ENTREVISTA CON EL VIOLINISTA JORDÁN TEJEDOR
Jordán Tejedor (Zaragoza, 1979) protagonizará cuatro conciertos en la serie dominical, a las 8.30 de la mañana, "Los conciertos de La 2". Conversamos con él durante uno de sus viajes a Zaragoza. Reside en Cataluña y asegura que el concierto para violín de Brahms es uno de los más complejos y fascinantes para la literatura de su instrumento.
-Puede parecer raro, pero he leído que iba usted para pianista.
-Como mi padre es pianista, me encaminó a los cuatro años hacia el piano, pero yo no tenía ninguna sensibilidad para ese instrumento. Y a los nueve años fui a un concierto al Teatro Principal de Stefan Milenkovic, un auténtico niño prodigio de doce años. Salí diciendo: Papa, quiero ser violinista.
-¿Qué ocurrió en ese concierto?
-Que fue una auténtica maravilla. Por todo: el ambiente, por la sonoridad. De golpe, fue como si viese en el virtuoso la imagen del músico que yo desearía ser algún día. Sentía deseos de coger un violín y tocar ante la gente. Podría decírselo así: tuve un flechazo con el instrumento.
-¿Cómo definiría el sonido de aquel violín, o del violín en general?
-Brillante, extraordinario y con talento. Me gustó mucho: fue como un sonido que se escapa, abierto.
-Poco después, empezó sus clases con el profesor polaco Slawomir Arszyñki.
-Fue de quien mejor le hablaron a mi padre, a quien le debo mucho de lo que soy. Era profesor de viola y violín, y gracias a él salí adelante. Pasé por un periodo de problemas familiares que estuvieron a punto de llevarme al abandono de la música, y fue él quien me dijo que tenía sensibilidad. El violín se estudia con paciencia y con objetivos concretos, y mi profesor me transmitió pasión y entusiasmo.
-En 1995, se trasladó a Barcelona junto a Gonçal Comellas.
-Es mi principal profesor. Me dio consejos esenciales: Estudia fuerte. Tienes el talento necesario para llegar a tocar como solista. Me apoyó incondicionalmente y con él aprendí la mentalidad de un intérprete, el concepto de un músico.
-¿En qué consiste la mentalidad de un intérprete?
-Piense que él tocó con Menuhim, y que conoció a los más grandes como Franciscati o Oistrahk. Voy a responderle con una pequeña anécdota: creo que el intérprete no se aleja tanto del buen pedagogo, los dos se dan. Cuando toco con una orquesta y estoy en los ensayos, me ocurre una cosa que me perturba: me aburro. Tengo la sensación de que estoy trabajando no sé si con rutina o sin pasión. Cuando me meto a mi camerino me pregunto, casi asustado: ¿No me irá a pasar lo mismo en el concierto?. Y cuando salgo al escenario se produce el milagro, la magia. Y esto esta relacionado con otra idea de Comellas: El intérprete está ahí, sobre el escenario, para dar y ese milagro se produce con el público. Es lo mismo que le sucede a un maestro: cuando tiene un alumno que lo oye, que lo sigue, se entrega. Quizá por eso me apasiona tanto la pedagogía.
-¿También le sugirió él su repertorio?
-Ahí influye todo. El mío va desde el Barroco hasta los músicos contemporáneos, ya se trate del madrileño Carlos Perós, que me ha dedicado una sonata, o de Carlos Satué, que me ha dado varias piezas suyas, en particular una para violín solo.
-Sigamos: de Comellas a Mauricio Fuks.
-Quisiera precisar algunas cosas de Gonçal Comellas, porque él me insistió en la dureza de este oficio: la disciplina, el pensar adonde quieres ir y los medios que estás dispuesto a poner. Me dijo dos frases que no olvido nunca: Todo lo que hace un intérprete en un escenario depende de lo que ha hecho previamente entre las cuatro paredes de su estudio. Y el ritmo es el marco de la técnica, y con eso me quería decir que si pierdes el ritmo pierdes el rigor, el esqueleto de la obra, la estética.
-¿Cómo estudia un violinista?
-Ahora me siento mejor que nunca, soy feliz con el violín, creo que me he encontrado a mí mismo. Me siento como más hecho y eso es un gran alivio. Y el estudio también tiene mucho que ver con ello. Creo que podría resumir ese trabajo en tres fases: primero se trata de ver, conocer y coger la partitura, y de saber lo que quieres hacer con ella, aunque sea sólo a golpe de intuición. Y luego la memoriza, la toco para irla aprendiendo a lo largo de cuatro o cinco días, veo donde están los problemas técnicos. Y a partir de ahí trato de unir esos dos conceptos: plasmarla la idea y la ejecución técnica, consolidar su interpretación y de ahí ya me presento ante el público. Además, estás los ejercicios de escalas, los estudios sencillos. Generalmente, suelo trabajar tres o cuatro horas al día; cuando se aproxima un concierto, puedo invertir de seis a ocho, o incluso doce. A las veces, a las tres de la mañana estoy desvelado, le pongo la sordina al violín y todo hasta el alba.
