RAFAEL DIESTE, EL SEMBRADOR DE PRODIGIOS
RAFAEL DIESTE: EL SEMBRADOR DE PRODIGIOS*
Castelao fue nuestro maestro inicial, el profeta emocionado que nos descubrió en letra impresa, en viñeta, en acuarela el profundo ser de Galicia. Fue él quien nos enfrentó a nuestro ser hondo, arraigado en la tierra y en los olores que levanta la lluvia tras la tormenta. Castelao era de Rianxo (A Coruña), y de su misma villa marinera eran Manoel Antonio, el poeta creacionista que volvió casi muerto del océano, o eso se cree, tras navegar en el paquebote Constantino Bandeeira, y Rafael Dieste (1899-1981), un fabulador increíble, un mago de la palabra y un teórico del cuento. Cuando descubrimos a este ser más bien menudo, y esbelto como eucalipto, lanzal se dice en Galicia, nos quedamos maravillados: era otro universo, algo que iba mucho más lejos de nuestra literatura convencional y típica, del mar y la tierra; él, sin alejarse del imaginario gallego (la Santa Compaña, la muerte, los mouros: esos seres hechizados que gobiernan palacios subterráneos recamados en oro, la emigración, los niños quiméricos, etc.), escribía con gracia, con ironía, con una sutileza incomparable, con voluntad de estilo, no sólo textual, sino conceptual. Era un cuentista en todo el amplio sentido del término que llegó a redactar un decálogo como lo hicieron Edgar Allan Poe o Horacio Quiroga.
Dos arquivos do trasno (De los archivos del trasgo, 1926) fue toda una conmoción: aludía a la memoria colectiva que concentra ese duende pugnaz, aludía a la fantasía, a las dimensiones escurridizas del sueño, y se asentaba sobre el paisaje, los laberintos de la mente, la facilidad de contar y la poesía. Y otro tanto nos ocurrió con A fiesta valdeira (La ventana vacía, 1927), una pieza de teatro centrada en la dignidad de un marinero, con un cuadro al fondo. Dieste acumulaba delicadeza y hondura, reflexiones sobre la identidad y la historia, e impregnaba su texto uno de los mejores que se han escrito jamás en gallego para el teatro de tradición y de modernidad, de criaturas que emergían de las páginas como una aparición que se vuelve de carne y hueso ante nuestros ojos, mientras leemos.
No escribió mucho más en gallego Dieste: textos periodísticos (comenzó como redactor de Galicia en Vigo y en El pueblo gallego) recogidos luego en Antre a terra e o ceo (Entre la tierra y el cielo, 1981), su discurso de ingreso en la Academia Gallega: A vontade de estilo na fala popular (1981) y otras prosas sueltas. Participó en las Misiones Pedagógicas con su mujer Carmen Muñoz Manzano y otros intelectuales, colaboró en la revista Hora de España y fue un activo republicano que lo mismo impartía lecciones de arte, que de literatura, historia, filosofía y matemáticas; estas dos últimas materias fueron la pasión de su vida, a las cuales les dedicó importantes monografías muy elogiadas por los expertos.
Ya en el exilio en Buenos Aires, frecuentaba el Café Tortoni y allí, a principios de los 40, escribió el gran libro de su vida: Historias e invenciones de Félix Muriel (1943; tenemos edición en Cátedra, Alianza editorial e Iberia), uno de los volúmenes más singulares del siglo XX. La prosa y la imaginación de Dieste alcanzan cotas increíbles de realismo mágico, de uso proverbial de la invención, de textura narrativa que oscila entre el sortilegio, lo inverosímil y lo real con ribetes de fábula filosófica. Reaparece allí el mundo de Rianxo, la emigración, la infancia mezclada con la pasión de contar y el terror, la confidencia entre hombres, el mito de la loca incomprendida, las historias de amor terribles con sus loros inquietantes. La pieza más asombrosa es La asegurada, el relato de pasión y locura de una muchacha que ha sido abandonada por su joven esposo, emigrante, y antes la asegura. Qué modo de enfrentar la tragedia, qué añoranza tan devoradora, qué sentido de la descripción, parece que estamos ante un escultor, qué olor a ribera de barcazas, vacas por la arena y vientos salobres que se mezclan con la música de los bosques.
