SERGIO MORA PINTA Y CUENTA LA VIDA DE CHIQUITO DE LA CALZADA
Gregorio Sanchez Fernández es, para algunos, entre ellos para el palmero Arito Katana “el cómico más grande de todos los tiempos”. Lo dice en el libro ‘Las legendarias aventuras de Chiquito’ (Temas de Hoy), una biografía ilustrada del dibujante Sergio Mora, que aquí se convierte en biógrafo y narrador. Andreu Buenafuente dice, a propósito de esta alianza: “Sergio Mora es mi dibujante favorito y Chiquito un monstruo del humor. La suma es una multiplicación de surrealismo”. El periodista José María Rodríguez es un grann apasionado de Chiquito y retrata así a un hombre que se hizo tan famoso como Los Beatles y que ni podía ir al fútbol: “Chiquito era genio y figura. Porque era un genio y, también, nuestra primera figura del humor. Alguien que te arrancaba una sonrisa no solo con lo que contaba, sino con cómo lo contaba. Alguien que de joven fue capaz de enseñar flamenco a los japoneses y, ya de mayor, logró cambiar el vocabulario de todo un país. Y aunque no se consideraba un pecador, sí reconocía ser ‘un poquito fistro’. De Chiquito solo tenía el nombre. Más grande no se podía ser”.
En el fondo, Sergio Mora, a través de su personaje de ficción Arito Katana, coincide por completo con esta percepción y presenta al personaje con una variedad gráfica deslumbrante y con su peculiar colorido: hay secuencias de cómic, cartelería, retratos individuales y de conjunto, elementos de ciencia ficción, pop art, arte psicodélico, de circo y flamenco, y también se acerca al mundo de las series, como ‘Vacaciones en el mar’, o la movida madrileña.
El libro, en realidad, es una biografía de Chiquito pero también de Arito Tanaka. Es un libro de vidas paralelas: Arito habría sido el mejor amigo del humorista malagueño y por ello lo acompañó en sus grandes hitos y en algunos hechos que quizá sean falsos: ¿conoció de verdad Chiquito a Steven Spielberg, llegó a bailar con un fascinado Michael Jackson? Sergio Mora coloca al lado de sus dibujos un “fake ?”.
Gregorio Sánchez Fernández nació en Málaga, en el barrio de Calzada de la Trinidad, en 1932. Era hijo de un electricista sevillano y debutó a los ocho años como cantaor de flamenco en el grupo Capullitos Malagueños. Dejó el colegio muy pronto y lo pasó bastante mal. “Pasábamos más hambre que el sastre de Tarzán”, diría años después. Se quedó huérfano de padre a los seis años y de su padrastro no tenía los mejores recuerdos precisamente: “… era para mí un fenómeno, pero me llevaba a todos los sitios a cantar para llevárselo”. Decía chistes y cantaba por todos los palos, en los tablaos El Chinitas, La Taberna Gitana, Peña Juan Breva, y “venía la gente de los pueblos a escuchar flamenco”.
Aquel joven, que tenía el don de hacer reír, se fue a Torremolinos en los años 60, cuando empezaba a desmelenarse el destape. Allí, descubrió la picaresca y a los empresarios aprovechados. “Nosotros nos hemos tirado a lo mejor veintitantos años trabajando en tablaos y luego habían pagado tres o cuatro meses de seguros sociales”. Dijo que en aquellos días conoció a Malon Brando y al presidente argenitno Juan Domingo Perón.
De Torremolinos se fue a Marbella en un espectáculo de variedades, como cantaor. “Yo ya contaba mis chistes, era así de siempre. De hecho, en mi tiempo en los tablaos, entre actuación y actuación, yo solía ponerme a contar chistes para que no se aburriera la gente”. Más tarde pasó a Madrid, y actuó en el Teatro Calderón, en Circo Price y La Latina, en una ocasión en un cuadro con el joven Camarón en 1971. En medio, en el Teatro Chino de Manolita Chen, conoció a la bailarina Pepita, de 18 años, que sería la mujer de su vida. Años después, Chiquito diría: “Cuando vi a esa mujer en primera fila me dije: ‘¡Hasta luego, Lucas! Esta ya no se me va’”.
Chiquito también vivió durante dos años la gran aventura de su vida: se trasladó a Japón, aprovechando el boom del flamenco en el país. Le seguía persiguiendo el hambre: “Esa gente comía pescado crudo y hasta perro pecador. Pasé más hambre”. Regresó a España, ejerció de palmero más que de cantaor, y poco a poco, amenizaba todo lo que hacía con sus chistes. Por entonces, habría deslumbrado a Michael Jackson. Y actuó en el Rock Ola, donde bailó el ‘moonwalker’ y “los guiris y los modernos madrileños, con sus chupas de cuero, le hicieron coro dando palmas”.
Poco a poco su figura fue agigantándose hasta convertirse en todo un artista diferente, simpático, candoroso, ingenioso y chispeante. Estab a punto de nacer ‘El Pecador de la Pradera’. Sergio Mora, que no se ahora bromas ni talento ni un gran conocimiento de la época y de la ilustraciñón, dice que fue el productor y director Tomás Summers se “quedó fascinado al ver en acción a aquel bicho raro con más de 60 años, camisas estrafalarias y humor tan diferente a cualquier cosa”.
En Torremolinos presentaba “un show de palabras raras, sonidos guturales como ocuando aprietas un pato de goma, saltitos con la mano en las lumbares y sacudidas como de descargas eléctricas”. Con la ayuda de la televisión, y el programa ‘Genio y figura’, nació una auténtica estrella, que también haría cine. La muerte de su mujer le dejó hundido. Se consoló en el café Chinitas y con escasos fogonazos de humor. Aconsejaba, contra las guerras: “No pelearse, que está la cosa mu mala pero todo llegará a su sitio”.
Falleció el 11 de noviembre de 2017, a los 85, y Sergio Mora sospecha que España entero dijo: “¡Hasta luego, Lucas!”. José María Rodríguez recuerda su paso por Zaragoza: “Lo vi en el Príncipe Felipe y en el Auditorio, cuando vino con el Zaragoza Comedy, y qué estrella era sin que él fuera consciente de ello. La gente se reía antes de que contara un chiste”.
Tenía un carisma irresistible y era como metralleta de sonidos, onomatopeyas y gestos que cristalizaban en una forma personalísima de humor.
*La ilustración es de Sergio Mora.