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Antón Castro

ENTREVISTA CON JAVIER SEBASTIÁN

JAVIER SEBASTIÁN ACABA DE PUBLICAR EN ESPASA LA NOVELA "VEINTE SEMANAS", DONDE CUENTA LA HISTORIA DE UNA MUJER QUE DESCUBRE EL SECRETO DE SUS PADRES: ÉL MUERE EN UNA PLAYA DE ROSAS; ELLA VIVIÓ UNA PASIÓN INTENSA EN FRANCIA. y ADEMÁS HAY UNA HISTORIA DE GUERRA SUCIA EN TORNO A LA COLONIZACIÓN ESPAÑOLA EN GUINEA. EL LIBRO SE PRESENTA ESTA TARDE EN LA FNAC, A LAS SIETE. JAVIER SEBASTIÁN ESTARÁ ACOMPAÑADO DE MANUEL VILAS. EL JUEVES, EN "ARTES &lETRAS", JULIO JOSÉ ORDOVÁS PUBLICA UNA RESEÑA DE LA NOVELA.

1-¿Cuál es el punto de partida de esta historia? ¿Existe alguna anécdota, preocupación u obsesión que te hiciese escribir sobre este tema?
Me parece que Veinte semanas hay que entenderla desde el convencimiento de que nada es verdad. O, al menos, de que nada es verdad del todo. Y no es una novela sobre el desencanto, quizás al contrario. Me refiero a esa falta de verdad que a veces incluso es por nuestro propio bien. Asistimos a la vida de los demás sin protagonizar nada. La nuestra es una vida impostada, ficticia. De espectadores. Para bien o para mal, nos protegemos de lo que no queremos saber con verdades a medias, y eso nos lleva a vivir vidas a medias en las que lo único que parece importarnos es nuestra propia existencia. Pero ahí afuera hay algo más. E interesa.

2-¿Qué querías contar exactamente: la historia de una mujer que descubre qué poco conocía a su padre o la historia de un grupo de hombres de vida más bien oculta?
-Ambas cosas a la vez, pues supongo que el relato gana en eficacia si uno de esos hombres que juega plácidamente a la petanca en un parque y que guarda oculta la peripecia de su vida pasada es nuestro propio padre. Cuanto más cerca nos golpea una verdad, más hondo cala.

3-El libro transcurre en el presente, pero en el fondo es un viaje hacia el pasado…
-El viaje simboliza siempre un aprendizaje, un descubrimiento, un proceso que acaba cambiándonos. Y Veinte semanas cuenta, como mínimo, dos viajes simultáneos: uno en el presente, durante el que una madre le cuenta a su hija la propia historia de la novela. Otro en 1969, en el que una mujer que viaja a una abadía del sur de Francia a vender trufas se ve envuelta, sin saberlo, en prácticas de guerra sucia en Guinea. El descubrimiento de la fea verdad, esa es la clave de esta novela.

4-En el fondo, la novela tiene algo de intriga policial, con la aparición del cadáver del padre de Fátima Moreo…
-Esta es la más narrativa de mis novelas. En ella hay poca descripción, pues para qué, si hoy decimos: “Era un apartamento norteamericano como cualquier otro”, y ya lo hemos dicho todo. La frase es de R. Carver, de hace unos veinte años y todavía me sigue pareciendo magistral. Pura economía de medios. ¿Acaso hay alguien que no se haga una idea exacta de la escena? Los lectores contemporáneos ya no imaginamos apenas, lo que hacemos sobre todo es recordar. Recordar lo que hemos visto de esas vidas prestadas de la televisión o el cine y que no son de verdad. Por otro lado, algo que también hubiera podido ralentizar el relato son los párrafos de pensamientos, y no es que mis personajes no piensen, claro que lo hacen, dudan, cambian, a veces se quedan paralizados por lo que oyen, lloran. Pero he preferido que fueran los lectores los que les asignaran a cada personaje al menos una parte de su forma de pensar, pues creo que para que disfruten leyendo, para que digan yo hubiera hecho lo mismo, o todo lo contrario, necesitan su propia parcela. Así que sobre todo hay narración.

5-Hablemos de Fátima Moreo, una mujer cuya vida ha sido interrumpida por esta muerte. ¿Por qué has elegido una periodista?
-No quería una novela policial. Detesto los géneros. No me interesan ni siquiera para burlarme de ellos. Una periodista me parece un personaje más verosímil. Y antes de nada tengo que ser yo quien me crea lo que estoy contando. Por otra parte, no conozco a ningún policía o agente secreto, en cambio a los periodistas los vemos a diario por televisión. Y de vez en cuando a algunos les doy la mano, son muy reales.

6-También es un libro de historias paralelas, o de misterios paralelos, el de los militares, Moreo y Salinas, el de César y Pablo, un tanto estupefactos ante lo que ocurre, ese correo de transmisión entre Fátima Moreo y su hija…
-A medida que uno va escribiendo una novela los personajes que parecen secundarios te piden espacio, un poco de aire libre, más atención, y cada uno, en el fondo, reclama su propia historia. Así que los personajes que al principio no importaban mucho van adquiriendo protagonismo, siempre y cuando colaboren contigo en lo que quieres contar, claro, si no, es digresión barata. Unas veces es necesario taparles la boca, pero otras ves que para explicar la vida de alguien, e incluso para comprenderla uno mismo como narrador, hay que contar la de los que lo rodean.

7-En los últimos tiempos, has reflexionado mucho sobre la familia. Aparece en “El hombre constante”, en “Historia del invierno”? ¿Qué es lo que te atrae tanto de sus sombras?
-La familia es el ámbito en el que creemos que todo es seguro, que todo es verdad. Que los demás mientan es asunto de ellos, pero si dentro de casa se miente, o no se dice del todo la verdad, el vacío imagino que debe de ser inmenso, definitivo. Por eso decía antes que Veinte semanas es una novela sobre la falta de verdad y las calamidades que esa falta de verdad pueden acarrear, en especial en el refugio familiar, entre la gente de todos los días.

8-Esta también es una novela con una trama militar, de espías, de guerra sucia…
-La guerra sucia, por su propia naturaleza, es la cumbre máxima de la mentira, la forma más falaz de la guerra. Nuestro proceso de descolonización de Guinea, como el de los demás países europeos con sus propias colonias, fue un desastre. ¿Por qué de pronto los franceses tuvieron tanta prisa por llevar el asunto a la ONU? ¿Y los norteamericanos? Recursos naturales, petróleo, geopolítica. Nada de políticas humanitarias. Es decir: mentiras, una vez más. Pero en la novela también hay un personaje que se gana la vida recolectando trufas y vendiéndolas luego en una abadía del sur de Francia. Los truferos salen a veces de noche para que no se les vea, practican el secretismo más radical. Hace poco, en un taller de un pueblo del Maestrazgo le pregunté a un mecánico que me reparaba el coche si podía venderme unas trufas. Me dijo que eso era imposible y siguió a lo suyo. A los cinco minutos metió la cabeza bajo el capó, se volvió hacia mí y me dijo: ¿cuántas quieres? De nuevo, la mentira, o si uno quiere, la falta de la verdad. La vida está llena de secretos.

12-Eres un escritor minucioso, alejado de los círculos, respetado. ¿Cómo te enfrentas a las hogueras de las vanidades literarias?
-Simplemente, no me enfrento. Tengo media docena de amigos escritores, pero son amigos no porque sean escritores. Incluso la mayoría de las veces no hablamos de literatura. Podrían ser cocineros, médicos o viajantes. Qué más da.

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