EL GESTO DE DUCE Y RINCÓN: DEL "PILAR" A PRADILLA
Hace algunos años, casi veinte tal vez, cuando yo soñaba con hacer buenas fotos y veía la fotografía como una segunda ocupación, compré una reveladora Durst en la tienda de José Antonio Duce de la calle Francisco Vitoria. Ya lo conocía: tenía algunos de sus libros y catálogos, había visto Culpable para un delito (con aquel ex boxeador llamado Hans Meyer) y sabía que era un innovador del arte fotográfico que figuraba en algunas enciclopedias internacionales. Yo, para entonces, había revelado muchas veces hasta casi el alba: lo hacía en la cocina oyendo a un tipo que entonces estaba muy de moda, El Loco de la Colina, Jesús Quintero, el hombre que hacía los silencios más largos y enigmáticos de las ondas; de madrugada, aquel silencio parecía más intenso, se percibía los oscuros sonidos del sentir. Curiosamente, aquella Durst para blanco y negro me ha acompañado de casa en casa, ha estado en Urrea de Gaén, en La Iglesuela del Cid, en mis casas de Zaragoza, pero he de confesar que nunca la he estrenado. Hubo un momento en que descubrí que la fotografía se había hecho para que la admirase, adquiriese catálogos, escribiese de fotógrafos, inventase algunos como Patricio Julve o Manuel Martín Mormeneo, pero no para que tirase instantáneas con voluntad artística ni siquiera para que las revelase.
Años después conocí a José Antonio Duce, y nos hemos convertido en grandes amigos. Sigo con mucha atención su obra, sus múltiples quehaceres. Es un aragonés afable, buen conversador y cariñoso, de una erudición nada ostentosa. Poco a poco, gracias a su gentileza, he ido completando sus Obras completas: ese viaje desde el reportaje inicial hasta sus últimas propuestas: el tarot, el terror, el sexo, el trabajo monográfico. Es capaz de ser clásico, pero es incorregible: le gusta jugar, encontrar nuevos puntos de vista, distorsiones o bromas visuales, y ahí está el resultado. De todo ello se zafó un poco en dos de sus últimos trabajos: la nueva monografía sobre Zaragoza, creo que debe al menos ser la tercera, y su increíble y paciente trabajo sobre El Pilar, que han editado la CAI y el Cabildo. José Antonio Duce ha tenido un gesto muy bonito, que emociona; cuando el libro lleva varios meses en la calle, me deja un ejemplar del volumen de tres kilos y medio de peso y más de 400 fotos como regalo de Navidad. Y además, lo encabeza con una dedicatoria que me hace feliz. Para Antón Castro por su incansable labor en pro de la fotografía y de los fotógrafos aragoneses. Siempre. Me gustaría, desde luego, que fuese cierto, y puedo decir que ahora mismo soy un escritor en busca de un editor para un libro titulado Los fotógrafos. José Antonio Duce es una de las personas que más ha estudiado la historia de la fotografía aragonesa. Baste echar una ojeada a ese vocablo de la Gran Enciclopedia de Aragón.
De José Antonio Duce a Wifredo Rincón. De la fotografía a Francisco Pradilla (1848-1921), uno de los pintores aragoneses que más me emocionan. Wifredo, que es un investigador de mil saberes, incluso de ayuntamientos o monasterios, publicó en Anento su segunda monografía sobre Pradilla. En 1999. Aquí, a lo largo de 603 páginas, propone un completo recorrido por uno de los grandes artistas españoles del siglo XIX, capaz de moverse en el dibujo y la acuarela y en el óleo, capaz de transitar con absoluta maestría por la pintura de historia, y como apéndice considerable el retrato, por la alegoría, la estampa costumbrista, el paisaje o una cuidadísima pintura religiosa. Pradilla me conmueve por la delicadeza y la energía de su paleta, por su sentido del color y la composición en los cuadros históricos, por su hondura y también por su limpidez: la tersura de quien esparce la untuosidad y crea atmósfera, impresión de verdad. Wifredo Rincón, de quien he leído recientemente su biografía del escultor Ponzano (publicada en la colección Mariano de Pano de la CAI. Mini noticia, ya de paso, para navegantes: la gran actriz Blanca Carvajal acaba de ingresar en el servicio cultural de la CAI y trabajará mano a mano, codo con codo, con Antonio Abad), tuvo ese gesto que le agradezco: dejó este bello libro, este pozo de luz y de ciencia de pintor, esta travesía por la invención y la recreación del hombre que fue considerado el segundo Goya de Aragón. Aprovechó un encuentro ocasional, citamos este volumen, y apenas un mes después ahí está su memoria y su gentileza; en este volumen titulado a secas Francisco Pradilla.
