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Antón Castro

UNA VIDA CON HIJOS

1. Primer partido de Jorge en División de Honor, de infantil, con el San Gregorio. Perdió por la mínima, tras una jugada de estrategia al borde del área del Olivar. Por cierto, Alex, hijo de José y de Virginia, primo de Jorge, realizó un espléndido encuentro de lateral izquierdo y frenó al gran Héctor Solanilla. Jorge apenas jugó: diez, doce minutos, tal vez quince, de interior izquierdo. Tocó algunos balones y notó varias cosas: ha pasado de ser el líder incontestable del Garrapinillos, allá donde jugase (benjamín o alevín), que participa todo el partido corriendo como un lebrel, a ser uno más del bloque en busca de la titularidad, que se juega a más velocidad, que ya no puede conducir el balón tanto como lo había hecho hasta ahora, que es bajito y necesitará mucha concentración, toda la potencia posible, rapidez y picardía. Tiene compañeros nuevos, a los que apenas conoce, y además es el más joven. El único de doce años.

2. Diego, su hermano, jugó un amistoso contra El Gancho. No pude verlo, pero he indagado todo lo que he podido. Venció el Garrapinillos, de cadetes, por dos a uno. Los goles fueron de Mario Martín, su compañero en la media, uno es el medio centro defensivo y otro el ofensivo. Mario, que tiene un impacto de balón increíble, juega más retrasado, pero posee mucha proyección en el ataque. Coincidieron un año en categoría infantil y no lo hacían mal. Diego conduce bien el balón, es demasiado perfeccionista, lo cual le lleva a retener en exceso a veces el cuero, y es generoso en el esfuerzo y en el pase. Me gusta casi siempre porque es un jugador de equipo, que apoya, que siempre quiere el balón, que siempre busca al compañero que se desmarca. Le falta un poco de potencia y golpeo (hoy tiró al palo con la zurda), y cede al enemigo demasiado pronto el balón que acaba de arrebatar. Verlos a los dos, a Diego y a Jorge, tan diferentes, tan complementarios, me recuerda mis años de futbolista en el Ural. Pienso en Jorge ahora y me veo a mí mismo en el Ural, en el primer año, en 1972, cuando compartí vestuario con Paco Buyo: pusilánime, casi superado, pero con toda la ilusión del mundo con mi número siete a la espalda, número por el que pugnaba con Pombo, al que conocían –y no miento- como “el Cruyff de Uxes”.

3. Veo a Diego y me veo a mí mismo, en el primer equipo ya, en 1974, con la camisola del diez, formando la medular con el Cholo Liñares y José Benito. Era el peor de los tres, seguramente, pero me encantaba aquel equipo. Ganamos la Liga, la Copa de la Coruña y jugamos la final de Galicia ante el Celta de Vigo. Aunque no había estado nunca de suplente, en Vigo no jugué ni un minuto. Ni siquiera llevé el chándal, y fui el único del conjunto que no paseaba con mis compañeros con él en el Hotel Samil Playa, entre los jugadores del Atlético de Madrid que jugaban en Vigo después de nosotros: Adelardo, Gárate, Irureta, Ayala, Heredia... Aquel año, lo recuerdo perfectamente, jugamos un primero de mayo: volvimos de ganar al Finisterre –nos entrenaba el Guapo Romero- y en la televisión retransmitían un choque para la leyenda: Real Zaragoza frente al Real Madrid. Me dijeron que mi ídolo García Castany ya había marcado dos goles entonces... Jorge cumplió doce años el 23 de septiembre; Diego, catorce el 22 de septiembre. El escritor Félix Romeo vino a comer con ellos y les trajo regalos, entre otros el libro “Caballo Loco y Custer. Vidas paralelas de dos guerreros americanos” (Turner), de Stephen E. Ambrose. Y yo decidí tirar la casa por la ventana: ambos son muy aficionados al dibujo (Diego además tiene una novela infantil de más de cien páginas; Jorge una narración del Oeste de una treintena de folios) y a la pintura, y les compré ese libro inmenso de “Leonardo da Vinci. Obra pictórica completa y obra gráfica” de Frank Zöllner, que ha editado Taschen con todo lujo. Por cierto, vi ese libro el pasado miércoles en casa de Pepe Cerdá.

4. Se va Daniel a Evreux de lector de español. Es su primer trabajo académico. Parte muy ilusionado, con un gran diccionario de francés y un nuevo libro bajo el brazo. Cinco relatos: una novela corta, dos largos cuentos, y dos piezas breves que suceden en Barcelona y Francia, la primera, en Zaragoza la segunda. Quizá el cuento que más me guste a mí sea “Los extranjeros” (título provisional), que glosa el curso que pasó en Norwich y su intento de asistir a las clases de W. G. Sebald. Le dejó una nota y éste le respondió, aludiendo a Kafka, minutos antes de que se estrellase contra un árbol y muriese. Daniel volvía a Zaragoza al día siguiente y se enteró en un diario español, “El País” tal vez, de la noticia. Daniel ha sido fundamental en mi formación, en mi vida literaria, en complicidades constantes durante muchos años. Ha sido, es, algo más que un hijo: desde muy joven publica cuentos (con ocho años publicó un cuento en “El día”), es un lector increíble, le interesa casi todo, y me ha esclarecido muchas nebulosas que yo tengo.
Su inteligencia natural me da mil vueltas pero nunca ha hecho ostentación de ello. Ha leído casi todos mis libros en pruebas y me los ha llenado de sugerencias y correcciones hasta donde el pudor se lo permitió. Me gustan mucho, además, sus comentarios de libros: es un lector vigoroso, honesto, profundo, que sabe contar y ahondar en un libro con la retórica justa. Acaba de decepcionarle la última novela de Belén Gopequi, que ha leído por encargo. También ahí me ha enseñado cosas con dulzura. Y tiene un libro, “La edad del pavo” (Xordica), lleno de humor y de vida atribulada en torno a la seducción y el sexo, donde hay un par de piezas que justifican a un padre o a una madre. Quizá parezca impúdico o exagerado que lo diga yo, pero “El examen” es un cuento lleno de conocimiento y ternura humorística en torno a la figura de su madre, Carmen, esa médico de aldea que se enfrentaba a la oposición más complicada de su vida. El viernes por la noche, sus amigos le hicieron una cena de despedida, que fue también la cena de la celebración del primer decenario de amor “legalizado” de Miguel Mena y Mercedes Ventura.

