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Antón Castro

ATAR LOS CORDONES

Uno nunca debe quejarse de nada. Y menos de manera tan pública. Un blog como este tiene algo de exhibición, de deuda constante con uno mismo y acaso con alguien que se sospecha o se intuye que puede estar al otro lado. Hay desahogos que deben ser tan personales e íntimos que no debieran salir de uno mismo. Ni un gesto desabrido más, ni una queja: la discreción es un reino secreto tal vez ideal. Contar sí, contar sin buscar la compasión, contar por el deleite de decir, de acariciar el ánima de las palabras y pulsar su música. Contar sin zaherir
Por esas cosas bellas que tiene la vida, que son lecciones de dulzura, regates admirables del destino que te sitúan ante la prepotencia de sentirte desdichado en algún momento y de estar harto de la literatura, de los suplementos (debes reiventarte: empezar de nuevo, humillar la cerviz como si nunca hubieras hecho nada, con el desparpajo de quien empieza), te encuentras con Javier Hernández, un admirable periodista deportivo, un auténtico sabio, sensible y curioso, que escribe los artículos con los pies, que coge el teléfono con los dedos de los pies, que llama el ordenador con un golpe de frente y que escribe con sensatez, emoción y hondura. Javier no tiene manos, tiene una pierna más grande que otra y es capaz de jugar al fútbol como si nada. Hoy me ha pedido que si le podía atar los zapatos, seguramente acababa de hacer una crónica limpia y exacta. Me pareció un detalle tan humano, tan confiado, tan sencillo, que me hizo sentir culpable de que existan domingos taciturnos. O de que te invada ese antiguo “spleen” que tanto alimentó la literatura de Charles Baudelaire.

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