ALEJANDRO DE MACEDONIA, SEGÚN STONE
Ayer sábado fue un día exclusivamente dedicado a los hijos. Diego juega por la mañana, primero de medio centro de contención y luego de ataque, y su equipo gana por diez a cero. Durante el descanso, se acercó a la línea de banda y me dijo: ¿Quieres que pida el cambio para que vayamos a ver a Jorge?. Mejor que disfrutase y lo hizo a su modo, sin llamar la atención, con sus ademanes elegantes e invisibles de quien está ahí, corriendo y pugnando, de modo casi inadvertida. No marcó pero trenzó muchas jugadascon Mario Martín que, ayer, no marcó. El portero rival parecía contentarse únicamente con que no le golease él.Jugaron espléndidamente Tirillas, un extremo veloz que llegó hasta el fondo y posee un duro disparo y un perfecto regate en seco; Adrián Serna, pura elegancia; Isaac, que salió y logró un hat trick y 40 euros que le dieron en casa, y Melchor, el fornido y alto Melchor, que durante algún tiempo perteneció a batallón de los torpes y ayer se quitó el pelo de la dehesa.
El San Gregorio de División de Honor se enfrentaba al Zaragoza de Ander Garitano. La primera parte estuvo muy reñida: marcaron los blanquillos y Héctor Solanilla, el hijo de José Luis, redactor de Cultura especializado en gastronomía y arte, y agricultor en Barbastro- marcó el golazo de la mañana. Agarró el balón en una banda, culebreó entre tres contrarios, se zafó de ellos con autoridad y rapidez, y disparó con efecto junto al palo. Jorge entró avanzada la primera parte, e hizo alguna de las suyas, pudo haber marcado en dos ocasiones (en la primera llegó algo tarde, en la segunda, clarísima, le faltó temple), pero luego un tirón incrementó su timidez y su impotencia. La superioridad del Zaragoza, que no deslumbró a nadie, fue evidente: ganó por 1-5.Con el uno a cuatro, el árbitro no quiso pitar un penalti claro al San Gregorio. El árbitro comentó luego: ¿Para que voy a pintar un penalti ahora con el 1-4 en contra?. José Luis Solanilla gritó: Sinvergüenza. Dicen los que siguen los partidos del Real Zaragoza que en categorías inferiores se juegan contra dos rivales: el equipo y el árbitro. Imagino que serán lugares comunes del derrotado, pero el sábado el árbitro perdonó un penalti al Real Zaragoza con absoluto descaro.
Después nos vamos a la FNAC y nos encontramos con el fotógrafo Antonio Uriel, fotógrafo e historiador de la fotografía, que trabaja pacientemente y con algo de decepción sobre un montón de temas: publica artículos aquí y allá, y sigue haciendo fotos en la estela de Robert Frank o Man Ray. Felicitamos a Carlos Gracia por el premio de poesía Delegación del Gobierno.
Vamos a ver Alejandro Magno de Oliver Stone. La película es compleja, minuciosa, es el retrato espectacular de un héroe, de un político, de un guerrero que se buscaba a sí mismo y pretendía ensanchar el mundo. Es un auténtico héroe griego marcado por su destino, y toda la película es un diálogo con el mito, en particular con el de Aquiles y su amigo y amante Patroclo. Se había hablado mucho de la bisexualidad de Alejandro como algo escandaloso: ese asunto está abordado sin afectación alguna, con naturalidad, con equilibradas elipsis. Alejandro sólo tiene un amigo auténtico que es Efestiom, la relación más interesante de la película, incluso en su silencio. Los amores con Roxana tienen un momento de plenitud pasional, de deseo puramente animal, y luego cauterizan como una herida. Oliver Stone, como decía el otro día M. Torreiro, hace una película discursiva sobre el poder y la ambición, sobre la conquista de la gloria, casi a cualquier precio. La aventura de una larga década de Alejandro es la aventura de un modo de entender la política, algunas ideas de libertad (frente al inmovilismo de Darío) y el método de expansión del universo griego y macedonio que, de inmediato, se funde con el de los nativos. En esto, Alejandro Magno es un personaje muy moderno, como lo es en su búsqueda de identidad, en la incertidumbre de sus afectos, en la defensa del mestizaje, en la aureola de líder que posee. Aunque acaba siendo un fanático de la guerra, un explorador de imposibles contra la propia vida de los suyos como si señalase sus pasos un mandato divino o la oscura llamada de la fatalidad.
