LA COLUMNA LABRADA CON DOS DEDOS
Alfonso Zapater aparece a mediatarde por la redacción de Heraldo. Trajeado y silencioso, como si no quisiera llamar la atención en la que ha sido y es su casa desde hace más de treinta años. Se sienta, recoge los sobres que siempre le envían, abre el ordenador y jamás protesta por el espacio que le asignan. Da lo mismo que sean dos columnas que media columna. Con una aplicación milimétrica, cuadra su texto. Trae libros, maneja enciclopedias, hojea libros de referencia (en ocasiones son suyos), y escribe sólo con dos dedos. De lo que sea: de una exposición, de un libro, de una asociación, de política. Lo hace sin darse importancia, como si fuera un periodista invisible y sin historia. Y le gusta hacerlo todos los días. Prefiere escribir él a que comenten uno de sus libros. Esta tarde me ha recordado que ha publicado 35, que ha ganado casi todos los premios y que acepta deportivamente los resultados de la encuesta del jueves. Esas cosas son para jóvenes, dice, y lo hace sin resentimiento alguno, con esa dulzura imperceptible y serena que le han ido afirmando los años. Siempre me fijo en él, en este periodista de fondo, que nunca padece crisis aunque la vida le ha sometido a severos marcajes, como la muerte de su mujer, Pilar Delgado, o la de un hijo-, que jamás se atraganta con los asuntos, que aporrea el ordenador sólo con dedos y que parece mirar siempre la pantalla por encima de las gafas.
Es uno de esos hombres sencillos, curtidos en el oficio, que no desfallecen. Y cuando tiene tiempo, es capaz de escribir la biografía del pintor Juan José Gárate, recordar a su abuelo el Tuerto Catachán, hacer un inventario del siglo XX en Zaragoza, insistir en su pasión por Joaquín Costa o incluso culminar un libro sobre Cervantes y Aragón que aparecerá en breve. Hoy, que avanza ya su artículo del suplemento Hoy domingo, que dirige Carmen Puyó, está más rato en la redacción. De vez en cuando levanto la vista y veo su afán, su intensidad, atisbo incluso la felicidad que le suministra el hecho de ver a su hijo Pedro apasionado por el cine y la literatura, en particular la narrativa breve. Atisbo su gusto contumaz por escribir. Y él lo hace como quien respira, con pasmosa naturalidad, como si no supiese hacer otra cosa, como si no llevase cientos y miles de reportajes a la espalda. De repente, coge la americana y dice:
-Bueno, pues, os dejo Pero sólo hasta mañana.
Es uno de esos hombres sencillos, curtidos en el oficio, que no desfallecen. Y cuando tiene tiempo, es capaz de escribir la biografía del pintor Juan José Gárate, recordar a su abuelo el Tuerto Catachán, hacer un inventario del siglo XX en Zaragoza, insistir en su pasión por Joaquín Costa o incluso culminar un libro sobre Cervantes y Aragón que aparecerá en breve. Hoy, que avanza ya su artículo del suplemento Hoy domingo, que dirige Carmen Puyó, está más rato en la redacción. De vez en cuando levanto la vista y veo su afán, su intensidad, atisbo incluso la felicidad que le suministra el hecho de ver a su hijo Pedro apasionado por el cine y la literatura, en particular la narrativa breve. Atisbo su gusto contumaz por escribir. Y él lo hace como quien respira, con pasmosa naturalidad, como si no supiese hacer otra cosa, como si no llevase cientos y miles de reportajes a la espalda. De repente, coge la americana y dice:
-Bueno, pues, os dejo Pero sólo hasta mañana.
3 comentarios
Cide -
Por cierto, para desvelar ese misterio que tanto te va a defraudar, es tan fácil como echar un café en cualquier lado con Javier Torres al que también hace ya días que no veo.
De Antón -
Cide -
Por cierto, la errata de este artículo es de calle la más divertida que he visto en tu blog. ¿Cuántas manos tiene Zapater? Porque digo yo que si escribe sólo con dos... ;)
Un abrazo, Antón.