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Antón Castro

ISABEL GONZÁLEZ: UN DIÁLOGO

ISABEL GONZÁLEZ: UN DIÁLOGO

ENTREVISTA DE ANTÓN CASTRO A ISABEL GONZÁLEZ

La escritora Isabel González, nacida en Ejea, trabaja en infografía en el diario ‘El mundo’. Se dio a conocer con un libro deslumbrante de relatos: ‘Casi tan salvaje’. Ahora publica su primera novela: ‘Mil mamíferos ciegos’, que contiene dos historias: la de un joven que se retira al bosque y la de una pareja, más o menos en crisis o en transformación sentimental, que reside en la ciudad. Quizá entre ambas historias haya secretos vínculos. La escritura es personalísima: poética, turbulenta y experimental, un continuo ejercicio de indagación, de voces, de desconcierto. Firmará ejemplares este fin de semana en la Feria del Libro de Madrid.

¿Qué ideas de partida te rondaron la cabeza para escribir ‘Mil mamíferos ciegos’?

—Contar una historia que me habían contado y que luego se mezcló con mis historias. Así, en abstracto y en concreto, se trata de una novela basada en hechos reales perturbada por hechos más reales todavía. De un asunto testimonial, la escritura de esta novela pasó a ser una especie de zona mágica donde aislarme y conectar con lo que me sucedía y con lo que sucedía a mi alrededor. Por eso está llena de personajes reales inventados y de personajes inventados reales. Han sido años jodidos, por decirlo de algún modo. Potentes.

 

¿Cómo fueron surgiendo los bocetos, frases, intuiciones, espacios…?

—El otro día, en una entrevista, el arquitecto del Centro Pompidou de París, Renzo Piano, contaba que él se paseaba por los lugares donde iba a construir con una hoja de papel porque se lo enseñó Italo Calvino. “Yo no sé escribir, sólo tomar apuntes y recoger emociones”. Algo así. Hay que estar muy callado, eso también.

 

¿Qué novela querías hacer y cuál has hecho? Aludes a los fantasmas del mar, al código de los pecios, al naufragio permanente…

—Jajaja. Muy buena pregunta. Lo cierto es que no se parece mucho a lo que pensé el primer día. Y lo peor es que todavía no sé qué he hecho. De ahí la maravilla de que alguien la lea, a ver si me ayuda a descubrirlo. Me he perdido tanto con ella (de ahí, quizá, los pecios y los naufragios) que ni sé si la he escrito yo. Que ha participado hasta ese perro que pasa por la calle.

 

¿Pensaste siempre en dos espacios, en dos historias paralelas que a lo mejor se encuentran?

—Sí. Esos dos espacios surgieron rápido. Vienen de serie. Desde el principio.

 

Háblame de Yago: ese joven extraño que se va al bosque a tallar árboles. ¿Es un artista, es un obseso, un escritor, en el fondo (que no sabemos bien a quién escribe, casi hasta el final), o sencillamente alguien que huye?

—Yago es una persona que amó de una forma pasional, inhumana, transhumana. No todo el mundo alcanza esta intensidad. De amores calmos está hecho el mundo, claro, pero esta fiereza, uf. Yago quiere que el amor se repita porque él es ése: el que amó a lo bestia. Y en esa dirección, viaja y se reconstruye. Talla madera como modelaron barro en el paraíso. Para fabricar a un hombre.

 

¿Por qué todo es tan perturbador en su existencia, incluso ese bosque, que podría ser un refugio o un paraíso?

—Supongo que porque la creación es perturbadora. No hay guías ni se sabe qué está bien y qué está mal. Se parte de una absoluta hibridación, de la masa informe, y a partir de ahí, hay que empezar a distinguir y a poner nombre a las cosas. Se trata de un viaje, de una búsqueda por un paisaje interior puro, pleno e informe. Tan exuberante como homicida: el bosque.

 

Por otra parte están Santi y Eva, una pareja convencional, pero pronto nos damos cuenta de que nada es lo que parece. ¿Qué ocurre ahí, tan poderosas son las sombras del pasado?

—Más que el pasado o el presente, lo que se pone en juego es el tiempo íntimo y el público. A ver. Miro el reloj y son las diecisiete treinta para millones de personas, ¿pero qué hora es dentro de cada uno de nosotros? Ésa es la pregunta. Los personajes de ‘Mil mamíferos ciegos’ circulan por estos desajustes. Ahí viven. Ahí vivimos, me da la impresión. Y estos túneles entre ambos tiempos están llenos de residuos del pasado, sí. Todo esto parece muy marciano, lo sé. Pero en definitiva, creo que Santi y Eva están dispuestos a arriesgar su identidad con tal de amarse.

