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Antón Castro

PEPE MELERO ESCRIBE DE 'VACIAR LOS ARMARIOS' DE RODOLFO NOTIVOL

PEPE MELERO ESCRIBE DE 'VACIAR LOS ARMARIOS' DE RODOLFO NOTIVOL

[José Luis Melero, Hijo Predilecto de Zaragoza, copresentó ayer en el Paraninfo con Fernando Sanmartín la nueva, y primera, novela de Rodolfo Notivol: ’Vaciar los armarios’, que publica Xordica. Recurrió a su ingenio, a su sentido del humor y al magisterio de Georges Perec, y dijo esto sobre una novela ambiciosa y familiar que abarca 80 años de vida y de amistad en Zaragoza.]

 

 

RECUERDOS

A PROPÓSITO DE ’VACIAR LOS ARMARIOS’ DE RODOLFO NOTIVOL

 

Texto de José Luis MELERO RIVAS. Escritor y bibliófilo.

 

Recuerdo que cuando conocí a Rodolfo un día en Albarracín pensé: “En esas patillas no se pone el sol”.

Recuerdo que aquel día, sólo con ver la mirada limpia y serena de Mari Burges me dije: “Esta mujer lo tiene que hacer feliz”.

Recuerdo que luego he pensado siempre qué sería de Rodolfo sin Mari. Bueno, en realidad  lo que he pensado es qué sería de todos nosotros sin Mari. Y de mí sin Yolanda.

Recuerdo que a la mañana siguiente compré en Albarracín almojábanas, esa especie de rosquillas propias de allí, de origen árabe, que -hace poco me enteré- fueron llevadas por los conquistadores al otro lado del Atlántico y que aparecen citadas en algunos libros de Gabriel García Márquez como Los funerales de la Mama Grande o El amor en los tiempos del cólera.

Recuerdo que una de esas tardes en Albarracín, todos los amigos organizaron y jugaron un partido de fútbol, menos Fernando Sanmartín y yo, que éramos de verdad los únicos intelectuales del grupo y que andaríamos hablando de Saint John Perse o de Dylan Thomas. Que bien está que Fernando y yo seamos del Zaragoza, pero eso no quiere decir que tenga que gustarnos el dichoso fútbol.

Recuerdo que en seguida Rodolfo me habló de sus parientes anarquistas y, en especial, de Antonio Ejarque.

Recuerdo que a Antonio Ejarque lo llamaban “Barrilete” porque el hombre tenía algo de sobrepeso. Y recuerdo que leí en un libro sobre la fuga del penal de Ocaña que “Barrilete” no cabía por el túnel que excavaron para fugarse de esa cárcel en 1948. Y que casi se queda sin poder escaparse por esa tripa de los demonios.

Recuerdo que me estuve acordando todo el rato de Ejarque cuando leí la primera parte de Vaciar los armarios, en la que se le recuerda a él y se recuerda el fusilamiento y el exilio de otros hermanos suyos.

Recuerdo que la madre de la narradora de la novela, hermana de esos anarquistas, protesta airadamente cuando la policía detiene a uno de sus hijos por comunista. “¡Y encima con los comunistas!”, exclama. “¡Si llegan a enterarse mis hermanos”!

Recuerdo a nuestro llorado Félix discutiendo con Chusé Raúl, con Rodolfo, con Mari y conmigo la cubierta de Autos de choque, y decidiendo al fin cómo debía ser ésta.

Recuerdo cómo me gustó aquel libro.

Recuerdo a un reseñista de un periódico criticar la larga lista de agradecimientos que Rodolfo incorporó a Autos de choque.

Recuerdo a Rodolfo decir, más cabreado que un mono, que él agradecía a quien le salía de los cojones.

Recuerdo que a José Luis Violeta, el jugador aragonés más legendario de la historia, también le gusta mucho ese libro.

Recuerdo que hice muy feliz a Rodolfo el día que le presenté a José Luis Violeta.

Recuerdo que Rodolfo y Santiago Gascón fueron alumnos de Félix.

         Recuerdo un viaje que Rodolfo y yo hicimos a Santander con Félix y Cristina, con Mari y con Yolanda. Y recuerdo una comida maravillosa en un mirador frente al mar.

Recuerdo que su coche iba delante del mío y que le di una pegatina con la “A” de Aragón para que la pusiera junto a la matrícula y así verla yo durante todo el camino.

Recuerdo que ese domingo nos fuimos al rastro de Santander por la mañana. Y no recuerdo que comprara nada, así que nada compraría. Si hubiera comprado algo, vaya si me acordaría.

Recuerdo que me gusta que Rodolfo sea amigo de Pablo y de Roger.

