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Antón Castro

UNA JORNADA PARTICULAR EN BARCELONA

UNA JORNADA PARTICULAR EN BARCELONA Estuve el viernes en Barcelona. El Centro Aragonés, gracias a una iniciativa de Agustín Ubieto y la DPZ, me invitó a dar una conferencia sobre “El Quijote y Aragón”. Fui tan liado durante toda la semana que no llamé a nadie. Ni siquiera me quedé a dormir. Cuando iba en el tren recibí un mensaje de Ignacio Martínez de Pisón; me anunciaba que no podía venir, a ver si podíamos cenar juntos. También me llamó Ángel Petisme desde Córdoba, y me preguntaba si había recibido una antología con Elena Pallarés –cuyo último libro aparecido en Sial no he podido leer- o Miriam Reyes, entre otros, del sello Eclipsados. Pasé por la costa y recordé que yo jamás me he bañado en la Costa Brava, aunque tuve de joven un amigo en Valls, y siempre me ha gustado mucho Cataluña. Hubo una época que hablaba a menudo en catalán, en aquellos días en que era un fanático oyente de Lluis Llach, Ramon Muntaner, Sisa y Maria del Mar Bonet, que fue como uno de los amores de mi vida, de esos amores inconfensables que sólo los cultivas en silencio, mientras oyes su voz y ves las fotos de sus álbumes y aprendes canciones como “Inici de campana” o “Jardi Tancat” o Mercè”, que siempre fue mi favorita y que es la canción que me evoca mis primeros meses en la calle Casta Álvarez 14-16. A veces, viendo mis carencias y mis miedos, tengo la sensación de que no he salido de mi aldea, Castelo de Santa Mariña de Lañas, Vilarnovo de Santa Mariña, el lugar donde nací, cerca de Arteixo, cerca de aquella playa que tenía delfines al atardecer.

Llegué hacia las dos y media y busqué un lugar para comer. Curiosamente entré en un sitio que anunciaba ensalada de garbanzos y besugo al horno. Cuando vi pulpo por algún lugar no me costó decidir que aquel lugar era de un gallego. Comí, leí una preciosa entrevista de contraportada en “La Vanguardia” con mi admirado Robert Franck, al que quería ir a ver al Macba y tomé algunas notas sobre una conferencia que no había escrito, tal vez por exceso de confianza en tantas cosas que he leído y he escrito a lo largo de estos meses. Emborroné 8 páginas de notas, que luego no leí ni miré: improvisé la conferencia de principio a final y la gente pareció pasárselo bien. O eso me dirían, con entusiasmo y afecto, Ánchel Conte, Jesús Vived Mairal (que lo ha pasado mal, pero ya está de vuelta a la vida, a las tertulias y seguramente a Ramón José Sender, del que ha escrito una auténtica enciclopedia), Luis Esteve, Cruz Barrio; se pasaron un instante José María Latorre y su mujer por deferencia, y me contaron lo que ya he contado alguna vez: están barajando si regresar a Zaragoza tantos años después.

El Centro Aragonés de Barcelona tiene una persona absolutamente conmovedora y tierna: Cruz Barrio. ¿Por qué no habrá aquí una mujer que ame tanto el territorio y sus turbulencias, que respete a los escritores, que tanta afición a saber y a querer, a emprender aventuras sin doblez? La biblioteca que cuida es un tesoro, aunque el auténtico cofre es ella: laboriosa, infatigable, parece renovarse en su cariño a este territorio de polvo, viento, niebla y sol a diario. Me reservaba un curioso sobre con cinco fotos mías: dos hechas por Juan Carlos Arcos, y firmadas por rotulador negro, otra realizada por Juan Abeleira (ésta con Carlos García Santa Cecilia) y dos que me había tomado Guillermo Pérez Baylo. ¿Dónde estaban esas fotos? En casa del pintor, caricaturista e ilustrador que quiso hacerme un retrato a mediados de los años 90, y llegó a hacérmelo. Pero no se por qué razón se lo mandó a un amigo relojero de Zaragoza, que nunca me lo entregó. Sé que el relojero cerró su establecimiento y que el retrato de Guillermo se habrá perdido para siempre, pero conservo las dos fotos y una colección de seis negativos más de aquel hombre encantador que había amado a Carmen Amaya y a una joven zíngara en el parque de Macanaz.