-¿Hablamos ahora de Fuks?
-Es un profesor diferente, complementario, increíblemente detallista. Es un auténtico científico del violín que te ayuda a descubrir la gran cantidad de trucos que existen y que tú, por ti mismo, no serías capaz de descubrir nunca.
-¿Quién es su violinista modelo?
-Por la envergadura de su interpretación Gonçal Comellas; David Oistrahk por su perfección y su aplomo; y Yehudi Menuhim por su humanidad con el sonido y en la vida. Vi tocar en Zaragoza a Anne-Sophie Mutter y me pareció un concierto exquisito, extraordinario. Se fundía la belleza de la intérprete, la calidad del sonido y la belleza del Stradivarius.
-¿Es necesario estudiar fuera?
-Más que necesario, es saludable, aconsejable e higiénico. Por lo menos, aprendemos humildad. Viajar es fundamental para un músico, el nuestro es un arte universal, sin fronteras, para la gente y en todos los lugares se entiende.
-Me gustaría que nos contase la historia de ese violín que tiene de 1803.
-Es de Félix Mori Mesa y está fabricado en Parma. Me costó 12.000 euros y ahora ya me pagan por él más de 50.000, pero no lo he querido vender ni lo venderé. Lo compré en Musical Serrano, estaba allí mugriento, lleno de polvo. Lo vi y me lo llevé. El sonido se identifica con su mueble: es grande, con un toque oscuro, pero a la vez brillante.
-¿Cómo analiza la situación de la música clásica en Aragón?
-Ha mejorado. El nivel es bueno, y creo que si se quiere hacer una orquesta cada vez se necesitará menos de gente de afuera, porque la mentalidad de los músicos, y en particular de la cuerda, ha cambiado. Y a la vez veo que aquí hay como un miedo a que salgan cosas buenas, de entidad. Vivo en Alemania, y cuando estoy mucho tiempo en Zaragoza mi ego baja bastante. No me quejo. Me van a grabar en total cuatro conciertos para Los conciertos de La 2 y tengo muchos proyectos.
-Puede parecer raro, pero he leído que iba usted para pianista.
-Como mi padre es pianista, me encaminó a los cuatro años hacia el piano, pero yo no tenía ninguna sensibilidad para ese instrumento. Y a los nueve años fui a un concierto al Teatro Principal de Stefan Milenkovic, un auténtico niño prodigio de doce años. Salí diciendo: Papa, quiero ser violinista.
-¿Qué ocurrió en ese concierto?
-Que fue una auténtica maravilla. Por todo: el ambiente, por la sonoridad. De golpe, fue como si viese en el virtuoso la imagen del músico que yo desearía ser algún día. Sentía deseos de coger un violín y tocar ante la gente. Podría decírselo así: tuve un flechazo con el instrumento.
-¿Cómo definiría el sonido de aquel violín, o del violín en general?
-Brillante, extraordinario y con talento. Me gustó mucho: fue como un sonido que se escapa, abierto.
-Poco después, empezó sus clases con el profesor polaco Slawomir Arszyñki.
-Fue de quien mejor le hablaron a mi padre, a quien le debo mucho de lo que soy. Era profesor de viola y violín, y gracias a él salí adelante. Pasé por un periodo de problemas familiares que estuvieron a punto de llevarme al abandono de la música, y fue él quien me dijo que tenía sensibilidad. El violín se estudia con paciencia y con objetivos concretos, y mi profesor me transmitió pasión y entusiasmo.
-En 1995, se trasladó a Barcelona junto a Gonçal Comellas.
-Es mi principal profesor. Me dio consejos esenciales: Estudia fuerte. Tienes el talento necesario para llegar a tocar como solista. Me apoyó incondicionalmente y con él aprendí la mentalidad de un intérprete, el concepto de un músico.
-¿En qué consiste la mentalidad de un intérprete?