Recuerdo que a Rodolfo siempre le gusta presumir de los años que lleva de socio del Zaragoza y del fútbol que ha visto; y recuerdo que siempre le gusta decirme que soy el segundo mejor zaragocista de la historia, porque está convencido de que él es el primero.

Recuerdo que siempre le digo que no sabe lo que dice: que el primero soy yo con mucha diferencia.

Recuerdo que durante algunos años estuvimos yendo Rodolfo y yo juntos a La Romareda con otros grandes amigos: Labordeta (que pagaba su abono, pero no venía casi nunca), Miguel Mena, Antonio Pérez Lasheras, Félix, Ismael Grasa y Fernando Sanmartín. Y Pisón cuando estaba en Zaragoza. Y recuerdo que nos llamábamos la Peña Milito.

Recuerdo que la noche que le metimos 6-1 al Madrid estábamos todos juntos en La Romareda. Y recuerdo los abrazos que nos dimos Rodolfo y yo con Félix y la alegría desbordada de éste y de los demás.

Recuerdo que el estar juntos en el campo se terminó cuando me hicieron Consejero. Y recuerdo que yo todas las tardes sin excepción miraba desde el palco aquella localidad y me decía: “Allí están mis amigos”. Y trataba de reconocerlos entre la multitud.

Recuerdo que una noche en La Romareda, en un partido de Copa de la UEFA, me marché del campo avergonzado de lo que veía y dejé a mi hijo, que era entonces bien pequeño, con Rodolfo; y recuerdo que luego tuve que volver a buscarlo avergonzado de mí mismo.

Recuerdo que siempre me ha gustado su manera apasionada de querer a Zaragoza; y recuerdo que me gusta ver cómo despotrica sin piedad de quienes no la quieren como nosotros.

Recuerdo que si Rodolfo pudiera instauraría el cantón de Montemolín, lo que no está mal pues el cantonalismo responde a una vieja tradición republicana y federal y fue uno de los precedentes del anarquismo en España.

Recuerdo que me gusta que Rodolfo me llame a veces Pepico.

Recuerdo que cuando leí el manuscrito de Vaciar los armarios esperaba que me gustara, pero nunca imaginé que me iba a gustar tanto.

Recuerdo que mientras la leía me decía todo el rato: A Pisón le va a encantar.

Recuerdo que después hablé con Ignacio y me dijo: “Me ha encantado”.

Recuerdo que cuando la leía pensaba que frente a los que sólo escriben novelas para narrar cosas, Rodolfo ha escrito una novela para contar sus cosas y entender su vida.

Recuerdo que me llamó desde el principio la atención la estructura de la novela, en la que la narradora, Marina, cuenta la historia de su familia a una de sus sobrinas, la hija de su hermana pequeña Gloria. Y que en seguida me vino a la cabeza Natalia Ginzburg.

Recuerdo la lectura de algunos pasajes con tanta emoción que a veces me entraban ganas de llorar. Por ejemplo en la narración de la triste vida que tenía que llevar la abuela chica en un cuchitril de San Pablo o en la de los últimos días de Celia.

Recuerdo que pocas veces uno puede encontrarse tantos personajes y tan bien caracterizados en una novela. Y recuerdo que la leí con lápiz y papel, para no perderme nada.

Recuerdo que tuve que apuntarme los personajes como hice con los de Cien años de soledad; y recuerdo que me dije: no es mala cosa que ambas novelas anden juntas y que haya que leerlas del mismo modo.

Recuerdo que me decía todo el rato: qué pocas novelas de sagas familiares alcanzarán seis generaciones: la bisabuela María (en la novela “la abuela grande”, la madre del abuelo materno), la abuela materna (en la novela “la abuela chica”, la nuera de la abuela grande), la madre y el padre, los nueve hijos, los hijos de éstos y los biznietos de la madre y el padre. Seis generaciones.

Recuerdo que pensé: “Menos mal que Eva Cosculluela sabe lo que son los choznos”. Y recuerdo que pensé que esta es una novela perfecta para usar esa hermosa palabra: chozno, el cuarto nieto o el hijo del tataranieto. Dani es chozno de la abuela grande.

Recuerdo que cuando leí que la voz de Paquita, una de las protagonistas, sonaba como “un sonajero de arena”, me dije: “¿Estoy leyendo a Rodolfo o la sombra de Antón Castro es de verdad tan alargada?”

Recuerdo con emoción cómo quería arreglarse Celia cuando iba a visitarla el novio de su hermana.

Recuerdo que el padre canta en la novela la novena sinfonía de la jota: la fiera antigua, la jota cumbre de José Oto: “Nadie le tema a la fiera, que la fiera ya murió, que al revolver una esquina, un valiente la mató”.

Recuerdo que pensé: si tengo huevos la cantaré en la presentación.

Recuerdo que no tengo huevos.

