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Antón Castro

UNA NOCHE CON GABINO O LA ZARAGOZA DE MIGUEL MENA

Tarde de tormenta. El cielo se estremece de relámpagos y truenos, y se derrama en un diluvio de media hora. La luz se ha enturbiado y las calles improvisan un trasvase feroz hacia ninguna parte. Es el Apocalipsis de la lluvia. Zaragoza se llena de paraguas y las calles de atascos. La calle Alfonso se convierte en un espejo que copia la melancolía del mundo. La plaza de san Cayetano está desierta: algunos fumadores apuran el protocolo y los cigarrillos de los nervios.

Se entregan las medallas de Santa Isabel de Portugal, la reina de las concordias imposibles.
Dentro José Antonio Acero glosa los méritos de Miguel Mena (nos hemos perdido el elogio de Manuel Teruel) y recuerda aquella anécdota de los carretes y los yogures caducados. Luego, en un discurso en el que se adivina la mano de Ángela Labordeta, elogia la trayectoria de este amigo de Zaragoza y de los zaragozanos, de esta cálida voz de las ondas que convierte la radio en un lugar imaginario para toda la familia. Miguel es ese invitado que llega un poco antes de comer, come sin apenas probar el vino y participa en la sobremesa como el invitado ideal que todos esperaban. Pero, además, Miguel es un excelente escritor, un viajero constante, a pie, en bicicleta y en coche, un fotógrafo que coloca sentencias e impresiones a sus fotos y un renovador tranquilo de la narrativa popular en cualquiera de sus fórmulas: la novela de suspense, el relato policiaco, la evocación de la vía muerta (o de tantas vías muertas o paisajes que ha encontrado en sus exploraciones de Aragón) o el diario de un ciclista que se asoma al paisaje. Miguel Mena es querido, es idolatrado, en cierto modo, y Acero deja constancia de ello.
Cristina Palacín hace el elogio del ciudadano universal Joan Manuel Serrat y lo resuelve bellamente a la luz de sus textos. Es decir, a la luz emocionante de sus canciones. Luis F. Beamonte está algo más farragoso explicando la trayectoria de Guillermo Fatás y Martín Llanas se eterniza en los pormenores de la vida y la política de Gaspar Castellano: la elocuencia no es una de las virtudes del vicepresidente y tampoco lo será luego, en la réplica, del ex presidente de la Diputación de Zaragoza y del Gobierno de Aragón, un ciudadano de mérito indiscutible que tuvo dos emotivos recuerdos para Florencio Ripollés y Ramón Sáinz de Varanda. Gaspar Castellano, de Ejea de los Caballeros, cerrará la última de sus fichas con un “Gracias, Javier”. Teruel explica su trayectoria y su defensa apasionada de la Expo 2008, y Miguel Mena pone la emoción y el ingenio. Antes de hacer uno de sus preciosos juegos de palabras con los nombres de los pueblos y ciudades de Zaragoza, un diccionario de afectos hacia la provincia (incluso dice que hay un pueblo para los locutores: Villalengua), recuerda que el premio se lo tendría que haber dado él a Zaragoza, una ciudad hospitalaria, mestiza y moderna, porque se lo ha dado todo. Miguel Mena, a su modo, ha reinventado Zaragoza y la ciudad lo ha convertido en un morador ejemplar y en su adalid. Ramón Gómez de la Serna acude en su ayuda y Miguel hilvana un texto precioso, divertido, de amor al país y a sus gentes. Serrat evoca a su madre, Belchite, las Delicias, y canta “Cançó de bressol” con una jota legendaria en su estribillo: “Por la mañana, rocío; al mediodía, calor; por la tarde los mosquitos; no quiero ser labrador”. Guillermo Fatás cuenta su triple historia de amor con la Diputación, con la Institución Fernando el Católico y con “Heraldo” (y rinde homenaje a su cuarto amor, Concha y sus cuatro hijos), y ofrece un apunte de los demás galardonados. Javier Lambán cierra el acto desde la mesa presidencial y se felicita de los 25 años de los municipios democráticos. Marcelino Iglesias no pierde palabra desde su triunfal “marcelinato”. O eso parece.
Afuera, sigue la lluvia y los compañeros de “La campana de los perdidos” –entre ellos, el gran trovador a la francesa Paco Cuenca- recuerdan que ese espacio de libertad y transgresión continúa cerrado. José Ángel Rodicio –el rapsoda de León Felipe y Curos Enríquez- se merece el permiso para mantener vivo ese “off” de la creación y del entusiasmo. ¡Cuánto ha hecho por la música, por la poesía, por la alegría del canto en un subterráneo que es el refugio de la bohemia y de la farándula en acción! Antonio Gaspar nos dirá luego que no sabe cómo arreglar ese problema legal, que está en ellos y que es uno de los asuntos que le desvela tanto como el traslado o no de La Romareda: lo dice a corbata quitada y se nota que es sincero. La entrega de medallas Isabel de Portugal ha resultado larguísima y envarada. Serrat y Miguel Mena -sobre todo Miguel, que optó por el cariño, la poesía y la brevedad. Su gallega suegra volvió a definirlo como “el yerno ideal” ante una bellísima Mercedes, la novia soñada en una tarde de aguacero-, descosieron las costuras de la rigidez y del tedio institucional. Isabel de Portugal, desde el altar, mostraba las rosas rojas que debieron gustarle al monarca don Denís, tan buen poeta como amante en tálamos ajenos. Una rosa es más estimulante para la lírica que una limosna.