 

 

Ella no encuentra su sitio y él, menos. Eso sí parecen citarse, alguna vez, en el sexo y el fetichismo…

—Supongo que no deben de encontrar su sitio porque ‘por culpa de su amor’ relegan a su voz y la voz pide paso. El cantante de ópera Serge Wilfart dice que la voz no sólo se origina en la garganta sino que involucra a todo el cuerpo. “La voz nos ayuda a percibir y a recorrer los entresijos de nuestros interior físico y psíquico. Hay que descender hasta nuestras fuerzas pulsoniales, hasta nuestra sexualidad, para poder llevar la voz hacia lo alto”. El lugar de sus citas como dices.

 

La novela siempre es inquietante,  psicológica. ¿Cómo te has planteada la escritura: la atmósfera, no hay concesión a la obviedad, el narrador omnisciente a veces matiza o interpela a los protagonistas?

—Lo que hemos hablado antes. He escrito y corregido esta novela durante tanto tiempo, han pasado tantas cosas, se han producido tantos inputs y outputs imaginarios, reales, míos, de otra gente, belleza, dolor… que creo que me rendí, me dejé llevar y actué simplemente como un canal de enlace. Será por eso que hay tantos narradores, emociones dispares, comunicaciones imposibles, jaleo.

 

¿Cómo entiendas la novela? ¿Te importa más el estilo que el argumento?

—Las dos cosas importan, pero lo que de verdad me inquieta es la voz. En la presentación del libro, conté la anécdota de que yo creía que cantaba bien hasta que mi pareja me propuso hacerlo con su grupo de amigos en una sala de ensayo. Ellos afinaron sus instrumentos, yo agarré el micrófono, me lancé y por primera vez en mi vida, oí mi voz. Mi voz a solas, mi voz a toda pastilla. Qué horror. ¿De verdad ésa era mi voz? ¿Estaba imitando con demasiado énfasis a Javier Gurruchaga? ¿Qué hacer para arreglarla? ¿Debo gritar más, menos? ¿Qué clase de persona sería yo si sólo pudiera comunicarme así? ¿Qué historias podría contar? Lo mismo me planteo cuando escribo.

 

¿Cómo has manejado esos dos climas: el discurso exterior, nada claro, y el interior, agobiante casi siempre, casi negro, indagatorio? ¿Somos lo que llevamos dentro, lo que nos acosa?

—Me encanta esto que dices. Tengo la intuición de que somos las dos cosas. Somos nosotros hacia fuera, en lo de fuera, con lo de fuera. Somos materia y la voz nos exige que la saquemos. El problema de salir es la sinceridad de la exposición. Querríamos ofrecernos desnudos, puros, frágiles, sin escudos, pero nos arriesgamos demasiado. Esas transiciones de lo íntimo a lo público y viceversa. Esos viajes de ida y vuelta originan la oscuridad, la melancolía, lo complejo de andar por este mundo. Hace falta mucho deseo.

 

¿Cuál es tu relación con la realidad, necesitas enmascararla y enmarañarla en poesía?

—¿Qué es lo real? Si hablamos de la realidad como convención, hago lo que puedo y me defiendo. Si hablamos de la realidad como verdad íntima, hago lo que puedo y me defiendo. El enmarañamiento supongo que proviene del laberinto de hilos que se teje entre los dos campos.

 

¿Qué significan para ti los símbolos, en qué medida esta es una novela simbólica?

—“Escribir es crear símbolos”, dice Borges y por primera vez, entiendo a Borges. ¿Será que me estoy haciendo mayor? El asunto es que uno no puede arrancar pensando: “Hey, voy a crear un símbolo” porque los símbolos provienen del inconsciente más que de lo consciente. De una conexión casi primitiva con la humanidad. A lo mejor ni siquiera se trata de escribir. Se traduce el mundo. Casi nada.

 

¿Más que sobre la tensión entre naturaleza y ciudad, entre el paraíso y el ruido, es esta una novela del desgarro, del dolor, de lo enigmáticos que podemos ser los seres humanos? ¿O eso que tú llamas la grieta?

—Una vez más, tú o algún otro lector incauto debería explicarme qué es esa grieta que aparece en la novela. Porque yo no lo sé. Me haces esta pregunta y lo único que me viene a la cabeza es una de las últimas frases de mi padre: “Qué poco nos conocemos los unos a los otros”. Su alabanza a lo auténtico.

 

¿Cómo ha crecido la escritora de ‘Casi tan salvaje’ (Páginas de Espuma)?

—¿He crecido? Hay quien dice que me he caído al pozo, (risa). Sea lo que sea, te obliga a flotar. A subir. Lo intento al menos. No sé.

 

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