MEMORIA DEL POETA Y BOXEADOR ARTHUR CRAVAN
Los boxeadores alcanzan la gloria tras un golpe feliz. Por lo regular, dejan atrás una extraviada vida de sacrificios, penalidades y, con harta frecuencia, de delincuencia. La historia del pugilismo está repleta de nombres así: Rocky Marciano estuvo en prisión varios años antes del éxito; Jake La Motta creía deber una muerte al mundo; Sonny Liston tenía un pasado turbio de delitos y faltas, y acabó sus días como los empezó: en el abismo, en el alcohol, en las drogas y en el olvido. El caso de Fabian Avenarius Lloyd no es exactamente este, pero tampoco el contrario. Nació en una familia burguesa en Lausanne, era sobrino de Óscar Wilde, pero pronto sintió como su tío, repudiado y procesado por sus amores con Lord Alfred Douglas- la llamada de la mundanidad, de los márgenes. Un día, en 1910, decidió dejar su tranquila existencia y partió a París. Llevaba no sólo la caliente sangre del futuro boxeador en el cuerpo, sino la pasión por el arter y en particular por la poesía. Medía dos metros, era atractivo, rubio, espigado: el arsenal de incitaciones que muchas mujeres querían explotar. Se había descubierto atleta y boxeador muy pronto, igual que su hermano Otho Lloyd, y se coronó campeón de Francia tras ir eliminando rivales, más por su contundencia y su descomunal complexión que por su clase. En la gran noche, se halló sin rival (se dice que ni compareció) y pudo ostentar el título. Algunos dicen que incluso llegó a ser campeón de Europa de los pesos semipesados, así figura en los diarios. Y ahí, él mismo inició la cascada de su leyenda. Hizo casi de todo, y a veces no se sabe en qué momento: trabajó en la industria, fue mulero y recolector de fruta, polizón de hotel, leñador en los bosques de Francia, cochero en Berlín, donde solía amanecer entre prostitutas y alcohol. Y fue, esencialmente, director de una revista mítica como Maintenant, que fundó en 1912 y cerró en 1915, y un constante promotor del arte de la provocación, que era el medio en el cual se sentía más cómodo. Desde las páginas de Maintenant, escribía de todo: poemas y críticas de arte. Criticó con severidad el nuevo arte de Pablo Picasso y Francis Picabia; ataque que le valió siete días de cárcel. Además, adoraba los coches y los trasantlánticos y se sentía un moderno aficionado a la polémica y a las malas calles.
No pasaba inadvertido. Su figura atrajo a artistas como Blaise Cendrars (Arthur Cravan fue el profeta del dadaísmo, llegó a decir el poeta), al propio Picasso o a Marcel Duchamp o a Renée Hayden, casada con el pintor cubista polaco Henri Hayden, que fue su primera esposa. En 1915, tras haber puesto el cierre a Maintenant, aparece en Barcelona como profesor de pugilismo del Club Maritim de la ciudad y más tarde en Mallorca, junto a un artista holandés: Kees van Dongen. Su vida pasó por épocas de grandes penurias económicas, y el año 1916 ideó trasladarse a Nueva York. Una idea fulgurante la pasó por la cabeza: había coincidido en alguna ocasión con Jack Johnson, el fabuloso ex campeón del mundo de color de los pesos máximos (había sido derrotado en una extraña pelea ante Millard en Estados Unidos), y le propuso un combate en Barcelona. Cravan sabía íntimamente que nada tenía que hacer, pero se repartirían la bolsa y podría marchar. El combate, publicitado hasta la exageración debido al sentido del espectáculo de Cravan, se celebró en la plaza de toros de Barcelona el 23 de abril de 1916. La actitud del poeta boxeador no fue nada ejemplar: en el sexto asalto, en medio de los abucheos, recibió un impacto y se echó a dormir.