Recuerdo que la novela me hizo recordar a tantas personas con pequeños retrasos que en aquellos años fueron ingresadas en manicomios y que hoy vivirían felizmente con sus familias. Y recuerdo las visitas que hacía Rodolfo a uno de esos siquiátricos para visitar a un familiar próximo.

Recuerdo que la novela me hizo recordar cómo eran los viajes de novios de los pobres: en este caso, cuatro días en el barrio de La Cartuja.

Recuerdo que hay un homenaje a Cuchi (cuchicuchicuchi, se lee en la página 13), otro a Artal (ese doctor Burriel…) y otro a Pisón (el piso de la calle Rufas, 12), y que me dije “Coño y a mí qué, que encima le tengo que presentar el libro”.

Recuerdo que me gustó que escribiera que Álvaro cogió a su hijo a corderetas.

Recuerdo que el gran Javier Aguirre, el ídolo de tantos, me preguntó qué tal estaba la novela; y que cuando le dije que era buenísima me contestó con cariño aragonés: “Parece mentira que la haya escrito ese “matután” de Rodolfo”.

Recuerdo que estuvimos hablando de si “matután” se utilizaba más allá del Alto Aragón; y recuerdo que lo miré en el diccionario de la RAE y no viene; y que tuve que mirarlo en el “Diccionario aragonés” de Rafael Andolz: “Matután”: grandón y sin sustancia. Y otra acepción: terco, tozudo, duro de juicio.

Recuerdo que me dije: lo contaré en la presentación para que a la salida Rodolfo le ajuste las cuentas a ese “matután” de Javier Aguirre. Con cariño aragonés, eso sí.

Recuerdo que pensé que “matután” debe de ser aragonesismo relativamente reciente, pues no aparece ni en el Diccionario de Mariano Peralta de 1836, ni en el de Jerónimo Borao de 1859, ni en su reedición de 1908.

Recuerdo que el suicidio de Álvaro me recordó al de Víctor Mira.

Recuerdo que sentí compasión por los últimos años juntos de Juan y Marina, porque no merecían ese final.

Recuerdo que cuando Miguel acortó su viaje de novios por Andalucía, recordé el caso de un amigo que recortó el suyo para llegar a La Romareda a ver un partido del Zaragoza. Su mujer lo dejó al poco tiempo.

Recuerdo que me gustó que recordara las taquillas de la plaza del Carbón.

Recuerdo que a Yolanda también, como a Charlie, le daban en el Gancho pan con vino y azúcar.

Recuerdo que la escena de los hermanos comiendo en silencio arroz con leche, sin levantar apenas la cabeza, después de haberse repartido lo poco que dejó su madre al morir, me pareció maravillosamente cinematográfica y me hizo pensar en Buñuel y en la cena de Viridiana.

Recuerdo que me gustó que la novela empezara con dos citas de los Labordeta: una de José Antonio y otra de Miguel; y que me dije: Rodolfo es un hombre de bien y no juega a la impostura de poner una cita de Eliot o de Ezra Pound, que tan fáciles serían de encontrar. Pone de sus amigos y de los de casa. A algunos les parecerá provinciano y a mí me parece enternecedor.

Recuerdo que pensé: si tenemos suerte y salen por ahí un par de buenas críticas y la movemos lo suficiente, esta novela debería ser un bombazo, porque es literatura en estado puro, literatura de la mejor.

Recuerdo que luego pensé que la editaba y la tenía que mover Chusé Raúl.

Recuerdo que después de hacer el chiste, me dije: Sanmartín, Notivol y yo tenemos la suerte de que nos edite el mejor editor.

Recuerdo que Rodolfo y Mari siempre han estado a mi lado. Hasta cuando he ido a Madrid a presentar mis libros. Y recuerdo que me dije: mi amigo merece que me esmere en hacerle una presentación cojonuda. Entre otras cosas, porque si no igual tengo que esperar trece años más, que son los años que hace que salió su libro anterior, y ya me cogerá un poco mayor.

Recuerdo que pensé que recurrir al Je me souviens de Georges Perec me dotaría de un marco cómodo para contar cosas de forma poco solemne.

Recuerdo que deseé acertar en la forma y en el fondo.

Recuerdo que pensé que como los chicos de barrio suelen ser los mejores y los más leales, seguro que Rodolfo me seguiría queriendo un poco, la presentara como la presentase.

Recuerdo que pensé: pero qué me importa a mí que me quiera o no Rodolfo, si yo en el fondo a la que quiero es a Mari.

Recuerdo que debo terminar ya porque Rodolfo tiene que firmar los muchos libros que todos ustedes van a comprarle.

Recuerdo que debo darles las gracias por escucharme.

 

*La foto de Rodolfo Notivol es de Lara Albuixech.

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