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Antón Castro

LAS MEMORIAS DE GARCÍA MÁRQUEZ, QUE VUELVE

SOBRE LAS MEMORIAS DE GARCÍA MÁRQUEZ: "VIVIR PARA CONTARLA"

Una imagen de la modesta casa de sus abuelos, en la que residió hasta los ocho años, alimentará su primer proyecto: “La casa”, que es la sustancia inicial de “Cien años de soledad”, publicada en 1987 y escrita, en total confinamiento, durante 18 meses en México. Todos sus amigos pensaban que el colombiano con poco más de 20 años estaba escribiendo esa opulenta novela familiar. García Márquez, columnista pobre de “El Heraldo”, donde contaba con una sección que se llamaba “La Jirafa”, ya tenía claro su destino. Ante las preguntas de su madre, una mujer especial marcada por un laberinto de soledad interior que aun mantenía “la belleza romana de su noche de bodas”, le intrigaba qué iba a decirle a su padre, el hijo le contesta: “Dígale que lo quiero mucho y que gracias a él voy a ser escritor (...) Nada más que escritor”.
A partir de ahí, con esos resortes de mago que la escritura le ha dado, inicia su retroceso en el tiempo y recompone el puzzle de su existencia hasta entonces: la historia de su abuelo el coronel Márquez, el mismo que lo llevaba al cine Olimpia de Antonio Daconte, la de su abuela Tranquilina Iguarán, que le leyó los primeros cuentos en ediciones resumidas, recuerda que el primer texto fue “Genoveva de Brabante”, y enhebra mágicamente la historia de sus padres, especialmente la de su padre Gabriel Eligio García, que es toda una figura con leyenda propia. Pasará a la historia como el telegrafista de Riochacha, pero era mucho más. Era un tipo tímido y bailarín, tocaba el violín, con el cual ofrecía maravillosas serenatas y fue capaz, en su pasión desaforada por el sexo (algo que también le ocurrirá a su hijo), de amar a cinco vírgenes. A pesar de que jamás había bebido ni había fumado un cigarrillo, tenía fama de bohemio, aficionado a las cantinas y a los tugurios. Al que sí le encantaban entonces (el viaje se efectúa el el 18 de febrero de 1950) las tabernas y los burdeles era al joven aprendiz de escritor: ya coleccionaba dos blenorragias, atrapadas en casas de lenocinio (las prostitutas tenían nombres como Irma la Mala, Susana la Perversa o Virgen de Medianoche), y fumaba 60 cigarrillos diarios. En otro tiempo, cuando la pobreza se adueñaba de sus desvelos y dormía en la calle, en una ocasión lo llevaron al calabozo por su existencia de pobre absoluto, se dejaba una última colilla para encender antes del sueño.
García Márquez maneja el hilo del tiempo a su antojo. Como aprendió a usarlo en los libros de Virginia Wolf (usó uno de los personajes de “Mrs. Dalloway” para designar un seudónimo de sus columnas, “Septimus”) o William Faulkner, con el cual coincide en que el mejor sitio para un escritor es un burdel, tranquilo por la mañana y agitado por la noche caliente; era, además, un lector casi compulsivo de títulos como “Luz de agosto”, “Mientras agonizo” y “El ruido y la furia”. Nos lleva y nos atrae como un vendaval caprichoso: nos mete en un laberinto de existencias cruzadas, de criaturas que se mueven en un vaivén incesante y de anécdotas, que siempre están contadas con un finísimo sentido del humor. Engarza los capítulos con ese dominio que casi no te deja respirar. Completa el itinerario secreto de su obra, rememora la imagen que le inspiró “La siesta del martes” o cómo Kafka y “La metamorfosis” le dictaron en cierto modo su primer cuento “La tercera resignación”, y realiza una narración exuberante de su infancia y adolescencia en los distintos colegios.
El contenido erótico del libro evoca la fuerza carnal de los amores de José Arcadio Buendía y Rebeca, José Arcadio y Petra Cotes, en “Cien años de soledad”. Esas páginas constituyen nuevos relatos o casi novelas paralelas que, son como dice Ricardo Piglia o señaló Antón Chejov mucho antes, casi la historia secundaria e invisible del libro. Ocurre en el caso de Carmen Rosa, la puta de Sucre a la cual lleva un mandado. De repente, la mujer le dice que cierre la tranca de la puerta y allí se produce ese momento mágico, nervioso y auroral del amor urgente con una mujer madura. Es su primera experiencia. Las descripciones son tan espléndidas como abrasadoras y el final del acto es magnífico, en la vida y en la literatura: “Después me levantó en vilo por los sobacos y me puso encima al modo académico del misionero. El resto lo hizo de su cuenta, hasta que me morí solo encima de ella, chapaleando en la sopa de cebollas de sus muslos de potranca”. Pero el detalle humorístico viene de inmediato: Carmen Rosa no sólo inicia a Gabriel a los doce años, sino que recibe a su hermano Luis Enrique noche tras noche, un año menor y sin embargo más experto, y se lo prueba de una manera tan jocosa como tierna: conserva uno de sus calzoncillos, que ha tenido que lavar.