Cumplió su sueño. En Estados Unidos le esperaba un nuevo sueño: la poetisa Mina Loy (1882-1966), al que admiró nada más verla. Poseía inteligencia, encanto, una belleza nada desdeñable y un don para la lírica (ratificado por el paso del tiempo. Hoy tiene un gran crédito). El aventurero Cravan le escribió desde México y logró que Mina Loy se trasladase con él. Vivieron pocos meses juntos, poco más de un año, en la fuente del hechizo. Cravan se compró un barco fuerte y sólido, navegaba por el golfo de México, y un día no regresó. Tenía 31 años. Mina Loy no iba a olvidarle jamás, ni los pintores, ni los literatos ni los cineastas como el gerundense Isaki Lacuesta que acaba de rodar un documental sobre su vida y su leyenda: Cravan vs. Cravan, que interpreta el boxeador francés Fran Nicotre. Lacuesta no sólo habló con su biógrafa oficial, Maria Lluïsa Borràs, o con Eduardo Arroyo (biógrafo de boxeadores como Panamá Al Brown), sino que contactó con el único testigo de aquel combate: Juli Lorente, que entonces tenía siete años.
Arthur Cravan, como si hablase para el porvenir, se definió así: Yo soy todas las cosas, todos los hombres y todos los animales.
No pasaba inadvertido. Su figura atrajo a artistas como Blaise Cendrars (Arthur Cravan fue el profeta del dadaísmo, llegó a decir el poeta), al propio Picasso o a Marcel Duchamp o a Renée Hayden, casada con el pintor cubista polaco Henri Hayden, que fue su primera esposa. En 1915, tras haber puesto el cierre a Maintenant, aparece en Barcelona como profesor de pugilismo del Club Maritim de la ciudad y más tarde en Mallorca, junto a un artista holandés: Kees van Dongen. Su vida pasó por épocas de grandes penurias económicas, y el año 1916 ideó trasladarse a Nueva York. Una idea fulgurante la pasó por la cabeza: había coincidido en alguna ocasión con Jack Johnson, el fabuloso ex campeón del mundo de color de los pesos máximos (había sido derrotado en una extraña pelea ante Millard en Estados Unidos), y le propuso un combate en Barcelona. Cravan sabía íntimamente que nada tenía que hacer, pero se repartirían la bolsa y podría marchar. El combate, publicitado hasta la exageración debido al sentido del espectáculo de Cravan, se celebró en la plaza de toros de Barcelona el 23 de abril de 1916. La actitud del poeta boxeador no fue nada ejemplar: en el sexto asalto, en medio de los abucheos, recibió un impacto y se echó a dormir.
Cumplió su sueño. En Estados Unidos le esperaba un nuevo sueño: la poetisa Mina Loy (1882-1966), al que admiró nada más verla. Poseía inteligencia, encanto, una belleza nada desdeñable y un don para la lírica (ratificado por el paso del tiempo. Hoy tiene un gran crédito). El aventurero Cravan le escribió desde México y logró que Mina Loy se trasladase con él. Vivieron pocos meses juntos, poco más de un año, en la fuente del hechizo. Cravan se compró un barco fuerte y sólido, navegaba por el golfo de México, y un día no regresó. Tenía 31 años. Mina Loy no iba a olvidarle jamás, ni los pintores, ni los literatos ni los cineastas como el gerundense Isaki Lacuesta que acaba de rodar un documental sobre su vida y su leyenda: Cravan vs. Cravan, que interpreta el boxeador francés Fran Nicotre. Lacuesta no sólo habló con su biógrafa oficial, Maria Lluïsa Borràs, o con Eduardo Arroyo (biógrafo de boxeadores como Panamá Al Brown), sino que contactó con el único testigo de aquel combate: Juli Lorente, que entonces tenía siete años.
Arthur Cravan, como si hablase para el porvenir, se definió así: Yo soy todas las cosas, todos los hombres y todos los animales.
4 comentarios
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ruthra -
kb -
Saludos riojanos.
Antonio Pérez Morte -
"Posiblemente soy el rey de los fracasados, porque seguramente soy el rey de algo"