FERNANDO LALANA: ARGUMENTO, ESTILO, RITMO
Fernando Lalana (Zaragoza, 1958) ha publicado en poco más de veinte años unos 70 libros y ha vendido alrededor de dos millones de ejemplares. Inventar tantos argumentos, tantos personajes y tantas intrigas resulta casi un milagro, si además se tiene en cuenta que el autor de Morirás en Chafarinas y Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil imparte charlas durante un promedio de 85 días lectivos al año, a razón de cuatro, cinco o hasta seis diarias. Ahora, ya me conozco todas las ciudades españolas. Las visitas a colegios e institutos me alimentan, me costaría vivir sin ellas, dice, y explica de inmediato cómo nacen sus argumentos. Hay dos vías. Si trabajo en solitario, me inspiro en lo que leo, en el cine, en el teatro, en las vivencias. En colaboración es distinto. He publicado dos libros con Luis Antonio Puente, Érase una vez una guerra y Almogávar sin querer, donde las relaciones fueron tensas y complicadas, si puede decirse eso entre dos grandes amigos que no han dejado de serlo. Y colaboro con José María Almárcegui, que me lo pone muy fácil. Es un hombre muy flexible, apasionado por los años 60 y oyente casi obsesivo de la radio francesa, donde suele arrancar muchas peripecias. Primero me dice que tiene un argumento y unos personajes. Nos reunimos, discutimos, desarrollamos verbalmente las situaciones, y yo al final le digo: Ahora ya te puedes ir a casa. Lo que falta lo hago yo. Y es en ese momento cuando empiezo a escribir, a mi manera, intentando que la historia sea entretenida y tenga humor. También he colaborado con Pedro Olea en la redacción del guión de Morirás en Chafarinas.
Fernando Lalana, que sigue sorprendiéndose con las interpretaciones que los lectores, en particular las chicas, hacen de su obra, revela algunas claves de su escritura: Los jóvenes aborrecen las descripciones largas, prefieren los diálogos atractivos, y lo que más les atrae, más que la intriga, es la fuerza de los personajes y que los hechos estén bien contados. Mi método es sencillo. De partida, intento darle un empujón a la narración, luego la relajo, y finalmente intento administrarle sorpresas y otro acelerón del ritmo, pero sin atropellos. Hay que cuidar al máximo el ritmo del relato.
Fernando Lalana tiene en el mercado cinco títulos nuevos. Dos de ellos son Los hijos del trueno, escrito al alimón con José María Almárcegui, y La muerte del cisne, ambos en Alfaguara. El primer libro aborda la historia de un grupo de estudiantes rezagados por distintos motivos, rezagados y en ocasiones rechazados por el sistema, por ser activos, bordes, ansiosos o sencillamente por saber más que los profesores. El tema es una mirada diferente, acaso visionaria, del fracaso escolar. Se crea un Instinto Remanente del que emerge un grupo poderoso que emprende algo que el autor denomina la revolución de los humildes. El libro encanta a los alumnos y a los profesores, porque también hay chistes, humor, mucha ironía. Transcurre en un ambiente intemporal: no hay ordenadores ni móviles ni internet, y he tenido en la cabeza Un mundo feliz de Huxley o 1984 de Orwell. La muerte del cisne es un libro muy diferente: se centra en el mundo del ballet; de entrada aparenta ser una cosa, el relato de la relación entre dos amigas, y luego despliega una peculiar intriga en torno a la muerte de una bailarina, en un ambiente más sofisticado, con menos humor. Fernando también acaba de publicar Amnesia (Bruño), que iba a ser inicialmente una novela de trenes y, tras el atentado del 11-M (estaba escrita mucho antes), es otra cosa, se lee con otra clave. Planifiqué la historia, la situé en un momento en que ya estaría funcionando el Canfranc y narro la historia de un hombre que está en el hospital, que ha perdido la memoria y que sólo conserva un billete de tren. Se pone a investigar y descubre pertenece a un grupo terrorista que quería volar un tren, también hay otras historias de espionaje internacional. El libro acaba de publicarse: estoy expectante, aunque no se vuela el tren ni hay muertos.
Fernando Lalana también ha publicado un cuento infantil, Crok (Bruño), una pieza de teatro, Se suspende la función (Anaya) y acaba de ser traducido al coreano. Y además termina otra novela: La maldición del César, que investiga la historia del robo de un bronce como el de Botorrita y de una falsificación de la pieza original. Este escritor, que se pasa semanas enteras lejos de casa, es un arsenal de palabras, de argumentos, de personajes.
