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Antón Castro

VARIAS NOCHES CON RODNEY FALK

VARIAS NOCHES CON RODNEY FALK He vuelto a Galicia en tren, de noche, en coche cama, con tiempo para todo: para reflexionar, para evocar a mi padre y mi infancia y adolescencia en Castelo y Vilarnovo, lugares de Santa Mariña de Lañas, y en Arteixo. Y he tenido tiempo para leer cuentos infantiles de la antología “100 sopas” (Anaya), algunos poemas y, sobre todo, “La velocidad de la luz” (Tusquets) de Javier Cercas, una de esas novelas que te poseen desde sus primeras páginas, que te llevan a la meditación sobre la escritura, y que hacen de inmediato que de Rodney Falk se convierte en un acompañante sombrío, en un compañero de la cama vacía que parece contarte, cuando más traquetea el tren, cuentos de horrores en Vietnam. El libro es de una intensidad perturbadora: viajas a Urbana, a la Universidad, a aquel garito nocturno donde se habla de Scott Fitzgerald y Hemingway –los dos son mucho mejores en la narrativa breve, al menos también para mí- y viajas por el cerebro de un escritor que se parece a Javier Cercas, pero felizmente no es Javier Cercas, que matina una y otra vez, como ocurría en “Soldados de Salamina” acerca de cómo se escriben las novelas. Terminé el libro en dos noches de insomnio en un hospital con vistas a la playa solitaria de Santa Cristina y Bastiagueiro, sin tomar notas, transido por el periodo largo de las frases, poseído por los constantes hallazgos de un escritor que hilvana una y otra vez las paradojas del éxito y del fracaso, en medio de la fatalidad, el desamparo y el enigma en torno a Rodney Falk. Y tuve la sensación, a la ida y a la vuelta, encerrado en mi camarote peculiar de los horrores y de las nostalgias, que es una novela extraordinaria, a la que debo volver, que debo releer. Dividida en cuatro partes, bellamente trazada con cartabón de arquitecto, está llena de aforismos, de lucidez, de estupendos personajes (aquí en Garrapinillos también hubo norteamericanos que se parecían a Rodney Falk) y de ese enigma que deben tener las buenas novelas.

2 comentarios

Cide -

Yo soy un poco moñas y me mareo si leo en los trenes o autobuses. Qué envidia me dais los que podéis leer sin marearos en un autobús o tren. ¡Cuántas ganas me entran de leer cuando viajo!, pero no puedo hacerlo.

Que vaya todo bien esta tarde. Un abrazo.

gustavo -

para la lectura no hay nada mejor que un viaje en tren por galicia. A mi me lleva dos horas llegar a santiago desde Ourense. eso si me permite leer porque si leyera acabarias de los nervios.
Tambien el hospital es otro lugar propicio para la lectura. Cuantas horas pase yo acompañando a mi abuelo. En una de sus ultimas estancias antes de morir coincidio con un señor de 95 años, mi abuelo tenia 91 años, que me contó su batallas en la guerra. El luchaba en el bando nacional y no queria ir para el frente porque como decia el " ali non me pillan" y un amigo le dijo que se pusiera al sol. el lo hizo. fue al cuartel de salamanca y le dijeron vete para casa. asi estuvo varios meses hasta que unas monjas en ciudad rodrigo lo descubrieron.