ANDRÉS FERRER, EN LAS CORTES CON "HISTORIA AUSENTE"
Elegía y denuncia del moderno Arrabal
Andrés Ferrer recoge la arquitectura industrial del entorno de la estación del Norte en la exposición Historia ausente, que se presenta en las Cortes
Antón CASTRO
Andrés Ferrer (Zaragoza, 1952) empezó a implicarse con el paisaje urbano hacia 1994. Se dio cuenta de que, al lado de su estudio del Arrabal y de la Avenida de Cataluña, había grandes superficies que siempre le habían encantado y que poseían una sugerencia plástica indudable. Además, representaban la decadencia visual de un espacio, de la historia de la ciudad, de una forma de vida. Siempre he estado comprometido con el patrimonio y con la denuncia de su desaparición. La zona del Arrabal era cómoda y evocadora para trabajar. Los edificios industriales estaban contiguos el uno al otro. Hablo de Maquinista y Fundiciones del Ebro, la Harinera Soláns, en la que también integro el chalé de los Soláns, y la Azucarera de Aragón, todo ello en el entorno de la estación del Norte que ya no existe y que fue determinante para entender la peripecia de la modernidad industrial en Zaragoza a finales del siglo XIX.
Andrés Ferrer incluso tuvo un tío fue jefe de compras en Maquinista y Fundiciones del Ebro, donde trabajaron de delineantes los pintores de Pórtico Eloy Laguardia y Fermín Aguayo. Explica que le atrajo aquella atmósfera por el abandono, por la destrucción irreversible, la ruina y la estética de la decadencia siempre me han interesado, y porque esas fotos podrían ser un recordatorio social, una elegía, del barrio del Arrabal. El resultado es el proyecto Historia ausente, compuesto por 54 fotografías, de las cuales 16, de gran formato, se exhiben estos días en la capilla de San Martín de las Cortes.
Hay dos tipos de obras: las de arquitectura urbana exterior, matizadas por líneas muy perpendiculares y amplias panorámicas, y las del interior, que potencian la ausencia de lo que hubo aquí, y recuerdan la labor de la gente del barrio, y la pérdida de identidad que supusieron los cambios señala el fotógrafo-. Y además me impuse la obligación que tenemos los fotógrafos de catalogar o documentar lo que es la historia. De todo lo que aquí se refleja, sólo queda una parte de la Azucarera, lo demás es historia. El trabajo se hizo a largo de un lustro, entre 1994 y 1999, aunque el grueso se desarrolló en 1998. La fotografía, al fin y al cabo, es luz. No me ha importado ir las veces que hiciera falta si presumía que la iluminación iba a ser mejor. Este proyecto está emparentado con otra serie, 95/96, que se expuso en el Círculo de Bellas, con Magmas, que estuvo en Vitoria, luego en Tarazona-Foto y en Montjo (Barcelona), donde yo utilizaba los elementos industriales y los fundía con el cuerpo humano. Esas fotos de bodegones, de esculturas industriales, de objetos, me han servido para hacer experimentos y reaparecen aquí, de nuevo. He tenido una cierta disciplina para reflejar aspectos sugerentes, presencias, fantasmas que siguen ahí dentro. Por ejemplo, había que contar que la Azucarera había sido el depósito municipal de embargos durante un tiempo y que en otro momento fue víctima de los okupas. O que había una serie de oficios artesanales que han desaparecido y nos han legado piezas admirables. Yo busco la perfección y eso a veces puede llevarme hacia la rigidez, pero es una obsesión personal, lo cual no impide que me deje guiar por la intuición. Insisto: la fotografía es luz. Por la tarde descubres cosas que eran invisibles por la mañana.
Para Andrés Ferrer -que ha fotografiado La Habana; la Patagonia y Tierra de Fuego en un proyecto en marcha, titulado El viaje vertical, o los templos de Angkor, series todas ellas del último lustro-, el proyecto Historia ausente se completa con un espléndido libro: lleva un estudio de María Pilar Biel, la profesora que mejor ha estudiado la arqueología industrial y el desarrollo de Zaragoza desde finales del siglo XIX, un texto muy limpio y didáctico, y el propio fotógrafo ha diseñado un volumen visualmente muy claro, que ya constituye un documento imprescindible, un tratado de historia local y una obra de arte. Todos mis trabajos tienen un relato o un guión. La fotografía está muy vinculada con la literatura. Yo siempre intento contar una historia. Y en Historia ausente más todavía: es una muestra sobre la destrucción inexorable, sobre la pérdida, sobre seres invisibles a la deriva que construyeron, antaño, la modernidad.