Ese maestro de ceremonias que es Luis Alegre, ese coleccionista de amigos memorables –tan memorable él- que es “el ruiseñor de Lechago” improvisa una cena en Casa Hermógenes. Y con él nos vamos a conversar y a cenar a otro sótano acogedor. Nos sirve Carolina otra belleza del Casco Viejo. Por allí andan José Luis Campos –que prepara una nueva tertulia de fútbol para Antena Aragón-, Pepe Melero –desolado por la marcha de Dani al Españoly partidario de que el estadio siga donde está: a diez minutos a pie de su casa que revienta de ediciones primorosas-, Mariano Gistaín –fascinado con la belleza y el tenis de la nueva reina de Wimbledon: María Sharapova, la vistió de rosa durante unas horas en su página web: gistain.net, y la sustituyó por el abrazo de ZP a Sonsoles y ahora por Maradona, un dios del fútbol que irrumpe del barro-, Ángela Labordeta –que hereda de su madre un aire a Audrey Hepburn-, la bibliotecaria y escritora Eva Puyo, Ismael Grasa, que lleva una guayabera blanca y sandalias para viajar en la lluvia. Aparece luego Gabino Diego y la masajista María Ángeles, a quien le cupo el honor de ser la fisioterapeuta ocasional de Conchita Martínez antes de un partido de exhibición con Steffi Graf en Zaragoza. Gabino, tras unos minutos de tanteo hablando de esto y de aquello, se convierte en el rey de la reunión con sus imitaciones, con sus chistes o con el copioso anecdotario del espectáculo “Una noche con Gabino”. Acaba de aprenderse la única mala crítica que ha tenido en Cádiz; para el reseñista local su arte en el monólogo no admite comparación con el de “la gaditana Paz Padilla”. Ha tenido tanto éxito que en algún sitio se vio obligado a hacer bises. Quizá el próximo bis sea esta mala crítica convertida en fragmento de ingenio y de ironía.
Gabino contó muchas cosas: habló de su amigo Richy Castellanos, un tipo increíble capaz de todo, incluso de imitar a Héctor del Mar (el señor bonaerense del goooooooooooooooooool), cuyo lema es: “Yo te lo consigo”. Un espectáculo, un concierto, una novia, lo que haga falta, amiguete. "Y no te costará nada: cero coma cero", agrega. Imitó Gabino a Diego Armando Maradona, y eso le dio pie a Luis Alegre para recordar que lo había saludado, con Víctor Muñoz, en un ascensor. Tres genios distintos en un ascensor: ¡quién pudiera verlos con una cámara oculta! Quizá una de las anécdotas más graciosas de la noche de Gabino fue que su cuñada, la mujer de su hermano, nació el mismo día que él, en el mismo año y en el mismo hospital. Su hermano ya dijo entonces al ver a la niña, a la que no confundió con Gabino: “Algún día me casaré con ella”. Antes de salir en busca de los últimos gin-tonics de la madrugada (por cierto, en Casa Hermógenes se cena muy bien), Gabino reveló sus nuevas pasiones: las fotos de Alberto García-Alix y Cristina García Rodero, y tres grabados de considerable formato de Miquel Barceló. Gabino, además, ha venido a Zaragoza con su hija Sara, ocho años (Sara también se llama la hija de José Luis Campos. La reina de mi casa, cinco años de mujer fatal, también se llama Sara), y con dos perros. A la niña y a los canes, cuando se pone tierno, les canta “La piel de Sara” de Javier Ruibal.

P.D. Escribe un bellísimo texto Javier Burbano y recuerda un concierto de Imanol Larzabal en el Retiro. Conmovedor recuerdo del trovador a solas con su voz y su guitarra, de negro. También ayer recordamos a Imanol y casi coincidimos todos que se murió de pena por el desamor, evidenciado, de Euskadi... En este preciso momento, una paloma de libertad desciende a mi terraza. Desde el ordenador abierto la veo...

1 comentario

gabriela pasamar -

querido Antón, estoy en la playa, pasando unos días en tu tierra gallega. No renuncio sin embargo a tus estupendas crónicas. No conozco a tus amigos, pero tú me los haces muy cercanos. Sigeu así.