Hace unos cuantos años, a Rafael Dieste le dedicaron el Día das Letras Galegas. Me atreví a ir a visitar a su viuda, la profesora Carmen Muñoz Manzano, y me asomé al universo íntimo del escritor en un elevado piso con miradores hacia los muelles de A Coruña: allí estaban el piano, sus cuadernos escritos a mano, sus problemas de cálculo, sus reflexiones filosóficas en letra azul, creo recordar, su precioso retrato que le pintó Luis Seoane, que estaba en el dormitorio al lado del de Carmen. Seoane fue otro ilustre emigrado y no menos ilustre paisano: pintor, poeta, dramaturgo, periodista, teórico del arte. Carmen Muñoz, alta como chopo que hacia el cielo se despereza, conservaba nítida su memoria: Rafael Dieste respiraba como un fantasma por cada uno de sus poros, seguía adherido a su piel, y fue entonces cuando lo vi: con su bigotito blanco y con una oración marinera en los labios.
En el dormitorio de la pareja, me ocurrió lo más hermoso que me ha pasado nunca en mi vida de modesto escritor. Descubrí un ejemplar de mi primer libro en gallego: Vida infame de Tristán Fortesende, el relato de un misterioso criador de caballos, el enigmático enamorado de una mujer llamada Flora Magán y de su fogoso cuerpo de aldeana. Le dije a Carmen Muñoz que ese tal Antón R. Castro era yo; me contestó: Lo leo a menudo. Ese relato es uno de mis cuentos de cabecera. Seguro que a Rafael le habría gustado.
Si eso no es la felicidad...
*Ayer se presentó mi libro "El sembrador de prodigios" (Certeza. Colección Cantela). Reproduzco aquí uno de los textos sobre uno de los escritores de mi vida que me iluminó la senda hacia las letras.
Castelao fue nuestro maestro inicial, el profeta emocionado que nos descubrió en letra impresa, en viñeta, en acuarela el profundo ser de Galicia. Fue él quien nos enfrentó a nuestro ser hondo, arraigado en la tierra y en los olores que levanta la lluvia tras la tormenta. Castelao era de Rianxo (A Coruña), y de su misma villa marinera eran Manoel Antonio, el poeta creacionista que volvió casi muerto del océano, o eso se cree, tras navegar en el paquebote Constantino Bandeeira, y Rafael Dieste (1899-1981), un fabulador increíble, un mago de la palabra y un teórico del cuento. Cuando descubrimos a este ser más bien menudo, y esbelto como eucalipto, lanzal se dice en Galicia, nos quedamos maravillados: era otro universo, algo que iba mucho más lejos de nuestra literatura convencional y típica, del mar y la tierra; él, sin alejarse del imaginario gallego (la Santa Compaña, la muerte, los mouros: esos seres hechizados que gobiernan palacios subterráneos recamados en oro, la emigración, los niños quiméricos, etc.), escribía con gracia, con ironía, con una sutileza incomparable, con voluntad de estilo, no sólo textual, sino conceptual. Era un cuentista en todo el amplio sentido del término que llegó a redactar un decálogo como lo hicieron Edgar Allan Poe o Horacio Quiroga.
Dos arquivos do trasno (De los archivos del trasgo, 1926) fue toda una conmoción: aludía a la memoria colectiva que concentra ese duende pugnaz, aludía a la fantasía, a las dimensiones escurridizas del sueño, y se asentaba sobre el paisaje, los laberintos de la mente, la facilidad de contar y la poesía. Y otro tanto nos ocurrió con A fiesta valdeira (La ventana vacía, 1927), una pieza de teatro centrada en la dignidad de un marinero, con un cuadro al fondo. Dieste acumulaba delicadeza y hondura, reflexiones sobre la identidad y la historia, e impregnaba su texto uno de los mejores que se han escrito jamás en gallego para el teatro de tradición y de modernidad, de criaturas que emergían de las páginas como una aparición que se vuelve de carne y hueso ante nuestros ojos, mientras leemos.
No escribió mucho más en gallego Dieste: textos periodísticos (comenzó como redactor de Galicia en Vigo y en El pueblo gallego) recogidos luego en Antre a terra e o ceo (Entre la tierra y el cielo, 1981), su discurso de ingreso en la Academia Gallega: A vontade de estilo na fala popular (1981) y otras prosas sueltas. Participó en las Misiones Pedagógicas con su mujer Carmen Muñoz Manzano y otros intelectuales, colaboró en la revista Hora de España y fue un activo republicano que lo mismo impartía lecciones de arte, que de literatura, historia, filosofía y matemáticas; estas dos últimas materias fueron la pasión de su vida, a las cuales les dedicó importantes monografías muy elogiadas por los expertos.
