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Antón Castro

VIDA DE ANNEMARIE SCHWARZENBACH

VIDA DE ANNEMARIE SCHWARZENBACH

Annemarie Schwarzenbach, la aventurera inalcanzable

 

La escritora, fotógrafa, viajera y arqueóloga suiza, adicta a la morfina, vivió solo 34 años y recorrió buena parte del mundo

 

 

Annemarie Schwarzenbach (Zúrich, Suiza, 1908- Sils, Suiza, 1942) es una de esas mujeres que se adelantaron a su época y la vez sufrieron las convulsiones y paradojas de un mundo, la vieja Europa, acosada por el nazismo. Vivió solo 34 años pero parece que tuvo muchas vidas que le permitieron hacer de todo: estudiar, doctorarse en Filosofía e Historia, viajar por medio mundo, y en dos ocasiones por España, amar a varias mujeres con auténtica pasión y a algún hombre, excavar, escribir, hacer fotografías y acuñar una frase que la define: “Dejadme sufrir”.

Rebelde con causa, inadaptada, atrevida siempre, encontró en el dolor una región ambivalente: de alivio, de angustia y, aunque parezca terrible decirlo así, de comodidad y refugio. Annemarie Schwarzenbach, publicada en España por la editorial Minúscula de Valeria Bergalli, fue un volcán de contradicciones, de impulsos ciegos y de locura. Pasó por períodos críticos, de internamiento; en su casa consideraban que sufría esquizofrenia. Padeció brotes de violencia: intentó estrangular dos veces a una de sus últimas amantes entre las sombras de la noche avanzada.

Annemarie Schwarzenbah hace pensar a veces en Stefan Zweig: amó el conocimiento, redactó biografías, crónicas de viajes y reportajes periodísticos y nunca se sintió feliz del todo. El avance del nazismo le produjo tal temor que incluso creó una revista, que se editó en Ámsterdam durante dos años, en la que colaboraron grandes figuras como Hemingway, Gide, Cocteau, Brecht o Einstein, por citar algunos nombres.

Nació en Zúrich, en el seno de una familia noble y desahogada; su madre era melómana, amiga de Arturo Toscanini y la empujó a estudiar piano. Su padre, dedicado a la fabricación e importación de seda, era familiar lejano de Bismarck. Pronto demostró que era díscola e incorregible: se enamoró de una actriz y su madre creyó que era conveniente poner tierra por medio. Se matriculó en la Universidad de Zúrich y en 1928 hizo su primer viaje a París. Dos años después andaba por Berlín y allí conoció a Erika y Klaus Mann, hijos del escritor y Premio Nobel Thomas Mann.

Se enamoró de Erika pero no fue correspondida. Berlín fue una fiesta para ella: frecuentó los bares y clubs nocturnos y dio rienda suelta a sus instintos eróticos contratando prostitutas. La promiscuidad, más que una tentación, era un estado de ánimo y una necesidad que no siempre la dejaba satisfecha. Al contrario, era víctima de sus deseos más o menos turbulentos y de su desdicha: Thomas Mann se prendó de aquella mujer andrógina y larga, de pelo muy corto, y la definió como “un ángel devastado”; Roger Martin du Gard dijo que tenía era “un bello rostro de ángel inconsolable”.

La literatura era una manera de liberar su tormento. Escribió novelas como ‘Los amigos de Bernhard’, que tiene mucho de autorretrato protagonizado por un hombre en crisis, ‘Nouvelle lírica’, el relato de una cantante de cabaré, o ‘Huida hacia arriba’, donde el protagonista se plantea la fuga a las montaña. En un viaje a Escandinavia conoció a Morsa Stenteim, familiarizada con la morfina, a la que se haría adicta para siempre. Uno de sus grandes viajes le inspiró el libro ‘Muerte en Persia’ (Minúscula, 2003): allí entre otras cosas conoció a la joven Yale, de origen turco y enferma de tuberculosis, y vivieron una gran aventura.

Regresaría dos años después y se casó con el diplomático francés Claude Carac, homosexual, con quien estuvo más o menos recluida hasta que no aguantó más. Aventurera y reportera, hizo viajes a Estados Unidos (y los contó) y 1939 se trasladó a Afganistán, en su Ford, con la escritora Ella Maillart (1903-1997): ‘Todos los caminos están abiertos’ (Minúscula, 2008). Regresó a Estados Unidos con un nuevo amor y le surgió otro: la novelista Carson McCullers (que le dedicó ‘Reflejos en un ojo dorado’), pero Annemarie se resistió porque estaba enamorada de Margot von Opel.

En una intensa existencia de travesías constantes, volvió a su tierra de promisión Sils. Una noche salía a caballo y se cruzó con una vieja amiga que volvía en bicicleta. Se intercambiaron el équido y la bicicleta; con tal mala suerte que Annemarie chocó con un obstáculo, voló por los aires y golpeó la cabeza en una piedra. Perdió el habla, y falleció dos meses después, el 15 de noviembre de 1942. No tuvo tiempo de certificar que su pavor a Hitler estaba plenamente justificado.

 

LA ANÉCDOTA

Vida escrita. Annemarie Schwarzenbach es conocida en España desde hace años. En 1991, Circe publicó una biografía suya, redactada por Dominique Grente y Nicole Muller. Y la escritora Melania G. Mazzuco le ha dedicado una extensa novela biográfica: ‘Ella tan amada’, (Anagrama, 2006). Su figura resulta muy contemporánea: encarna la aventura, la ambigüedad, la cultura y el desconsuelo invencible.

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