VIAJE A RICLA
Cuando caía la tarde y el cielo se tintaba de oro arcaico, casi enmohecido, llegué a Ricla. Me esperaba el agente forestal Roberto en el restaurante La Gallega, nacido del emparejamiento entre Ángel, de Ricla, y Carmen, de Ourense. Roberto corregía una carpetilla toda subrayada de amarillo sobre mi vida escrita por Mariano Gistaín- y mi obra. Había vaciado los dominios de internet y había leído algunos de mis libros con auténtica fruición. Se le notaba. Hay pocas cosas tan bellas que encontrarte con un lector entusiasta, que conoce tus libros casi mejor que tú, que ha pastoreado las palabras, que ha establecido una relación especial con los personajes. Sus preferidos, por lo que vi, eran Aragoneses ilustres, ilustrados e iluminados (DGA, 1992) y El testamento de amor de Patricio Julve (Destino, 1995 y 2000), probablemente mis mejores libros. Hablamos de esto y de aquello, y antes de entrar en la biblioteca municipal me enseñó la torre mudéjar: pura armonía de formas geométricas, realizada por alarifes anónimos tal vez en dos tandas: la torre, recortada en un cielo de tiniebla azul iluminado por una gigantesca luna de pan, primero es cuadrada y luego octogonal. Está tan enferma, tan deteriorada por el picoteo de gallina del cierzo y de la lluvia, que amenaza con desplomarse; de hecho, ya le han caído sillares y varios ladrillos están a punto de desgonzar la primorosa estructura y desplomarse. La instantánea es perfecta: la piedra nítida, la caligrafía de los signos mágicamente distribuidos, el murmullo del Jalón al fondo y algunas señoras que la miran al pasar y suspiran, como si dijesen: Quién fuera rico.
¿Existe mayor riqueza que una biblioteca? Libros, hombres, acontecimientos: los sueños del mundo arracimados de súbito, la sabiduría de la historia que se concentra y te llama. El lugar es acogedor e íntimo. Ideal para contar cuentos de aparecidos. Hablamos de todo, de lo divino y lo humano: de Cabo Trafalgar, de Miguel Mena, de José Luis Corral, de Lorenzo Mediano, de Ángel Guinda, del fotógrafo Patricio Julve, aquel hombre cojo y ciego de un ojo que impresionó a Ken Loach. Hablamos de Rosalía de Castro, aquella loca de los bosques que yo perseguía a todos horas entre los árboles de misterioso rumor, hablamos de mi madre y del mar. ¿Existen o no las sirenas, por qué dibuja siempre sirenas?
Pasaron dos horas en un suspiro, en una cascada nocturnas de palabras como cuentos. Las lectoras eran sobre todo mujeres, pero también había gente más joven: Carlota, una apasionada lectora; y Javier, que es un fervoroso seguidor de libros técnicos, libros de pájaros, le ha encantado El silbido del cierzo. Hablamos de fotógrafos de la naturaleza como David Gómez, Rafael Vidaller o Ricardo Vila. La emoción palpitaba en todos los ojos. Estaba el vendedor de cupones de la ONCE, que exhibía una atención constante, indagaba con sus ojos y el poblado y cano mostacho. ¿Por qué inventan tantas cosas los escritores, es que no les llega la realidad?, preguntó. Dije: Las mejores historias siempre las dicta la vida. Lo que intentamos hacer a cada instante es rescribirla desde una mirada subjetiva, creo que dije. Roberto hizo una labor maravillosa, de guía, de interlocutor, de lector entusiasta.
Después, cuando ya se acercaba la medianoche, volvimos a La Gallega, y vi a Ángel y a Carmen. Cenamos pulpo a la feria, dos raciones dobles, bien saturadas de pimentón, como a mí me gusta, y un postre de tarta de Santiago. Bebimos un poco de Castillo de Ayub, y, entre canción que va y que viene, también Negra sombra de Rosalía en voz de Luz Casal (yo sólo soy capaz de acercarme un poco a la versión de Amancio Prada), Carmen y Ángel contaron su vida nómada (han vivido en Estados Unidos, Inglaterra o Suiza). Ángel es un cocinero de excepción, pero no falta a ninguna fiesta, hasta el punto de que hacen una matacía que es una fiesta para todos. Y Carmen, licenciada con simpatía en hostelería, tuvo una yegua maravillosa y ahora está a punto de adquirir una Harley Davidson, que es un sueño de los muchos que tiene y que parece renovar a diario con una vitalidad increíble.