-Piense que él tocó con Menuhim, y que conoció a los más grandes como Franciscati o Oistrahk. Voy a responderle con una pequeña anécdota: creo que el intérprete no se aleja tanto del buen pedagogo, los dos se dan. Cuando toco con una orquesta y estoy en los ensayos, me ocurre una cosa que me perturba: me aburro. Tengo la sensación de que estoy trabajando no sé si con rutina o sin pasión. Cuando me meto a mi camerino me pregunto, casi asustado: ¿No me irá a pasar lo mismo en el concierto?. Y cuando salgo al escenario se produce el milagro, la magia. Y esto esta relacionado con otra idea de Comellas: El intérprete está ahí, sobre el escenario, para dar y ese milagro se produce con el público. Es lo mismo que le sucede a un maestro: cuando tiene un alumno que lo oye, que lo sigue, se entrega. Quizá por eso me apasiona tanto la pedagogía.
-¿También le sugirió él su repertorio?
-Ahí influye todo. El mío va desde el Barroco hasta los músicos contemporáneos, ya se trate del madrileño Carlos Perós, que me ha dedicado una sonata, o de Carlos Satué, que me ha dado varias piezas suyas, en particular una para violín solo.
-Sigamos: de Comellas a Mauricio Fuks.
-Quisiera precisar algunas cosas de Gonçal Comellas, porque él me insistió en la dureza de este oficio: la disciplina, el pensar adonde quieres ir y los medios que estás dispuesto a poner. Me dijo dos frases que no olvido nunca: Todo lo que hace un intérprete en un escenario depende de lo que ha hecho previamente entre las cuatro paredes de su estudio. Y el ritmo es el marco de la técnica, y con eso me quería decir que si pierdes el ritmo pierdes el rigor, el esqueleto de la obra, la estética.
-¿Cómo estudia un violinista?
-Ahora me siento mejor que nunca, soy feliz con el violín, creo que me he encontrado a mí mismo. Me siento como más hecho y eso es un gran alivio. Y el estudio también tiene mucho que ver con ello. Creo que podría resumir ese trabajo en tres fases: primero se trata de ver, conocer y coger la partitura, y de saber lo que quieres hacer con ella, aunque sea sólo a golpe de intuición. Y luego la memoriza, la toco para irla aprendiendo a lo largo de cuatro o cinco días, veo donde están los problemas técnicos. Y a partir de ahí trato de unir esos dos conceptos: plasmarla la idea y la ejecución técnica, consolidar su interpretación y de ahí ya me presento ante el público. Además, estás los ejercicios de escalas, los estudios sencillos. Generalmente, suelo trabajar tres o cuatro horas al día; cuando se aproxima un concierto, puedo invertir de seis a ocho, o incluso doce. A las veces, a las tres de la mañana estoy desvelado, le pongo la sordina al violín y todo hasta el alba.
-¿Hablamos ahora de Fuks?
-Es un profesor diferente, complementario, increíblemente detallista. Es un auténtico científico del violín que te ayuda a descubrir la gran cantidad de trucos que existen y que tú, por ti mismo, no serías capaz de descubrir nunca.
-¿Quién es su violinista modelo?
-Por la envergadura de su interpretación Gonçal Comellas; David Oistrahk por su perfección y su aplomo; y Yehudi Menuhim por su humanidad con el sonido y en la vida. Vi tocar en Zaragoza a Anne-Sophie Mutter y me pareció un concierto exquisito, extraordinario. Se fundía la belleza de la intérprete, la calidad del sonido y la belleza del Stradivarius.
-¿Es necesario estudiar fuera?
-Más que necesario, es saludable, aconsejable e higiénico. Por lo menos, aprendemos humildad. Viajar es fundamental para un músico, el nuestro es un arte universal, sin fronteras, para la gente y en todos los lugares se entiende.
-Me gustaría que nos contase la historia de ese violín que tiene de 1803.
-Es de Félix Mori Mesa y está fabricado en Parma. Me costó 12.000 euros y ahora ya me pagan por él más de 50.000, pero no lo he querido vender ni lo venderé. Lo compré en Musical Serrano, estaba allí mugriento, lleno de polvo. Lo vi y me lo llevé. El sonido se identifica con su mueble: es grande, con un toque oscuro, pero a la vez brillante.
-¿Cómo analiza la situación de la música clásica en Aragón?
-Ha mejorado. El nivel es bueno, y creo que si se quiere hacer una orquesta cada vez se necesitará menos de gente de afuera, porque la mentalidad de los músicos, y en particular de la cuerda, ha cambiado. Y a la vez veo que aquí hay como un miedo a que salgan cosas buenas, de entidad. Vivo en Alemania, y cuando estoy mucho tiempo en Zaragoza mi ego baja bastante. No me quejo. Me van a grabar en total cuatro conciertos para Los conciertos de La 2 y tengo muchos proyectos.
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Esperanza -