Fernando Lalana, que sigue sorprendiéndose con las interpretaciones que los lectores, en particular las chicas, hacen de su obra, revela algunas claves de su escritura: Los jóvenes aborrecen las descripciones largas, prefieren los diálogos atractivos, y lo que más les atrae, más que la intriga, es la fuerza de los personajes y que los hechos estén bien contados. Mi método es sencillo. De partida, intento darle un empujón a la narración, luego la relajo, y finalmente intento administrarle sorpresas y otro acelerón del ritmo, pero sin atropellos. Hay que cuidar al máximo el ritmo del relato.
Fernando Lalana tiene en el mercado cinco títulos nuevos. Dos de ellos son Los hijos del trueno, escrito al alimón con José María Almárcegui, y La muerte del cisne, ambos en Alfaguara. El primer libro aborda la historia de un grupo de estudiantes rezagados por distintos motivos, rezagados y en ocasiones rechazados por el sistema, por ser activos, bordes, ansiosos o sencillamente por saber más que los profesores. El tema es una mirada diferente, acaso visionaria, del fracaso escolar. Se crea un Instinto Remanente del que emerge un grupo poderoso que emprende algo que el autor denomina la revolución de los humildes. El libro encanta a los alumnos y a los profesores, porque también hay chistes, humor, mucha ironía. Transcurre en un ambiente intemporal: no hay ordenadores ni móviles ni internet, y he tenido en la cabeza Un mundo feliz de Huxley o 1984 de Orwell. La muerte del cisne es un libro muy diferente: se centra en el mundo del ballet; de entrada aparenta ser una cosa, el relato de la relación entre dos amigas, y luego despliega una peculiar intriga en torno a la muerte de una bailarina, en un ambiente más sofisticado, con menos humor. Fernando también acaba de publicar Amnesia (Bruño), que iba a ser inicialmente una novela de trenes y, tras el atentado del 11-M (estaba escrita mucho antes), es otra cosa, se lee con otra clave. Planifiqué la historia, la situé en un momento en que ya estaría funcionando el Canfranc y narro la historia de un hombre que está en el hospital, que ha perdido la memoria y que sólo conserva un billete de tren. Se pone a investigar y descubre pertenece a un grupo terrorista que quería volar un tren, también hay otras historias de espionaje internacional. El libro acaba de publicarse: estoy expectante, aunque no se vuela el tren ni hay muertos.
Fernando Lalana también ha publicado un cuento infantil, Crok (Bruño), una pieza de teatro, Se suspende la función (Anaya) y acaba de ser traducido al coreano. Y además termina otra novela: La maldición del César, que investiga la historia del robo de un bronce como el de Botorrita y de una falsificación de la pieza original. Este escritor, que se pasa semanas enteras lejos de casa, es un arsenal de palabras, de argumentos, de personajes.
9 comentarios
anon -
Ana Cris Gil -
Para el colegio el año pasado nos mandaron leer el de 1808 los cañones de zaragoza, y este año, el de los hijos del trueno, y siendo sincera, no me ha llamado ninguno de los dos la atención, me encanta leer, y la verdad.. no me han gustado mucho. Me los he tenido que leer un poco a la fuerza porque después teniamos que hacer un trabajo sobre lo que habiamos leido..
Espero que esto no ofenda a nadie, solo estoy dando mi opinión, y no es muy buena al parecer, pero no me han gustado nada sus libros.
Losiento!
Un saludo desde Valdefierro!
Ana cris.
ouidad y maria jose -
miriiam -
LIdia -
Xochitl del Carmen -
letizia -
Cide -
De Fernando me leí Morirás en Chafarinas porque me obligaron en el instituto. Después, ya por gusto me leí Scratch, que me lo regaló una novia y que me encantó porque sabía reflejar la Zaragoza de mi madre. Le cogí gusto al autor y me leí El Zulo, y Érase una vez una guerra. En literatura, una cosa que no he comprendido nunca es por qué autores como Kipling, Stevenson o Lalana por el mero hecho de escribir novelas de aventuras se les edita por defecto en ediciones "juveniles". ¿De verdad se puede considerar por separado una literatura juvenil de una adulta? Creo que esto acaba creando muchos complejos. Adultos que se tienen a menos de leer novelas de aventuras, y mueren al palo de argumentos pobres y pedestres, y jóvenes que no llegan nunca a saber lo que podrían disfrutar con un buen Werther, un Buscón o un Dorian Gray.
Hacía mucho que no sabía de Fernando Lalana al que conocí en una de esas charlas a mis 18 años y que, después de insistirle en que explicara el final de su Chafarinas me convenció de que la novela se escribe conforme se está leyendo, y que lo que piense el lector es tan importante como lo que pensó el escritor.
Es todo un personaje.
Antonio -