LA NOVELA EN MARCHA DE VICTOR JUAN BORROY
Pasa por casa Víctor Juan Borroy, que no estaba bajo de ánimo o de moral, como yo había supuesto. Estaba, está poseído por una historia de amor: esa pasión sostenida en el tiempo, y a la vez imposible, entre dos maestros republicanos: el anarquista Paco Ponzán, discípulo dilecto de Ramón Acín y maestro en Camariñas (Costa de la Muerte) a principios de la Guerra Civil, y la socialista Palmira Pla, la maestra de Cretas que publicó hace no demasiados meses sus memorias en la Fundación Bernardo Alardén. Palmira Pla está viva y tiene 91 años, y recuerda perfectamente cómo conoció a Ponzán en Caspe, en los tiempos del Consejo de Aragón, antes de que partiese irremediablemente para Francia, donde combatió a los nazis, que acabarían quemándolo.
Víctor Juan Borroy, que rezuma entusiasmo y bondad, pasión por la vida y la memoria del mundo más inmediato, enhebra su historia mediante un profesor que trabaja en Huesca, embrujado por la pedagogía y sus nombres, a quien su compañera Irene le dice que se atreva a contar esa maravillosa y emocionante historia que le da vueltas en su cabeza. Y a partir de ahí inicia la narración de Paco Ponzán, a la luz de la lectura de sus memorias y de algunos textos, entre ellos el de su propia hermana Pilar Ponzán, narra la entrega y muerte de Ramón Acín en aquel fatídico seis de agosto del 36 en Huesca, la narra tal como se la ha imaginado ese experto en Acín que es Víctor Pardo Lancina, y la peripecia sigue progresando con nuevas derivas: una visita a Palmira Pla en Castellón, un viaje en coche con Irene, en uno de esos viajes donde se tiene la sensación de que la vida se alarga y cobra una nueva dimensión.
Víctor Juan, además, se permite reflexionar sobre el hecho de escribir, que es la nueva aventura sin paracaídas, o con el único paracaídas de su incesante imaginación y las maletas del viajero que ha estudiado mucho a sus personajes- en la que se ha zambullido. Supera el historiador, aunque avanza con los pasos del historiador, con sus conocimientos, con sus pesquisas, y se atreve a soñar como Ponzán, como Acín, como Conchita. Como Palmira Pla, que le revela que amó a Ponzán y que suscribe las cartas de ficción que Víctor Juan ha escrito para ambos, para esta segunda oportunidad de su pasión en la novela. Eran exactamente así. Eran así, le decía Palmira a Víctor al arrimo del calor de la mesa camilla.
Intuyo que se aproxima un ciclón. Víctor Juan Borroy le ha contado la historia a Rosa Tabernero, a Pepe Melero (recuperándose, y ambos al calor del fuego, como confidentes de Las mil y una noches), a Víctor Pardo, a Virginia, su mujer, su musa en el paraíso, la doctora de mentes alucinadas como la suya, la de Víctor Juan, tan niño en su humanísima madurez Es como si buscase certezas a su incertidumbre de narrador que debuta, asideros en la amistad, complicidad en la veneración por los republicanos que creían en un país mejor, en un mundo mejor. Pero en el fondo, ese temor no tiene demasiada razón de ser: mira uno a Víctor Juan, ese debutante en el arte de contar historias, y lo entiende todo.Vive, ama, sufre y sueña con esa pasión que no pudo ser, la de Palmira y Paco, la de Paco y Palmira, a pesar de que la piel joven de ambos se estremecía en cualquier amago de contacto.
Víctor Juan Borroy, que rezuma entusiasmo y bondad, pasión por la vida y la memoria del mundo más inmediato, enhebra su historia mediante un profesor que trabaja en Huesca, embrujado por la pedagogía y sus nombres, a quien su compañera Irene le dice que se atreva a contar esa maravillosa y emocionante historia que le da vueltas en su cabeza. Y a partir de ahí inicia la narración de Paco Ponzán, a la luz de la lectura de sus memorias y de algunos textos, entre ellos el de su propia hermana Pilar Ponzán, narra la entrega y muerte de Ramón Acín en aquel fatídico seis de agosto del 36 en Huesca, la narra tal como se la ha imaginado ese experto en Acín que es Víctor Pardo Lancina, y la peripecia sigue progresando con nuevas derivas: una visita a Palmira Pla en Castellón, un viaje en coche con Irene, en uno de esos viajes donde se tiene la sensación de que la vida se alarga y cobra una nueva dimensión.
Víctor Juan, además, se permite reflexionar sobre el hecho de escribir, que es la nueva aventura sin paracaídas, o con el único paracaídas de su incesante imaginación y las maletas del viajero que ha estudiado mucho a sus personajes- en la que se ha zambullido. Supera el historiador, aunque avanza con los pasos del historiador, con sus conocimientos, con sus pesquisas, y se atreve a soñar como Ponzán, como Acín, como Conchita. Como Palmira Pla, que le revela que amó a Ponzán y que suscribe las cartas de ficción que Víctor Juan ha escrito para ambos, para esta segunda oportunidad de su pasión en la novela. Eran exactamente así. Eran así, le decía Palmira a Víctor al arrimo del calor de la mesa camilla.
Intuyo que se aproxima un ciclón. Víctor Juan Borroy le ha contado la historia a Rosa Tabernero, a Pepe Melero (recuperándose, y ambos al calor del fuego, como confidentes de Las mil y una noches), a Víctor Pardo, a Virginia, su mujer, su musa en el paraíso, la doctora de mentes alucinadas como la suya, la de Víctor Juan, tan niño en su humanísima madurez Es como si buscase certezas a su incertidumbre de narrador que debuta, asideros en la amistad, complicidad en la veneración por los republicanos que creían en un país mejor, en un mundo mejor. Pero en el fondo, ese temor no tiene demasiada razón de ser: mira uno a Víctor Juan, ese debutante en el arte de contar historias, y lo entiende todo.Vive, ama, sufre y sueña con esa pasión que no pudo ser, la de Palmira y Paco, la de Paco y Palmira, a pesar de que la piel joven de ambos se estremecía en cualquier amago de contacto.
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