Andrés Ferrer recoge la arquitectura industrial del entorno de la estación del Norte en la exposición Historia ausente, que se presenta en las Cortes
Antón CASTRO
Andrés Ferrer (Zaragoza, 1952) empezó a implicarse con el paisaje urbano hacia 1994. Se dio cuenta de que, al lado de su estudio del Arrabal y de la Avenida de Cataluña, había grandes superficies que siempre le habían encantado y que poseían una sugerencia plástica indudable. Además, representaban la decadencia visual de un espacio, de la historia de la ciudad, de una forma de vida. Siempre he estado comprometido con el patrimonio y con la denuncia de su desaparición. La zona del Arrabal era cómoda y evocadora para trabajar. Los edificios industriales estaban contiguos el uno al otro. Hablo de Maquinista y Fundiciones del Ebro, la Harinera Soláns, en la que también integro el chalé de los Soláns, y la Azucarera de Aragón, todo ello en el entorno de la estación del Norte que ya no existe y que fue determinante para entender la peripecia de la modernidad industrial en Zaragoza a finales del siglo XIX.
Andrés Ferrer incluso tuvo un tío fue jefe de compras en Maquinista y Fundiciones del Ebro, donde trabajaron de delineantes los pintores de Pórtico Eloy Laguardia y Fermín Aguayo. Explica que le atrajo aquella atmósfera por el abandono, por la destrucción irreversible, la ruina y la estética de la decadencia siempre me han interesado, y porque esas fotos podrían ser un recordatorio social, una elegía, del barrio del Arrabal. El resultado es el proyecto Historia ausente, compuesto por 54 fotografías, de las cuales 16, de gran formato, se exhiben estos días en la capilla de San Martín de las Cortes.
Hay dos tipos de obras: las de arquitectura urbana exterior, matizadas por líneas muy perpendiculares y amplias panorámicas, y las del interior, que potencian la ausencia de lo que hubo aquí, y recuerdan la labor de la gente del barrio, y la pérdida de identidad que supusieron los cambios señala el fotógrafo-. Y además me impuse la obligación que tenemos los fotógrafos de catalogar o documentar lo que es la historia. De todo lo que aquí se refleja, sólo queda una parte de la Azucarera, lo demás es historia. El trabajo se hizo a largo de un lustro, entre 1994 y 1999, aunque el grueso se desarrolló en 1998. La fotografía, al fin y al cabo, es luz. No me ha importado ir las veces que hiciera falta si presumía que la iluminación iba a ser mejor. Este proyecto está emparentado con otra serie, 95/96, que se expuso en el Círculo de Bellas, con Magmas, que estuvo en Vitoria, luego en Tarazona-Foto y en Montjo (Barcelona), donde yo utilizaba los elementos industriales y los fundía con el cuerpo humano. Esas fotos de bodegones, de esculturas industriales, de objetos, me han servido para hacer experimentos y reaparecen aquí, de nuevo. He tenido una cierta disciplina para reflejar aspectos sugerentes, presencias, fantasmas que siguen ahí dentro. Por ejemplo, había que contar que la Azucarera había sido el depósito municipal de embargos durante un tiempo y que en otro momento fue víctima de los okupas. O que había una serie de oficios artesanales que han desaparecido y nos han legado piezas admirables. Yo busco la perfección y eso a veces puede llevarme hacia la rigidez, pero es una obsesión personal, lo cual no impide que me deje guiar por la intuición. Insisto: la fotografía es luz. Por la tarde descubres cosas que eran invisibles por la mañana.
Para Andrés Ferrer -que ha fotografiado La Habana; la Patagonia y Tierra de Fuego en un proyecto en marcha, titulado El viaje vertical, o los templos de Angkor, series todas ellas del último lustro-, el proyecto Historia ausente se completa con un espléndido libro: lleva un estudio de María Pilar Biel, la profesora que mejor ha estudiado la arqueología industrial y el desarrollo de Zaragoza desde finales del siglo XIX, un texto muy limpio y didáctico, y el propio fotógrafo ha diseñado un volumen visualmente muy claro, que ya constituye un documento imprescindible, un tratado de historia local y una obra de arte. Todos mis trabajos tienen un relato o un guión. La fotografía está muy vinculada con la literatura. Yo siempre intento contar una historia. Y en Historia ausente más todavía: es una muestra sobre la destrucción inexorable, sobre la pérdida, sobre seres invisibles a la deriva que construyeron, antaño, la modernidad.
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