. Zaragoza, 2010.

 

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