Les van las cosas muy bien. En el oficio, en la vida, en la desbordada complicidad que se les nota. Roberto bromea con ambos y trae por la calle de la amargura a Carmen, que no sabe bien cuando habla en serio o en broma. A medianoche, con la luna levemente demediada y cercada por nubes de gasa marítima, volví a casa. La furgoneta se zambulló en un vértigo continuo y empezó a respirar cuando llegó a la Muela; arriba, los molinos de viento mostraban dos ojos trémulos contra la oscuridad. Sentí que ya estaba en casa. Tenía un dolor de cabeza tan intenso, una de esas migrañas que me persiguen como lobos hipnóticos, que me alegró no tener que pasear a la perra Noa.
La bóveda de la noche lagrimeaba sobre los tejados.
Abrí un libro maravilloso, Historia de la belleza, a cargo de Umberto Eco, que ha publicado bellamente Lumen, y no sé cuándo me dormí. Un ángel desvelado debió apagar la luz y mitigar el volcán encendido de mi cerebro.
¿Existe mayor riqueza que una biblioteca? Libros, hombres, acontecimientos: los sueños del mundo arracimados de súbito, la sabiduría de la historia que se concentra y te llama. El lugar es acogedor e íntimo. Ideal para contar cuentos de aparecidos. Hablamos de todo, de lo divino y lo humano: de Cabo Trafalgar, de Miguel Mena, de José Luis Corral, de Lorenzo Mediano, de Ángel Guinda, del fotógrafo Patricio Julve, aquel hombre cojo y ciego de un ojo que impresionó a Ken Loach. Hablamos de Rosalía de Castro, aquella loca de los bosques que yo perseguía a todos horas entre los árboles de misterioso rumor, hablamos de mi madre y del mar. ¿Existen o no las sirenas, por qué dibuja siempre sirenas?
Pasaron dos horas en un suspiro, en una cascada nocturnas de palabras como cuentos. Las lectoras eran sobre todo mujeres, pero también había gente más joven: Carlota, una apasionada lectora; y Javier, que es un fervoroso seguidor de libros técnicos, libros de pájaros, le ha encantado El silbido del cierzo. Hablamos de fotógrafos de la naturaleza como David Gómez, Rafael Vidaller o Ricardo Vila. La emoción palpitaba en todos los ojos. Estaba el vendedor de cupones de la ONCE, que exhibía una atención constante, indagaba con sus ojos y el poblado y cano mostacho. ¿Por qué inventan tantas cosas los escritores, es que no les llega la realidad?, preguntó. Dije: Las mejores historias siempre las dicta la vida. Lo que intentamos hacer a cada instante es rescribirla desde una mirada subjetiva, creo que dije. Roberto hizo una labor maravillosa, de guía, de interlocutor, de lector entusiasta.
Después, cuando ya se acercaba la medianoche, volvimos a La Gallega, y vi a Ángel y a Carmen. Cenamos pulpo a la feria, dos raciones dobles, bien saturadas de pimentón, como a mí me gusta, y un postre de tarta de Santiago. Bebimos un poco de Castillo de Ayub, y, entre canción que va y que viene, también Negra sombra de Rosalía en voz de Luz Casal (yo sólo soy capaz de acercarme un poco a la versión de Amancio Prada), Carmen y Ángel contaron su vida nómada (han vivido en Estados Unidos, Inglaterra o Suiza). Ángel es un cocinero de excepción, pero no falta a ninguna fiesta, hasta el punto de que hacen una matacía que es una fiesta para todos. Y Carmen, licenciada con simpatía en hostelería, tuvo una yegua maravillosa y ahora está a punto de adquirir una Harley Davidson, que es un sueño de los muchos que tiene y que parece renovar a diario con una vitalidad increíble.
Les van las cosas muy bien. En el oficio, en la vida, en la desbordada complicidad que se les nota. Roberto bromea con ambos y trae por la calle de la amargura a Carmen, que no sabe bien cuando habla en serio o en broma. A medianoche, con la luna levemente demediada y cercada por nubes de gasa marítima, volví a casa. La furgoneta se zambulló en un vértigo continuo y empezó a respirar cuando llegó a la Muela; arriba, los molinos de viento mostraban dos ojos trémulos contra la oscuridad. Sentí que ya estaba en casa. Tenía un dolor de cabeza tan intenso, una de esas migrañas que me persiguen como lobos hipnóticos, que me alegró no tener que pasear a la perra Noa.
La bóveda de la noche lagrimeaba sobre los tejados.
Abrí un libro maravilloso, Historia de la belleza, a cargo de Umberto Eco, que ha publicado bellamente Lumen, y no sé cuándo me dormí. Un ángel desvelado debió apagar la luz y mitigar el volcán encendido de mi cerebro.
5 comentarios
LOUBNA -
De Anton -
riclana -
Haber si lo lee algun politico, se enteran los de arriba de lo bonita que es nuestra torre. y si hay suerte nos la arreglan.
un saludo.
Riclano -
Un cordial saludo.
Javier -