Antes de la conferencia, me fui al MACBA a ver a Robert Frank, uno de los más grandes fotógrafos de todos los tiempos, y quizá, con Irving Penn, el último clásico vive. Vi las tres estancias con sus fotos de París, Inglaterra y Gales (hay una serie magnífica que es toda una evocación explícita de “Qué verde era mi valle”, una de las películas de mi vida junto a “El hombre tranquilo”, ambas de John Ford), sus trabajos sobre la convección demócrata de Detroit o sus series sobre “Los americanos”, que le encargó Peggy Guggenheim, pero que no gustó nada a los estadounidenses. Y también vi sus vídeos, sus diarios fotográficos, que tienen un correlato inequívoco en sus películas y vídeos. Me quedé fascinado, y conmovido con su dolor: la pérdida de sus dos hijos. Tiene fotos increíbles, pero en los últimos años es un artista en libertad, un hombre que ordena y desordena el mundo a través de la sugerencia y la intuición. Me sorprendió la cantidad de gente que había: jóvenes de todas las nacionalidades, curiosos constantes, profesionales. Había una de las fotos de sus coches, creo recordar, enmarcada con un soporte que es como madera antigua, hecha a mano, trabajada a mano con la pericia de un artesano de aldea. En esas andaba cuando me llamó otra mujer bandera: Mercedes Ventura, la mamá de Daniel Mena Ventura, objeto de un homenaje de amor infinito en “Cuando el Moncayo ya no ampara”, texto central de “1863 pasos” de Miguel Mena.

Habría querido ir a Kowasa. Habría querido ver a los amigos catalanes. A Enrique Vila-Matas y Paula de Parma, a Julio Frisón y Margarita, a Malcolm Otero Barral, Jesús Moncada, Javier Tomeo, Javier Sebastián, Pedro Zarraluki, a Miguel Escudero, a Javier Quiñones… Pero todo fue a contrapelo. Eso sí, ahora, mientras escribo, a punto de salir de “Heraldo” he colocado sobre la mesa las fotos y los negativos, que no son de Robert Franck, pero son de un hombre entrañable al que vi mucho, tanto en el café Levante como en Barcelona, donde quiso contarme algunas de sus historias de amor que parecían realmente surrealistas, tan surrealistas como que me hiciese un retrato, se lo diese a un relojero, que al parecer me conocía, y se haya perdido para siempre. Quizá en todo ello tenga un cuento o un libro.

NOTICIA DEL SAN GREGORIO.
Hoy el San Gregorio jugaba contra el Real Zaragoza en la Ciudad Deportiva. Jorge jugó la segunda parte y el equipo perdió por 17 tantos a cero. Jorge jugó toda la segunda en un partido horroroso, el peor que he visto nunca. Pero le pasó algo muy curioso: al terminar el choque se acercó a él Ander Garitano, entrenador del Zaragoza, y le dijo si aún le quedaba un año en infantiles. El niño, por ahora, no se atreve a soñar…

1 comentario

Cide -

He leído tu columna sobre Cruz Barrio, y me ha emocionado.

En estos tiempos de nacionalismos catetos, donde hijos de aragoneses, andaluces o extremeños hablan del hecho diferencial de Cataluña y crean una nueva religión que prohibe cualquier cosa que suene a española. Estos tiempos en que importa más prohibir el "maltrato a los toros" en el ruedo, que la indignidad con que se trata a los osos en la mayoría de los circos, sólo porque lo taurino es de "fachas españoles". Estos tiempos en que te quieren señalar con el dedo por escuchar flamenco en algunas ciudades,...

En estos tiempos, gente como Cruz que recopila y clasifica con tanto amor, o gente como tú que nos hablas de Baladouro haciéndolo nuestro a la par que tú haces tuyo el paso de Don Quijote por Aragón, sois un ejemplo dignificante de cómo sentir una tierra. Se puede ser aragonés y gallego, o aragonés y catalán, o cualquier cosa que se quiera ser sin necesidad de etiquetas políticas, y sin que por ello tengas que perder la cordura.

Seguro que vendrán mejores partidos para el San Gregorio.

Un abrazo