"LOS INOCENTES DE GINEL" DE RICARDO VÁZQUEZ-PRADA
Mucho antes de trabajar en Heraldo (acaban de cumplirse ahora cuatro años, el primero de mayo, tras diez en El Periódico, el primero que leo todas las mañanas, entre las siete y las ocho), seguía los comentarios de televisión de Ricardo Vázquez-Prada. En su columna podías encontrar cualquier cosa: una nota de política, un comentario a un concierto de Georges Brassens, efemérides. No era un crítico de televisión al uso: la tele era un pretexto, y acaso una tabla de salvación, para opinar, para asumir un compromiso. Allí se veía que Ricardo Vázquez-Prada, afrancesado por parte de su mujer, afrancesado por voluntad, amaba el jazz, los libros de Simenon y de Albert Camus, los toros (también era cronista taurino y publicó, creo recordar, con el difunto Ignacio Aldecoa y Javier Aguirre el volumen conjunto Tres de cuadrilla) y las posiciones de izquierda. Fue presidente de la Asociación de la Prensa durante cuatro años y de vez en cuando le oía decir a Joaquín Carbonell, cuando nos veíamos casi a diario, que era un ilustrado, un sabio, un hombre profundamente curioso.
Ricardo Vázquez-Prada -con quien coincidí más de dos años en Heraldo y firmó varios artículos en Artes & Letras sobre novela negra y Simenon- acaba de publicar en Unaluna la novela Los inocentes de Ginel, un lugar más o menos imaginario que está próximo al campo de Belchite. Narra la historia de una modesta familia, compuesta por Pedro y María, y sus tres hijos: Pilar, Jacinta o Chinta, y Antonio. De repente, les anuncian que estalla la Sublevación. Y pronto, muy pronto, una oleada de terror caerá sobre su felicidad. Primero, Antonio se marcha al frente a Zaragoza y de ahí a Guadalajara bajo las sospechas, sobre todo para el asesino sin escrúpulos Ramiro, de que tiene relación con los anarquistas.
La represión se desmelena y Pedro, el carpintero bondadoso que ni ideología política tenía, resulta fusilado a tres kilómetros del pueblo. A partir de ahí comienza una historia cuyo principio parece claro: la realidad, casi siempre y en tiempos de guerra mucho más, supera a la ficción. En este libro de denuncia, de personajes, de actos más que abyectos o impensables (por ejemplo, se quema al alcalde socialista mientras se oían sus gritos ), de venganzas, de asaltos, de espanto continuo. Al cabo Ramiro lo sustituye un más sensato comandante Cortés, los anarquistas Rafael y Martín Barnal, al frente de la columna de Durruti, toman Ginel y se desata la venganza popular contra Ramiro, una mujer que había sido violada por él le acuchilla en el corazón, al cura le revientan la cabeza a pedradas
El libro está basado en hechos reales y en un manuscrito de una mujer que quiere quedarse en el anonimato y que escribió un espeluznante diario de recuerdos. Ricardo Vázquez-Prada se pone al lado de los seres humanos más o menos inadvertidos que soportaron tanta crueldad, tanta desmesura, y cuenta un relato sobrecogedor, con notables criaturas antagonistas, con un ritmo ágil y sostenido. Decía ayer Alejandro Lucea, comentarista deportivo y experto en el Real Zaragoza, que se la leyó de un tirón.
Ricardo Vázquez-Prada, que también tiene libros más amables como El genio del Moncayo, ilustrado por Cano, presenta esta tarde, a las 19.30 horas, la novela con su editor de Unaluna, Luis Ángel Blasco, y un servidor.
Y mañana, en el mismo espacio, Carlos Castán hará de maestro de ceremonias del nuevo libro de Fernando Sanmartín, Hacia la tormenta (Xordica), un libro delicioso y mínimo, suspenso en la metáfora, en la evocación, en la depuración máxima. Fernando Sanmartín ha resumido casi un lustro de impresiones y vivencias en menos de un centenar de paisajes.
Ricardo Vázquez-Prada -con quien coincidí más de dos años en Heraldo y firmó varios artículos en Artes & Letras sobre novela negra y Simenon- acaba de publicar en Unaluna la novela Los inocentes de Ginel, un lugar más o menos imaginario que está próximo al campo de Belchite. Narra la historia de una modesta familia, compuesta por Pedro y María, y sus tres hijos: Pilar, Jacinta o Chinta, y Antonio. De repente, les anuncian que estalla la Sublevación. Y pronto, muy pronto, una oleada de terror caerá sobre su felicidad. Primero, Antonio se marcha al frente a Zaragoza y de ahí a Guadalajara bajo las sospechas, sobre todo para el asesino sin escrúpulos Ramiro, de que tiene relación con los anarquistas.
La represión se desmelena y Pedro, el carpintero bondadoso que ni ideología política tenía, resulta fusilado a tres kilómetros del pueblo. A partir de ahí comienza una historia cuyo principio parece claro: la realidad, casi siempre y en tiempos de guerra mucho más, supera a la ficción. En este libro de denuncia, de personajes, de actos más que abyectos o impensables (por ejemplo, se quema al alcalde socialista mientras se oían sus gritos ), de venganzas, de asaltos, de espanto continuo. Al cabo Ramiro lo sustituye un más sensato comandante Cortés, los anarquistas Rafael y Martín Barnal, al frente de la columna de Durruti, toman Ginel y se desata la venganza popular contra Ramiro, una mujer que había sido violada por él le acuchilla en el corazón, al cura le revientan la cabeza a pedradas
El libro está basado en hechos reales y en un manuscrito de una mujer que quiere quedarse en el anonimato y que escribió un espeluznante diario de recuerdos. Ricardo Vázquez-Prada se pone al lado de los seres humanos más o menos inadvertidos que soportaron tanta crueldad, tanta desmesura, y cuenta un relato sobrecogedor, con notables criaturas antagonistas, con un ritmo ágil y sostenido. Decía ayer Alejandro Lucea, comentarista deportivo y experto en el Real Zaragoza, que se la leyó de un tirón.
Ricardo Vázquez-Prada, que también tiene libros más amables como El genio del Moncayo, ilustrado por Cano, presenta esta tarde, a las 19.30 horas, la novela con su editor de Unaluna, Luis Ángel Blasco, y un servidor.
Y mañana, en el mismo espacio, Carlos Castán hará de maestro de ceremonias del nuevo libro de Fernando Sanmartín, Hacia la tormenta (Xordica), un libro delicioso y mínimo, suspenso en la metáfora, en la evocación, en la depuración máxima. Fernando Sanmartín ha resumido casi un lustro de impresiones y vivencias en menos de un centenar de paisajes.
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