No tengo nada claro que Colin Farell sea el actor adecuado para este papel. O que la siempre Angelina Jolie no le dé a Olimpia un toque de frivolidad, más que de cálculo e instigación políticos. Pero la propuesta de Stone, muy en la línea norteamericana del cine fastuoso e incluso engolado en ocasiones, resulta amena, plantea constantes interrogantes, y no tiene pelos en la lengua a la hora de analizar algunos aspectos negativos, muy negativos, del personaje, aspectos que desde luego nada tienen que ver con su orientación sexual.
El San Gregorio de División de Honor se enfrentaba al Zaragoza de Ander Garitano. La primera parte estuvo muy reñida: marcaron los blanquillos y Héctor Solanilla, el hijo de José Luis, redactor de Cultura especializado en gastronomía y arte, y agricultor en Barbastro- marcó el golazo de la mañana. Agarró el balón en una banda, culebreó entre tres contrarios, se zafó de ellos con autoridad y rapidez, y disparó con efecto junto al palo. Jorge entró avanzada la primera parte, e hizo alguna de las suyas, pudo haber marcado en dos ocasiones (en la primera llegó algo tarde, en la segunda, clarísima, le faltó temple), pero luego un tirón incrementó su timidez y su impotencia. La superioridad del Zaragoza, que no deslumbró a nadie, fue evidente: ganó por 1-5.Con el uno a cuatro, el árbitro no quiso pitar un penalti claro al San Gregorio. El árbitro comentó luego: ¿Para que voy a pintar un penalti ahora con el 1-4 en contra?. José Luis Solanilla gritó: Sinvergüenza. Dicen los que siguen los partidos del Real Zaragoza que en categorías inferiores se juegan contra dos rivales: el equipo y el árbitro. Imagino que serán lugares comunes del derrotado, pero el sábado el árbitro perdonó un penalti al Real Zaragoza con absoluto descaro.
Después nos vamos a la FNAC y nos encontramos con el fotógrafo Antonio Uriel, fotógrafo e historiador de la fotografía, que trabaja pacientemente y con algo de decepción sobre un montón de temas: publica artículos aquí y allá, y sigue haciendo fotos en la estela de Robert Frank o Man Ray. Felicitamos a Carlos Gracia por el premio de poesía Delegación del Gobierno.
Vamos a ver Alejandro Magno de Oliver Stone. La película es compleja, minuciosa, es el retrato espectacular de un héroe, de un político, de un guerrero que se buscaba a sí mismo y pretendía ensanchar el mundo. Es un auténtico héroe griego marcado por su destino, y toda la película es un diálogo con el mito, en particular con el de Aquiles y su amigo y amante Patroclo. Se había hablado mucho de la bisexualidad de Alejandro como algo escandaloso: ese asunto está abordado sin afectación alguna, con naturalidad, con equilibradas elipsis. Alejandro sólo tiene un amigo auténtico que es Efestiom, la relación más interesante de la película, incluso en su silencio. Los amores con Roxana tienen un momento de plenitud pasional, de deseo puramente animal, y luego cauterizan como una herida. Oliver Stone, como decía el otro día M. Torreiro, hace una película discursiva sobre el poder y la ambición, sobre la conquista de la gloria, casi a cualquier precio. La aventura de una larga década de Alejandro es la aventura de un modo de entender la política, algunas ideas de libertad (frente al inmovilismo de Darío) y el método de expansión del universo griego y macedonio que, de inmediato, se funde con el de los nativos. En esto, Alejandro Magno es un personaje muy moderno, como lo es en su búsqueda de identidad, en la incertidumbre de sus afectos, en la defensa del mestizaje, en la aureola de líder que posee. Aunque acaba siendo un fanático de la guerra, un explorador de imposibles contra la propia vida de los suyos como si señalase sus pasos un mandato divino o la oscura llamada de la fatalidad.
No tengo nada claro que Colin Farell sea el actor adecuado para este papel. O que la siempre Angelina Jolie no le dé a Olimpia un toque de frivolidad, más que de cálculo e instigación políticos. Pero la propuesta de Stone, muy en la línea norteamericana del cine fastuoso e incluso engolado en ocasiones, resulta amena, plantea constantes interrogantes, y no tiene pelos en la lengua a la hora de analizar algunos aspectos negativos, muy negativos, del personaje, aspectos que desde luego nada tienen que ver con su orientación sexual.
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edier roger lopes -