E incluso hay un detalle que me encanta: Pradilla se casó una gallega de Vigo, acudió en muchas ocasiones a Galicia, y no le importó recrear el mundo rural o esa atmósfera salobre y dura de marinos y pescadores en la ribera.
Años después conocí a José Antonio Duce, y nos hemos convertido en grandes amigos. Sigo con mucha atención su obra, sus múltiples quehaceres. Es un aragonés afable, buen conversador y cariñoso, de una erudición nada ostentosa. Poco a poco, gracias a su gentileza, he ido completando sus Obras completas: ese viaje desde el reportaje inicial hasta sus últimas propuestas: el tarot, el terror, el sexo, el trabajo monográfico. Es capaz de ser clásico, pero es incorregible: le gusta jugar, encontrar nuevos puntos de vista, distorsiones o bromas visuales, y ahí está el resultado. De todo ello se zafó un poco en dos de sus últimos trabajos: la nueva monografía sobre Zaragoza, creo que debe al menos ser la tercera, y su increíble y paciente trabajo sobre El Pilar, que han editado la CAI y el Cabildo. José Antonio Duce ha tenido un gesto muy bonito, que emociona; cuando el libro lleva varios meses en la calle, me deja un ejemplar del volumen de tres kilos y medio de peso y más de 400 fotos como regalo de Navidad. Y además, lo encabeza con una dedicatoria que me hace feliz. Para Antón Castro por su incansable labor en pro de la fotografía y de los fotógrafos aragoneses. Siempre. Me gustaría, desde luego, que fuese cierto, y puedo decir que ahora mismo soy un escritor en busca de un editor para un libro titulado Los fotógrafos. José Antonio Duce es una de las personas que más ha estudiado la historia de la fotografía aragonesa. Baste echar una ojeada a ese vocablo de la Gran Enciclopedia de Aragón.
De José Antonio Duce a Wifredo Rincón. De la fotografía a Francisco Pradilla (1848-1921), uno de los pintores aragoneses que más me emocionan. Wifredo, que es un investigador de mil saberes, incluso de ayuntamientos o monasterios, publicó en Anento su segunda monografía sobre Pradilla. En 1999. Aquí, a lo largo de 603 páginas, propone un completo recorrido por uno de los grandes artistas españoles del siglo XIX, capaz de moverse en el dibujo y la acuarela y en el óleo, capaz de transitar con absoluta maestría por la pintura de historia, y como apéndice considerable el retrato, por la alegoría, la estampa costumbrista, el paisaje o una cuidadísima pintura religiosa. Pradilla me conmueve por la delicadeza y la energía de su paleta, por su sentido del color y la composición en los cuadros históricos, por su hondura y también por su limpidez: la tersura de quien esparce la untuosidad y crea atmósfera, impresión de verdad. Wifredo Rincón, de quien he leído recientemente su biografía del escultor Ponzano (publicada en la colección Mariano de Pano de la CAI. Mini noticia, ya de paso, para navegantes: la gran actriz Blanca Carvajal acaba de ingresar en el servicio cultural de la CAI y trabajará mano a mano, codo con codo, con Antonio Abad), tuvo ese gesto que le agradezco: dejó este bello libro, este pozo de luz y de ciencia de pintor, esta travesía por la invención y la recreación del hombre que fue considerado el segundo Goya de Aragón. Aprovechó un encuentro ocasional, citamos este volumen, y apenas un mes después ahí está su memoria y su gentileza; en este volumen titulado a secas Francisco Pradilla.
E incluso hay un detalle que me encanta: Pradilla se casó una gallega de Vigo, acudió en muchas ocasiones a Galicia, y no le importó recrear el mundo rural o esa atmósfera salobre y dura de marinos y pescadores en la ribera.
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Wifredo Rincón García -