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Antón Castro

EJULVE: VUELTA A LA NATURALEZA Y A LOS AMIGOS

Largo fin de semana en Ejulve, el pueblo en el umbral del Maestrazgo me enseñó a descubrir Teruel, que dio pie a fragmentos de algunos de mis libros como “El testamento de amor de Patricio Julve” (Destino, 1995 y 2000) y “Los seres imposibles” (Destino, 1998). Llegué por primera vez en 1979, delgado, recién rasurado y huido de mi casa allá en Galicia y con camisa blanca que se había planchado al relente, en el tendedor de una buhardilla de la calle Las Armas. He disfrutado de estos paisajes y de los viejos mitos del lugar: su propio nombre invoca para algunos lugar de exilio, para otros tierra de lobos, aquí sigue habiendo muchas masías, parideras, molinos, ocultas sendas de los maquis y los carlistas, y existe una naturaleza variada y exuberante: las terrazas para el cereal en dirección a Aliaga, La Zoma o Cantavieja; los bosques de sabinas, aliagas, carrascas y robles en dirección a Molinos. El pueblo descansa en la belleza de sus topónimos: Val de Mancho, La Umbría Negra, La Venta del Cuerno, Los Santanales, La Meadina, El Barranco de Pistolo...

Ayer por la mañana, realizamos un paseo de tres horas en dirección a un mirador que se abre hacia La Venta del Cuerno, La Masada Azcón, también llamada Mas de Diego (fértil santuario de fábulas y de jabalíes y de leyendas: la más bonita es la de aquella mujer que se casa, se va a vivir a las agrestes soledades, come y come de puera ansiedad, acaba derrengando las caballerías, acaba sin poder atravesar las puertas) y otros parajes que se me olvidan. Avanzábamos bajo un sol de justicia los cuatro hermanos Gascón Brumós –Paco, Isabel, Mariángeles y Carmen-, mi cuñado José Luis, Juan Manuel Gascón (historiador de Ejulve en Barcelona y estudioso de los deportados aragoneses en Mauthaussen: posee una increíble página web sobre ellos) y yo. Fue una mañana de tertulia, de encuentro con la naturaleza, de historias familiares, de vidas que se alejan a lo largo del año y convergen durante unas horas entre sabinas, carrascas y enebros, el árbol de la ginebra, que allí hay muchos.

En estos encuentros, reaparece siempre la leyenda del seductor Joaquín Ortín, un antepasado de la familia que mantenía una doble vida: tuvo varias amantes. En una ocasión, su mujer lo fue a buscar a casa de una de ellas, y él le dijo: “No se te ocurra venir aquí nunca más”. Años después se quedó viudo y se casó con la mujer más fea del pueblo, Casimira, que tenía una posada. Pudo más el dinero o la codicia que el amor; parece lógico entonces que frecuentase otras mujeres, otros ámbitos.

Los veranos en Ejulve significan en reencuentro con Alcorisa, adonde voy a comprar la prensa. Significan el reencuentro con mucha gente a la que ves poco, sería imposible enumerar aquí a todos, pero no puedo olvidarme de Pedro Marco, médico y acupuntor en Barcelona, que ha tenido la suerte de ver todos los partidos de Ronaldinho la pasada temporada. Con Pedro nos vemos de año en año, o de dos en dos, y es como si nos hubiéramos visto anoche. Existe una amistad y una complicidad que no se mitiga; él, además, ha alcanzado una suerte de asombrosa serenidad que le permite sufrir menos, es como si hubiese rebajado la ambición o el volumen de ansiedad.

Con mi primo José fuimos al monasterio del Olivar, que está lleno de gente desde que se ha convertido en posada. Hace algún tiempo también fui con su cuñado Jesús, un cazador de mañana y tarde de perdices y codornices, que luego no come. Es un lugar paradisíaco, ideal para escribir una novela o un libro de poemas. La iglesia es preciosa, y tiene en el altar a una virgen oscura esculpida por Pablo Serrano. Está rodeado de un paisaje indómito, ideal para espíritus libres. Detrás de la lavandería y la cocina olorosa, se divisa un bosque encantado: a media tarde, una luz de oro se colaba entre los pinos y dejaba temblando el aire en la enramada. Allí, en el monasterio y quizá en ese bosque de ciervos, escribió Tirso de Molina “La dama del Olivar”. Del monasterio nos vamos a Crivillén, el pueblo de Pablo Serrano, uno de los pueblos más empinados y laberínticos del mundo. Meterse en coche por él es toda una aventura: las calles son estrechas, algunas no tienen ni tres metros, y es un lugar que produce vértigo e incomodidad. En una de la plazas hay un gran mural dedicado al escultor. Y en su propia casa, al lado de la iglesia, hay un relieve fechado en 1985 con el rostro del escultor y el recuerdo de su fecha de nacimiento. Lo más sorprendente es que la plaza dice que Pablo Serrano, “el escultor del hombre”, nació en 1910, cuando fue en 1908. ¿Lo saben en Crivillén? ¿O sencillamente da mucha pereza hacer otra placa?

De Ejulve, antes del adiós, me quedo con una estampa increíble. En lo alto del calvario de San Pedro: la vista es maravillosa, colinas al ocaso, montes ariscos como caballeras de soldados, un horizonte que emula un mar inaprensible. Y durante unos minutos el sol corona la cumbre, esculpe la cruz, proyecta una sombra delgada sobre la huella del trigo. El mundo, desde arriba, se encoge, se vuelve portátil y entra completo de golpe por los ojos.

2 comentarios

Anónimo -

pablo bartolomé serrano -

En efecto dice 1810 y así me lo indicó mi padre cuando le pregunté si ponía 1908 o 1910 pues como sabrás los archivos parroquiales se quemaron durante la GCE y él tenía sus dudas o la perdonable picardía de tener aquellos dos años menos.Como sabes la placa y el monumento de la plaza los he relizado yo,asi como el diseño de la fuente así que no des la culpa al pueblo sino a mí.Pablo Bartolomé Serrano.