5.También se va Aloma a París, a Montmartre, a un apartamento de 30 metros. Va a hacer cuarto de Filosofía Hispánica, en el Erasmus. Ha ido a París en coche y allí tuvo la inmensa fortuna de encontrar alojamiento. Siempre le ha gustado mucho la cultura francesa: ha pasado algún verano con sus tíos Paco y France y lee muy bien la lengua del país vecino. Lleva varios días escuchando chanson: a todos, desde Edith Piaff a Jacques Brel, desde Leo Ferré a Georges Brassens, incluso la he oído disfrutar con los susurros de Carla Bruni. Aloma es actriz, ha debutado este año en el Teatro Principal y ha trabajado dos veranos en Dinópolis. Me da mucha alegría que se vaya a París, así será un buen pretexto para que por fin un paleto de pueblo que nunca ha salido de A Coruña y de Zaragoza vea algo de Europa. Ahora, ya no podré decir a nadie que tengo miedo a perder los aviones, que no sé donde se sacan los billetes o que me da pánico estar fuera de casa.

6. ¿Que por qué hablo de mis hijos? En un diario personal puedo hacerlo. Aún me falta Sara, cinco años, a la cual Cano retrató hace mucho tiempo así: “Acabo de ver a Sara y me ha parecido que era ya una mujer fatal”. Pero también lo he hecho porque ha llegado el otoño, se van por un tiempo, voy a echarlos de menos y además estoy leyendo un libro que me encanta: “Revelación de un mundo” de la brasileña Clarice Lispector que firmó durante seis años unas crónicas de sábado, de 1967 a 1973, en el “Jornal de Brasil”, donde hablaba de eso y de aquello, y he leído unos comentarios sobre sus hijas y su hijo, algo que me llamó la atención en una mujer tan poseída por el dolor, por la sensibilidad, por la mirada perpleja. El libro me encanta. En él, con absoluta libertad, Clarice Lispector habla de esto y de aquello: de hombres que le gustan con locura por un momento, de cómo ha escrito una novela, de fútbol (habla del cronista Armando Nogueira y confiesa: "Tengo un hijo Botafogo y otro Flamengo (...) él también era de Botafogo, y así como así, tal vez sólo para agradar a su padre, resolvió un día pasarse a Flamengo"), hace entrevistas secuenciadas, escribe de la felicidad y del amor, compone una novelita que se llama “Travesuras de una niña”, y siembra cada página de aforismos, de pensamientos (“Soñé que un pez se quitaba la ropa y se quedaba desnudo”), de un embrujo que exige paladearlo con lentitud.

Este párrafo justifica en cierto modo a esta mujer de origen ucraniano pero brasileña que acabó suicidándose: “Lo que nos salva de la soledad es la soledad de cada uno de los otros. A veces, cuando dos personas están juntas, a pesar de estar hablando, lo que ellas comunican silenciosamente una a la otra es el sentimiento de soledad”. Conoce a un hippie, establecen una curiosa relación telefónica y le dice: “John, leí que la angustia es el vértigo de la libertad. Entretanto estoy teniendo ese vértigo, pero sin angustia. ¿Cómo se explica? Yo estoy seria, pero por dentro sonrío. No sé de qué. Es que vivir me hace sonreír. Es una sonrisa misteriosa. Viene de florestas interiores, de lagos y azudes y montañas y cielo. Soy toda misteriosa, John. Tú eres más claro que yo. Tú eres una risa, una mirada sorprendida. Hasta siempre”.

Se encontró con José Guimaraes Rosa poco antes de su muerte. Y anota: “Guimaraes Rosa entonces me dijo algo que jamás olvidaré, tan feliz me sentí en ese momento: dijo que me leía, ‘no por la literatura, sino por la vida’. Citó de memorias frases y frases mías y yo no reconocí ninguna”. El libro lo ha editado Adriana Hidalgo y lo ha traducido Amalia Sato.

4 comentarios

Anónimo -

Anónimo -

Eres muy afortunado. De seguir tus pasos tus hijos, tendrás veinticinco orgullosos nietos.

Y la mirada de Sara es un regalo impagable; cuando me mira aumentan mis deseos de ser abuelo... ya falta menos.

Alonso 4º

Abrazos, el ave fénix ;)

Anónimo -

Si lo dijo Mariano Gistaín, debe tener razón. Ese hombre es un visionario: intuye lo que ni siquiera existe. Si fueras Víctor Juan, recibe un abrazo. Yo no sé si soy Antón o el padre de Antón...

Anónimo -

Benquerido Antón:

Como escribió Mariano Gistaín poco después de que naciera Sara, tienes cinco hijos que valen más que cinco bemeuves

; )