Ya en el exilio en Buenos Aires, frecuentaba el Café Tortoni y allí, a principios de los 40, escribió el gran libro de su vida: Historias e invenciones de Félix Muriel (1943; tenemos edición en Cátedra, Alianza editorial e Iberia), uno de los volúmenes más singulares del siglo XX. La prosa y la imaginación de Dieste alcanzan cotas increíbles de realismo mágico, de uso proverbial de la invención, de textura narrativa que oscila entre el sortilegio, lo inverosímil y lo real con ribetes de fábula filosófica. Reaparece allí el mundo de Rianxo, la emigración, la infancia mezclada con la pasión de contar y el terror, la confidencia entre hombres, el mito de la loca incomprendida, las historias de amor terribles con sus loros inquietantes. La pieza más asombrosa es La asegurada, el relato de pasión y locura de una muchacha que ha sido abandonada por su joven esposo, emigrante, y antes la asegura. Qué modo de enfrentar la tragedia, qué añoranza tan devoradora, qué sentido de la descripción, parece que estamos ante un escultor, qué olor a ribera de barcazas, vacas por la arena y vientos salobres que se mezclan con la música de los bosques.
Hace unos cuantos años, a Rafael Dieste le dedicaron el Día das Letras Galegas. Me atreví a ir a visitar a su viuda, la profesora Carmen Muñoz Manzano, y me asomé al universo íntimo del escritor en un elevado piso con miradores hacia los muelles de A Coruña: allí estaban el piano, sus cuadernos escritos a mano, sus problemas de cálculo, sus reflexiones filosóficas en letra azul, creo recordar, su precioso retrato que le pintó Luis Seoane, que estaba en el dormitorio al lado del de Carmen. Seoane fue otro ilustre emigrado y no menos ilustre paisano: pintor, poeta, dramaturgo, periodista, teórico del arte. Carmen Muñoz, alta como chopo que hacia el cielo se despereza, conservaba nítida su memoria: Rafael Dieste respiraba como un fantasma por cada uno de sus poros, seguía adherido a su piel, y fue entonces cuando lo vi: con su bigotito blanco y con una oración marinera en los labios.
En el dormitorio de la pareja, me ocurrió lo más hermoso que me ha pasado nunca en mi vida de modesto escritor. Descubrí un ejemplar de mi primer libro en gallego: Vida infame de Tristán Fortesende, el relato de un misterioso criador de caballos, el enigmático enamorado de una mujer llamada Flora Magán y de su fogoso cuerpo de aldeana. Le dije a Carmen Muñoz que ese tal Antón R. Castro era yo; me contestó: Lo leo a menudo. Ese relato es uno de mis cuentos de cabecera. Seguro que a Rafael le habría gustado.
Si eso no es la felicidad...
*Ayer se presentó mi libro "El sembrador de prodigios" (Certeza. Colección Cantela). Reproduzco aquí uno de los textos sobre uno de los escritores de mi vida que me iluminó la senda hacia las letras.
9 comentarios
JF. Vázquez -
No sé bien deslizarme sobre caminos ajenos, pero sentí que debía prestar la brevedad escrita de mi pasión, Dieste no ha muerto. Quizá no haya tenido una vida fascinante como la han tenido otros ilustres de la palabra harto conocidos, sin embargo puedo pronunciar bien alto, sin errores ni ficciones, la superioridad de Rafael.
Se tendría que imponer sobre la hipocresía de todos aquellos que sólo amparan la gloria de lo fascinante para unos pocos, se tendría que levantar el incomprensible velo de la oscuridad de Dieste.
Hoy ha sido la primera vez que topo con sus letras y francamente, me han atropellado. Cogí el libro, casi escondido y por casualidad, de uno de los estantes de la biblioteca. Creo que no existe ningún otro ejemplar con su firma, es triste, muy triste. Yo sólo soy un joven, y quizá no debiera detenerme en la injusticia.
Un saludo a todos; y un honor.
rodicio -
Antonio -
De Anton -
Antonio -
Antonio -
¡Cómo no me guste, te envío un poema recalcitrantemente cursi que escribí a los seis años! ¡Abrazos!
gustavo -
Pero tambien te digo que yo hace poco visite Rianxo y visite su cementerio y alli estaba la tumba de Dieste y su mujer con unas flores marchitas de un ramo que le habian llevado la real academia de Galicia. Si fueramos un pais decente junto al albariño y el marisco teniamos que vender nuestro patrimonio cultural.
Antonio -
Cide -
Un abrazo.
Sergio / Cide