Gabo o Gabito era un joven tímido, y dice que la timidez era como “un fantasma irremediable”. Lo cual no le impedía yacer con la profesora Martina Fonseca, cuyo marido andaba en un buque que advertía de las tres horas que le costaría llegar al marino a casa. La relación con ella constituye otra historia de amor más o menos paralela del libro: la mujer, por la cual Gabo se convirtió en el mejor alumno de su clase, reaparece con gran serenidad cuando a su antiguo amante ya le sonríe algo la fama, prácticamente en las últimas páginas, una vez que ya se ha enamoriscado de la hija del boticario de Sucre, Mercedes Barcha, su futura esposa. Ésta, como si no quisiera que se llamase a engaño, le dice: “Mi padre dice que todavía no ha nacido el príncipe que se casará conmigo”. Otra amante particular es Nigromanta, casada con un sargento. Un día, éste vuelve y sorprende a Gabo cuando sale de la casa oliendo a prostituta. Deben batirse en duelo en unas de las escenas más dramáticas y graciosas del libro.
Al joven tímido y fogoso casi hasta el frenesí le gusta oír a los mayores, hacer acopio de personajes o leer y escribir poesía, algo en lo que destacará en el liceo de Zipaquirá. En sus idas y venidas de Aratacaca a Barranquilla, Sucre, Riochacha, Bogotá o Cartagena de Indias, explica su desarrollo, su afirmación en la vida, con tres elementos básicos: el fervor literario, alimentado con multitud de lecturas y tertulias y amigos como Álvaro Cepeda Samudio, Plinio Apuleyo Mendoza, Álvaro Mutis (que se convertirá en un cómplice perpetuo y uno de los primeros lectores de sus textos) o el sabio catalán Ramón Vinyes, que había aparecido en la Enciclopedia Espasa y es un personaje decisivo de “Cien años de soledad”; el descubrimiento del cine y de la música y de la cultura popular en general, y la vocación periodística creciente –descubierta de manera definitiva en 1948- que se desarrolla en distintos medios: “El Universal” de Cartagena de Indias, “El Heraldo” y “Crónica” de Barranquilla, y “El Espectador” de Bogotá”, o en un periódico que debió ser el más pequeño del mundo, “Comprimidos”, en formato cuartilla, que escribía prácticamente él solo.
Quizá no habíamos leído en muchos años, o tal vez nunca, un libro tan apasionante sobre este oficio: la atracción por los hechos (y los hechos aquí son la muerte de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, la aparición de niños muertos, el relato cruel de Cayetano Gentile, asesinado por los dos hermanos de una maestra, que es la materia central de “Crónica de una muerte anunciada”...), la defensa del reportaje como género fronterizo con la literatura, la urgencia de una nota antes del cierre, la posibilidades de una entrevista, que es capaz de mostrar los perfiles incómodos de un personaje como la declamadora argentina Berta Singerman. El libro, que no elude la peripecia desgraciada de la United Fruit Company y el episodio de los tres mil muertos de 1928 en una furibunda represión del gobierno durante la huelga bananera (glosado dramáticamente en casi todos sus libros, especialmente en los vinculados con Macondo), concluye con la historia de Luis Alejandro Velasco, que se publicó por entregas en “El espectador” en 1955 y fue un reportaje estremecedor que esclareció “la causa verdadera del desastre”. La gente lo esperaba cada día como se esperaba el oxígeno de la vida y agotaba la edición de inmediato. La consecuencia de aquella revelación, que dejaba en muy mal lugar al gobierno de Colombia y fue recogido en un libro insuperable, “Relato de un náufrago”, fue que García Márquez hubo de poner los pies en polvorosa. Aquellos ya “no eran los mejores tiempos para soñar”.
Éste también es un libro teórico acerca de la escritura y del periodismo, que es la representación de “el poder demoledor de la letra impresa”. Hemos visto que el joven atesoró dificultades para leer porque no entiende las letras mudas y que poseía una voracidad lectora incomparable. Una y otra vez nos muestra sus revelaciones. Por ejemplo, tras leer “La metamorfosis” de Kafka, se da cuenta de algo fundamental: “No era necesario demostrar los hechos: bastaba con que el autor lo hubiera escrito para que fuera verdad, sin más pruebas que el poder de su talento y la autoridad de su voz. Era de nuevo Scherezada, pero no en su mundo milenario en el que todo era posible, sino en otro mundo irreparable en el que ya todo se había perdido”. García Márquez podría repetirse pero no se repite. Es un milagro. Sin embargo, la impresión es que estamos de nuevo ante un libro de ficción, quizá el más puro: la vida como una trama de recuerdos inventados o distorsionados, la realidad, de nuevo, como arsenal de fábulas merced al estilo y a una mirada que selecciona y cultiva el hallazgo del prodigio posible. Quizá, en el fondo, este sea su libro más auténtico. Aquí, además, cuenta una historia del país: una historia cultural y apasionada de Colombia, y por extensión de Latinoamérica, y nos abandona con sólo 27 años justo en el momento en que Losada rechaza la publicación de su primera novela “La hojarasca”, a pesar de haber elogiado la capacidad para crear seres humanos del escritor y su inefable textura poética.

*Rescato este texto sobre las memorias de García Márquez, que vuelve a publicar una breve novela, cuya atmósfera se encuentra claramente en muchas historias de su autobiografía.

2 comentarios

yesenia muñiz -

lo unico que tengo que desir es que es maravillosa y que apesar que es diferente por que trata de su vida tiene la misma magia de sus cuentos no ahy palabras suficientes para descrivir tan buen libro y aun menos para tan buen escritor.

Anónimo -